jueves, 30 de junio de 2011

"La revolución acaba confiscándote los genitales"


En su último libro, el escritor y exiliado cubano Carlos Alberto Montaner denuncia el machismo-leninismo del castrismo. A continuación, una entrevista del periodista Antonio Astorga.

La mujer del coronel ya tiene quien le escriba...

-Y quien cuente sobre su atormentada intimidad. La revolución comienza por pedirte la conciencia y acaba confiscándote los genitales.

Comunismo... ese amarillento ojo que todo lo ve.

-El Gobierno suele notificarle a sus partidarios importantes, en un «sobre amarillo», los detalles de la infidelidad de sus mujeres. Ya sabe: la mujer, en casa y con la entrepierna quebrada.

¿Qué busca el castrismo debajo de las sábanas?

-Se trata del machismo-leninismo, una variante dialéctica de la testosterona. Busca el sometimiento de la santa esposa. No recurre a la ablación del clítoris de milagro.

¿Por qué el comunismo preconiza que las mujeres de los jefes deben estar sometidas como «abnegadas madres de familia, monógamas y entregadas a la exclusividad sexual»?

-Porque es una falocracia. Estos tipos ignoran la naturaleza humana. Esa es una sociedad patriarcal organizada en torno a un caudillo.

El macho revolucionario puede ser promiscuo y esa conducta, siempre que sea heterosexual, ¿nunca es censurable?

-Por el contrario, la aplauden. Pero cuando la viuda del Che, que era joven y bonita, decidió volver a casarse, a Fidel no le gustó nada. Las mujeres de los mitos deben morir castas y vestidas de negro, como las heroínas de Lorca.

¿Los dictadores cubanos están tarados por el matonismo?

-El matonismo es la manera fidelista de ejercer la autoridad. La cúpula no lo quería: le temía.

Fidel Castro sería, pues, la (re)encarnación del «machismo-leninismo» fundamentalista.

-Fidel era el Mono Alfa hasta que se le rebelaron los intestinos incitados por la CIA. Dirigía la manada a gruñidos.

Tiene Castro numerosos hijos ilegítimos, dos de ellos viven en Estados Unidos y otros en la isla. ¿Qué dicen los vástagos en el nombre del padre?

-Padre y patrón. Es, o era, porque ya está casi liquidado, un dictador hogareño. Fue un pésimo presidente y, por lo visto, un pésimo cabeza de familia.

Nuria Garcés, psicóloga, es «La mujer del coronel» Arturo Gómez, que está guerreando en Angola. En su novela, ella se entrega a otro hombre en Roma, Martinelli, un erotómano cultivado. La alargada sombra de la dictadura cubana se arrastra como una víbora hasta la ciudad eterna para espiar a Nuria y preservar el honor. ¿Qué honor?

-La desgracia de Nuria es que nunca pudo imaginar que el honor de la revolución radicara en sus trompas de Falopio. Para toda mujer es muy incómodo vivir con un policía escondido en las bragas.

¿El Estado cubano está teñido de un monstruoso machismo?

-Por supuesto. Es una proyección del machismo de Fidel, que durante décadas escondió a su esposa.

¿Por qué los esbirros del matón que quiere imponer su voluntad por el terror se dedican a vigilar la entrepierna de los líderes de la revolución?

-Además de marxista, Fidel es calderoniano. Aquello es un drama de honor.

¿Ha convertido el abyecto sátrapa y dictador Castro la ínsula cubana en un «paraíso sexual»?

-Especialmente para los turistas.

La literatura, ¿tiene sexo?

-A veces. Hay literatura clitórica y hay literatura fálica, pero no siempre están asociadas al sexo de sus autores.

¿Y cuál es el sexo de los ángeles?

-Depende de cuántos dancen en la cabeza de un alfiler. Cuando son muchos, y Cupido comienza con sus flechazos, suelen ponerse cachondos.

¿Equipararía a Castro, Fidel, con Sade, Marqués de?

-Puestos a buscarle un linaje aristocrático, creo que está más cerca del conde Drácula.

ABC 16 de junio de 2011

Foto: Miguel Berrocal

miércoles, 29 de junio de 2011

Sin sitios para hacer el amor


Por no disponer de una vivienda común, Ernesto y Saúl, pareja homosexual con 15 años de relación, siempre debían improvisar para estar juntos.

“Aquellos tiempos, cuando lo hacíamos en parques o terrenos deportivos abandonados han quedado atrás. Ya somos adultos, profesionales y maduros. Gracias a parientes en el extranjero que nos giran dólares, podemos darnos el lujo de alquilar una habitación en alguna casa de citas de las muchas que abundan en La Habana”, cuenta Saúl.

Desde 1994, en la capital han surgido domicilios donde parejas gays y heterosexuales, pueden intimar decentemente. Aunque no todos poseen suficientes divisas para pagar tres horas de sexo.

Pero es una buena opción. Antes que el “período especial” trastocara el estilo de vida del cubano, y las carencias se agudizaran aún más, existía una amplia red de posadas administradas por el Estado, que por una módica tarifa permitía mantener relaciones sexuales.

Las posadas presentaban un estado constructivo lamentable, con paredes repletas de grafitis groseros y pequeños huecos donde los rascabuchadores (mirones) del barrio se masturbaban, además de sábanas sucias e higiene precaria, pero eran de los escasos sitios con techo y cama donde las personas podían hacer el amor. Claro, no se aceptaban a homosexuales.

Había posadas decentes con aire acondicionado y neveras. Lejos de la ciudad y muy caras al bolsillo promedio. Las otras opciones ya se conocen. Escaleras de edificios, solares yermos, parques públicos, donde con antelación los muchachos se dedicaban a romper las bombillas.

Luego, con la llegada del “período especial”, las jóvenes parejas e incluso muchos matrimonios se las vieron moradas. Los motivos son varios. Uno de ellos, en la isla son contados los jóvenes que pueden tener su propio hogar. Por lo general, bajo el mismo techo conviven tres generaciones diferentes.
En una misma habitación, un estudiante y su novia, en caso de que los padres lo permitan, duermen junto a un hermano menor.

Quienes sufren esas adversidades, la mayoría, no le queda otro remedio que 'templarse' (follarse) a su pareja en cualquier rincón. Incluso en los arrecifes del malecón o en el asiento trasero de un ómnibus por la madrugada. “Por las mañanas, camino al trabajo, estoy siempre atento a sitios abandonados y discretos, para por la noche ir con mi novia”, dice Gerardo, ingeniero de 26 años.

Si difícil es para la gente joven encontrar un sitio tranquilo y agradable para hacer el amor, imagínese usted a un matrimonio con hijos, que por lo general comparten con ellos la misma habitación.
Es el caso de Rosendo, 39 años, padre de 3 hijos.

“Me paso meses sin tener sexo. Ya me he adaptado. Antes subíamos a la azotea del edificio. Pero desde que nos enteramos que los vecinos de inmuebles aledaños nos espiaban, las ocasiones para ‘templar’ son mínimas. Imagínate, dos de mis hijos duermen en una cama al lado. En nuestra casa, además de mis padres, viven mi abuela y mi bisabuela. Nunca tenemos chance”, confiesa Rosendo.

La situación es diferente para los cubanos que reciben remesas del extranjero, tienen negocios por debajo de la mesa o son dueños de una paladar. Suelen ir a casas que alquilan habitaciones por hora.
El confort está garantizado. Cuartos climatizados. Agua fría y caliente. Neveras cargadas de cervezas y también 'saladitos' (tapas) de chorizo y queso gouda. En una gaveta sitúan condones. Y en el techo y las paredes, espejos para despertar el erotismo.

El problema son los precios. Tres horas de sexo cuesta 10 dólares. Sin tomar cerveza ni comer nada. “Por norma, una pareja gasta de 20 a 30 dólares. Los clientes habituales son gays maduros, jineteras con sus 'yumas' (extranjeros) y una élite de gerentes con sus queridas jóvenes”, señala Regino, dueño de una casa de citas en el populoso municipio 10 de Octubre.

Aunque existen parejas de homosexuales acomodados, como Saúl y Ernesto, que pueden gastarse 20 dólares cada vez que desean tener sexo, la mayoría de los gays copulan en parques y pasillos oscuros.
“En los cines y en todas partes existen rascabuchadores. Cuando los descubren, la emprenden a golpes o les tiran cubos de agua fría”, dice Rolando, 42, peluquero.

En tiempos de crisis sufren todos. Las parejas por no tener sitio para hacer el amor. Y los mirones, porque les falta el dinero para pagar una puta barata y saciar su apetito sexual.

Iván García

martes, 28 de junio de 2011

Escribanos de la cárcel


En las atestadas galeras del Combinado del Este, prisión de máxima seguridad en las afueras de La Habana, los reos se las ingenian para crear una peculiar manera de trueques y subsistencias.

Si la cosa está que arde en la calle, imagínense el drama y las penurias dentro de una prisión. Allí, aparte de la falta de libertad, las privaciones fundamentales son la comida, los cigarrillos y la ausencia de sexo.

Es fluido el tráfico de revistas pornográficas y alimentos. Según Reinaldo, quien cumple una sanción de 12 años por matar y descuartizar vacas y caballos, y luego venderlas en el lucrativo mercado negro, el pago de favores dentro de un penal suele hacerse con azúcar prieta (no refinada) y cigarrillos.

“El dinero también vale. Sobre todo la divisa. Pero no es lo usual. En la cárcel cada cosa tiene su precio. Hay personas que se dedican a lavarte la ropa por 4 cajetillas de cigarros. Los fines de semana, tu le das un sobre de refresco instantáneo y una merienda a rateros con vocación de actores y con efectos especiales y todo, te narran una película. Si deseas amenizar una boda entre homosexuales, contratas a un cantante por dos raciones de comida, de la que te trae tu familia, 10 cajetillas de cigarros y tres vasos plásticos de azúcar prieta. Y de carretilla, un preso te suelta un recital completo de Julio Iglesia. Las cárceles tienen vida y economía propia”, cuenta Reinaldo mientras disfruta un pase de 4 días por buena conducta.

Entre los oficios sui géneris para aliviar las duras condiciones y carencias dentro de una galera, está la del escritor de cartas y poemas. Sucede que un gran número de convictos tienen escasa cultura general, y en muchos casos, apenas tres grados primarios vencidos.

Dentro la cárcel, se ha convertido en una moda enviar a novias y esposas, misivas bien redactadas y cargadas de frases románticas. Es ahí donde hacen acto de presencia tipos como Delfín, joven psicótico y violento, quien mató a trompadas a su padrastro. Amante de la prosa de Vargas Llosa y la poesía de García Lorca, Delfín es considerado el mejor escribano del Combinado del Este.

“Me gusta escribir cartas y poemas, y es una buena manera de obtener beneficios y comida. Incluso los guardias se me han acercado para que les redacte epístolas a sus enamoradas, a cambio de 6 horas en un pabellón (habitación habilitada en las prisiones para que los reos tengan sexo) con una puta gestionada por alguno de mis clientes”, dice Delfín.

Ser amanuense dentro de una prisión cubana es un oficio bien remunerado. Por redactar diez o doce lagrimosas cartas, repletas de frases amorosas y textos entresacados de clásicos literarios, Delfín se puede dar el lujo de comer carne de cerdo, pollo o pescado a diario.

Tampoco tiene que racionar su cuota de cigarrillos y bebe jugos y refrescos a granel. No asiste a rudas faenas, cortando marabú o cargando bloques en la construcción. Lo suyo es escribir pliegos e intentar que las mujeres de los presos no terminen su relación afectuosa.

“También suelo hacer cartas conmovedoras a mujeres que desean tener nuevos amigos, y a quienes los presos les escriben para intentar conquistarlas. He propiciado varias uniones a distancia. Gracias a mí, extranjeras se han liado con reos que en algun momento estuvieron en mi galera. Lo único que lamento es no haber sido yo el que haya conseguido una novia mexicana o española con mis cartas. Son gajes del oficio”.

Iván García

lunes, 27 de junio de 2011

El Pilar y Atarés, 'ninjas', comparsas y chachachá


Por mucho tiempo, Roldán vivió de 'lo que se caía del camión'. Término usado por los marginales de corta y clava de Atarés y El Pilar para encubrir la palabra robo. Cada noche, Roldán y su pandilla, vestidos de negro, estaban a la caza de camiones cargados de jabones y detergentes que salían de la fábrica Sabatés, una de las más grandes de la isla, situada en la barriada habanera del Pilar.

“En 4 minutos, el tiempo que el vehículo demoraba en llegar a la calle Manglar, hurtábamos entre 10 y 15 sacos de detergente y varias cajas de jabones”, años después cuenta Roldán. Además de desvalijar en marcha los camiones que salían de Sabatés, los ‘ninjas’ saqueaban almacenes de la zona. “Entrabamos por el techo. Por varias tejas previamente zafadas, con una soga bajábamos. Luego subíamos sacos de arroz, frijoles o cajas de pescado en conserva, cualquier cosa que después pudiéramos vender. Era como una película. Qué tiempos aquellos”, recuerda Víctor, ex 'ninja' famoso.

A día de hoy, Atarés y El Pilar, siguen estando entre los barrios más marginales de La Habana. Los que trabajan duro suelen ser quienes peor viven. En sus calles angostas, repletas de huecos, pululan antisociales que viven del ‘invento’, el juego de apuestas y el ‘bisne’.

La gente por estos lares no se suele andar con chiquitas. Las discrepancias se zanjan a puñetazos, machetazos o a tiros. Rodney, un negro flaco y alto, solía portar una pistola casera, fabricada con un percutor de revólver que se disparaba con un inyector acoplado.
“Aquí es más fácil tener una pistola que una computadora. Una vez, en un registro policial en el solar donde vivo prácticamente se ocupó un arsenal, hasta escopeta de dos cañones había”.

Los relatos pueden asustar, pero ni Atarés ni El Pilar son 'zonas de guerra'. Claro, tampoco es aconsejable deambular de noche si usted no es del lugar y tiene pinta de tener la billetera repleta. Antiguamente eran dos barrios limítrofes, a partir de 1976 los unieron en uno solo, Pilar-Atarés, ahora denominado 'consejo popular'. Sigue siendo un distrito mayoritariamente negro y pobre, con poco más de 20 mil habitantes. Pertenece al Cerro, uno de los 15 municipios de La Habana.

Sus límites parten de la famosa Esquina de Tejas, donde confluyen cuatro arterias esenciales de la ciudad: Calzada del Cerro, Monte, Infanta y 10 de Octubre. Un cartabón de varias cuadras que llega hasta la calle Matadero por un lado y Cristina por el otro. Este territorio toma su nombre de los barrios extramuros de la antigua capitanía El Horcón.

Fueron creados en 1851. El nombre Pilar tiene su origen en una parroquia situada en la zona cuya patrona era Nuestra Señora del Pilar. Atarés proviene del Castillo ubicado en su demarcación, construido en tiempos del Capitán General Conde de Ricla, descendiente de Pedro de Atarés, originario de Aragón, España.

Se cuenta que al fundarse la parroquia en 1816 y hasta 1835 todos los vecinos y viajeros, sin distinción de clases y sectores sociales, se reunían a bailar, cantar y beber entre juegos de azar y ventas de mercancías. Esas fiestas se realizaban en honor a la Virgen del Pilar, los 12 de octubre.

Algo quedó de esas costumbres. Años después, en Atarés nació una de las comparsas más célebres de Cuba: Los Marqueses de Atarés. Mientras, en El Pilar en 1943 se construía la Escuela Normal de Maestros de La Habana. En la otrora prestigiosa escuela pedagógica actualmente funciona un instituto tecnológico de comercio.

Otro sitio importante fue la Sociedad del Pilar, edificada en 1848. Cuando Pedro Sánchez, un octogenario nacido en el barrio, pasa por las ruinas que han quedado de la popular Sociedad, desvía la mirada. “Sin exagerar, allí se daban los mejores bailes de La Habana y ensayaban músicos de la talla de Benny Moré y Enrique Jorrín”.

Hasta su muerte, en 1987, el violinista, compositor y director de orquesta Enrique Jorrín, mundialmente conocido por haber sido el creador en la década de 1950 de La engañadora, el primer chachachá, fue uno de sus vecinos más ilustres.

Jorrín no fue el único músico famoso del barrio. También en El Pilar vivió Félix Chapotín (1907-1983), el "Amstrong del son cubano". Su hijo Elpidio, quien durante muchos años vivió con su padre y su familia frente al Parque La Normal, es uno de los más importantes trompetistas cubanos.

Estos barrios habaneros no suelen ser visitados por turistas. Como antes de 1959, su gente mantiene la pasión por jugar la ‘bolita’ (lotería). Y cuando arranca la temporada de béisbol, acuden al antiguo Stadium del Cerro, hoy Latinoamericano, a tiro de piedra de sus hogares. La mayoría es fan de Industriales, el equipo-insignia de la capital.

Por las noches, los adultos sacan pequeños bancos de madera y sentados en las puertas de sus casas, comparten historias de épocas pasadas. Mientras, los 'ninjas' van a lo suyo. Ver qué pueden hurtar del próximo camión.

Iván García

domingo, 26 de junio de 2011

Los niños viejos


Debíamos presentarnos en la puerta de la cárcel de Béthune a las 9 y media de la mañana. Elodie nos acompañó a Eva Almassy, la escritora de origen húngaro, y a mí.

Algunas familias esperaban afuera de la cárcel: una mujer joven con un cochecito donde dormía un bebé, una modesta pareja que aparentaba la cincuentena, una delgada y nerviosa mujer, el pelo rapado encima de la nuca, mechas rojizas tapaban sus ojos extraviados, una gruesa señora y su marido, árabes, musulmanes, a juzgar por la indumentaria de ella.

El policía abrió el portón de hierro pintado de gris y comenzó a llamarlos por sus nombres anotados en una lista. Una vez que todos han entrado, Elodie informó al guardia que nosotros estábamos allí para la lectura programada. Debiamos esperar, indicó el hombre. El portón se volvió a cerrar, sólo por breve tiempo.

Al punto nos vinieron a buscar, atravesamos el primer control. Luego debimos entregar nuestros pasaportes o piezas de identidad, y dejar en unas casillas bajo llave los teléfonos portables y cámaras fotográficas. Pasamos los bolsos por los controles de seguridad de objetos, luego nos tocó pasar el arco de seguridad humana.

Enfrentamos las rejas. Debimos atravesar tres rejas, cuando estuvimos frente a la cuarta empezamos a oír vozarrones, gritos, risas, burlas. Los guardias desplazaban a un grupo de presos hacia el patio central. Algunos nos hacieron señas, nos enseñaron la lengua, y volvieron las exclamaciones, a veces convertidas en clamores, hasta que desaparecieron por una puerta verde.

Nos recibió un policía robusto, saludándonos con un apretón de manos, callosas. Atravesamos la cuarta reja y entonces nos hallamos en el pasillo central de la prisión.

A la izquierda se encontraba la biblioteca, encima han claveteado una madera con un nombre repujado: Bibliothéque F. Personne (Nadie).

Eva Almassy empezó a sofocarse, es claustrofóbica y no soportaba encontrarse entre rejas. En la biblioteca nos dió la bienvenida el bibliotecario, o sea, el primer detenido: ojos azules, nariz aplastada, rota, en la cabeza varias cicatrices, en el brazo numerosos tatuajes emborronados. Es simpático, aunque tímido.

El hombre que nos acompañaba llevaba una bandeja de gaceñiga cortada en tajadas y una jarra de café que colocó encima de la mesa. Nos sirvió café en vasos plásticos.

Mientras esperábamos a que llegaran los otros detenidos revisé los libros de la biblioteca, literatura francesa y revistas, no me dio tiempo a más.

Eva se sentía cada vez peor, palideció cuando le dijeron que debíamos quedarnos con los detenidos a solas en la biblioteca, y que las dos puertas estarían cerradas, aunque bien cuidadas, por supuesto, desde el exterior, por los guardias.

Los guardias fueron a buscar uno a uno a los presos a sus celdas. El primero que llegó es un joven de piel cetrina, pelo por los hombros, color azabache, recogido en una cola de caballo o rabo de mula -como decimos en Cuba. Este se notaba más suelto, nos contó que muy pronto saldrá libre, el 30 de julio, y que su mujer parirá en breve su segundo hijo. Es joven, risueño, y aparentaba mucha seguridad en sí mismo.

El tercero en llegar era extremadamente delgado, rubio, ojos verdosos, piel mate, medio amarillenta. El cuarto era un joven de pelo trigueño, ojos azules, tembloroso, al principio era el que menos se atrevía a hablar, lo que feu cambiando paulatinamente hacia el final del encuentro.

Así van llegando… Hasta que, después de una larga demora, aparecen por otra puerta los dos últimos: un grandulón de piel rojiza, pelo castaño, ojos pequeños y boca desdentada. Sus brazos y todas las partes visibles de su cuerpo lucen tatuajes desteñidos; seguido de un asiático, bajo de estatura, luciendo un chivito en la barbilla que se acariciaba con frecuencia; ambos habían sido traídos desde celdas de aislamiento.

Elodie hizo las presentaciones. Estrechamos las manos de los hombres. Eva, cada vez peor, dudaba si quedarse o irse. Finalmente decidió quedarse, y en la medida en que íbamos hablando (hicimos una descripción de nuestros trabajos y explicamos por qué estábamos allí, por qué escribíamos) fuimos olvidando las ventanas herméticamente selladas, enrejadas, sin un solo resquicio que no estuviera protegido por los barrotes.

Conversamos ampliamente sobre ellos, oímos sus historias. A mitad del encuentro les pregunté sus nombres, los que no puedo divulgar. Leí poemas y un fragmento de novela, y retornamos a la conversación. Eva también leyó un fragmento y empezó a sonreír menos aprehensiva y con mayor confianza.

El asiático, el más avispado, no cesaba de devorar trozos de gaceñiga, pese a su diabetes, los otros se burlaban de él y no paraban de reírse, menos el joven de ojos azules, bastante inestable en su asiento, el que al rato empezó a hablar bastante menos reprimido.

Les conté de Ernesto Sábato, de El Túnel, y de otros autores, cuyas vidas habían atravesado sus obras sin que ellos se lo propusieran. El asiático me contó de cuando había estado en Cuba, durante los años 80, desde entonces había hecho fijación con les belles bagnoles, les belles americaines (los automóviles americanos de los años 50), insistió.

El encuentro duró casi dos horas. Al terminar nos despedimos estrechándonos las manos. Primero se llevaron al fornido y al asiático, por la puerta de atrás. Los demás salieron junto a nosotros hacia el centro de la prisión. Uno a uno volví a darles la mano y los miré a los ojos. Ojos tristes aunque pretendieran lo contrario.

Yo sé que están allí porque la justicia francesa los ha juzgado, porque han cometido diversos delitos, lo que no impide que siempre resulte duro dejar a esos hombres encerrados tras las rejas. Nos dijeron adiós repetidas veces. Yo también me volví dos o tres veces hacia ellos. “Bonne continuation!” exclamaron.

Algunos de ellos habían adelantado que saldrían liberados muy pronto, les deseé suerte. Allí quedaron como unos niños envejecidos, demasiado prematuramente.

Zoé Valdés

Tomado de su blog, 22 de junio de 2011

Cuadro: De la serie Niños que lloran, de Bruno Amadio, más conocido por Bragolin (1911-1981) .

sábado, 25 de junio de 2011

Cuba tiene que comenzar de cero en el voleibol masculino


No sólo desertan peloteros y boxeadores. Qué va. También brincan la cerca corredores, saltadores de longitud, futbolistas, balonmanistas y por supuesto, voleibolistas de clase.

Si ahora mismo Cuba no es la primera potencia del mundo en voly masculino de sala -con perdón de Brasil- es por dos causas. La primera, porque con su ofuscada política, el gobierno no autoriza que los voleibolistas firmen contratos en ligas foráneas, sobre todo la brasileña o italiana, las mejores del mundo.

Y la otra causa es debido a la ola de deserciones que desde el 2001 ha sufrido el deporte de la malla alta. Cuando la sexteta cubana se coronó de manera invicta en la Copa del Mundo del 2001 en Tokio, los especialistas locales pensaron que iban a tener un plantel de lujo para rato.

Cuba era candidata a una medalla segura en los juegos olímpicos de Atenas 2004. Había que contar con la isla en la discusión del título en cualquier competencia de nivel.

Pero el equipo se desarmó. Seis voleibolistas abandonaron la selección en una gira por Europa. Y no eran de segunda. Casi todos eran regulares en la formación y algunos, entonces, entre los mejores del orbe en sus posiciones.

Fue un mazazo tremendo para el voly criollo. Después que estrellas como Ihosvany Hernández, Ramón Gato, Ángel Dennis o Leonel Marshall decidieron ser atletas libres, competir por clubes profesionales y ganar dinero, a la hemorragia de deserciones en el voleibol cubano no se le ha podido colocar un torniquete.

Todos los años desertan jóvenes talentosos. Y lo peor es que la cantera del voleibol no se da silvestre como en el boxeo o el béisbol. En Cuba el voly es un deporte de laboratorio.

Sus torneos nacionales son cortos, de poca calidad, sin el seguimiento de la prensa deportiva ni fanáticos. A pesar de eso, logran formar un grupo de atletas con enormes potencialidades físicas y técnicas, gracias a la calificación de sus preparadores, entre los cuales se encuentran los mejores del mundo, como Eugenio George, escogido el mejor D.T del siglo XX por la federación internacional de voleibol (FIV), Antonio Perdomo, Gilberto Herrera y Orlando Samuels.

Entre 2006 y 2009 la sexteta masculina llegó a tener la mayor estatura promedio del voly mundial, con una talla de 2.01 cm. Jugadores como Maikel Sánchez, Oriol Camejo, Raydel Poey, Osmany Juantorena o Yohandry Cala superaban los dos metros. Cuando estaban a punto de cuajar, la mayoría abandonó el país.

Y los técnicos tuvieron que comenzar de nuevo. Pasó a paso. Derrota a derrota. Y con duras jornadas de entrenamientos. Tuvo sus frutos. El año pasado, Cuba fue sub-campeón del planeta detrás del poderoso Brasil. Se pintaba sola la sexteta nacional para discutir el trono en Londres 2012.

Pero volvieron las deserciones o, según los medios oficiales, las ‘indisciplinas’. En la actual liga que se juega desde finales de mayo, la selección cubana ha visto mermado su desempeño por la falta de jugadores de calibre como el central Roberlandy Simón, número uno en su posición, su pasador estrella Raydel Hierrezuelo y el atacador auxiliar Yasser Portuondo.

La ausencia de estos tres pilares ha provocado que la sexteta tenga un pobre desempeño. Anda de capa caída. En el grupo D, donde juega, ocupa el tercer lugar con 3 victorias e igual número de derrotas.

En las estadísticas de ataque, servicio, bloqueo, pase y defensa de campo no aparece ningún cubano entre los diez primeros. Incluso, el talentoso Wilfredo León, no había tenido un quehacer brillante en los primeros encuentros. Después, frente al conjunto de Francia levantó su juego.

De continuar las políticas erradas por parte de las autoridades políticas y deportivas de la isla, los voleibolistas locales seguirán abandonando el país o buscarán buenos pretextos, como contraer matrimonio con extranjeras, para poder jugar en ligas profesionales.
La respuesta está en manos del gobierno. Y no se me antoja complicada.

Iván García

Foto: Alexandre Arruda. De cuando Cuba ganó la Copa América de Voleibol 2008, celebrada en Cuiabá, Mato Grosso, Brasil.

viernes, 24 de junio de 2011

Un museo al aire libre de viejos coches americanos


Con billetes en la mano hay para todos los gustos. Chevy de los años 40 o un Ford bien cuidado del 54. Cadillac "cola de pato", o un camión General Motors del 56 que parece salido de la fábrica. Cuba es el único país del mundo donde por sus calles corren miles de autos, jeeps y camiones fabricados en Estados Unidos a mediados del siglo XX.

Bienvenido al museo al aire libre más grande que existe del automóvil de esa época. La gente que tiene dinero y ante el mal funcionamiento del transporte público, decide comprarse un coche antiguo salido de los talleres de Detroit.

También haciendo trampas legales se puede adquirir un rústico Lada ruso o un Hyundai de tercera mano. Pero muchos prefieren las duras carrocerías de los coches americanos. Y si tiene un motor diesel adaptado, mejor.

Santiago, 42 años, calculadora en mano, saca cuentas y cree que en dos años recuperará la inversión. Pretende invertir 20 mil pesos cubanos convertibles (25 mil dólares) y dedicarse al negocio de taxis de alquiler. Probablemente el único medio de transporte estable en la isla, a pesar de que el gobierno no vende ni un tornillo para reparar los autos.

En Cuba, la compra y venta de coches sólo es permitida a los dueños de autos que tengan traspaso, o sea, los comprados al Estado. En las sesiones del VI Congreso del partido comunista se aprobó la venta de autos vendidos por el gobierno y se estudia la posibilidad de comercializar coches en moneda dura.

Pero aún esas regulaciones no están vigentes. Aunque los dueños de los ‘almendrones’ -así se le conoce en la isla a los viejos autos americanos-, sí los pueden vender, pues sus propietarios los compraron antes de la llegada de Castro.

Según Roberto, 34 años, es común que un Chevrolet o Ford haya tenido una docena de dueños. Los precios andan por las nubes. “En los años 80 usted podía comprar un Chevrolet del 57 por 3 mil pesos (3 mil dólares, la divisa era ilegal y el gobierno canjeaba el dólar uno por uno). Ahora, en 2011 bien le puede costar hasta 25 mil pesos convertibles (30 mil dólares) si está como una joya”, señala Roberto, quien maneja un Impala de 1966 muy bien conservado.

No es que los conductores en Cuba sean amantes a las antiguallas automovilísticas. Es que no tienen otra opción. Luis, 52 años, preferiría manejar un Audi o un Cherokee “climatizado y con ordenador, pero soy realista y aquí eso es imposible”.

Agencias de turismo estatales, anualmente ofrecen desfiles de autos antiguos, donde se ven desde un Ford de 1918 hasta raras versiones de coches de producción limitada.

Y en las calles interiores que bordean la empinada escalinata del Capitolio Nacional, decenas de autos viejos pertenecientes a la corporación Gran Caribe, se alquilan en moneda dura a los turistas que deseen dar un paseo por una ciudad detenida en el tiempo.

Pero el medio más barato y rápido es tomar uno de los 'almendrones' que circulan por vías céntricas de la capital. Cobran 10 pesos o 20 si el viaje es más extenso. Y funcionan cuatro veces mejor que la flotilla de taxis estatales.

El ingenio para mantener en funcionamiento estos coches es digno de admirar. En la General Motors se asombrarían con las soluciones criollas. Sin piezas de recambio, y a golpe de fantasía, los mecánicos cubanos han logrado que estos coches sigan rodando.

A veces son verdaderos engendros. Con motores de un auto ruso, transmisión de un Seat español y caja de velocidad de un Alfa Romeo italiano. La dura carrocería, de acero sobrante del material bélico de la II Guerra Mundial, ha sido maquillada varias veces. Los hay preciosistas, como Javier, 65 años, quien tiene un Chevrolet de 1958 intacto, sin ninguna modificación. “Me han ofrecido 28 mil pesos convertibles (30 mil dólares), pero yo ni caso hago”.

Cuando usted toma un viejo taxi en las calles habaneras, notará que los choferes piden “por favor, no me tiren la puerta”. A pesar de algunos llevar rodando casi 70 años, ante el incierto futuro, los conductores saben que deben cuidar con mimo sus autos, pues por mucho tiempo tendrán que seguir “boteando” (alquilando).

Y si se siente muy desesperado, no sería la primera vez, que un Chevrolet se convierte en una lancha con motores fuera de borda. Rumbo a Miami.

Iván García

Mi patria chica


La jerga burocrática y partidista lo denomina Consejo Popular Víbora. Es mi barrio. Un trozo de geografía, que por un lado abarca desde la Avenida de Acosta, hasta Santa Catalina, y por el otro, desde Mayía Rodríguez hasta la Calzada de 10 de Octubre, otrora Jesús del Monte, inmortalizada por el poeta Eliseo Diego.

Un cuadrilátero de 7 cuadras de largo por 10 cuadras de ancho. Existen numerosas escuelas como el Instituto de la Víbora, hoy politécnico de comercio, la primaria Tomas Alva Edison y la secundaria José Enrique Varona, antaño prestigiosos colegios.

Otras escuelas, como Pedro María es ahora un sucio almacén. Y la que una vez fuera lugar de descanso y meditación de los Hermanos Maristas, desde hace medio siglo, es el cuartel general de la tenebrosa policía política .

Cuando cae la noche, la Calzada de 10 de Octubre se convierte en una pasarela. Gays reprimidos a la caza de una pareja. Lesbianas con un corte de cabello a lo militar y pasadas de tragos, se besan con desespero a la puerta del Pain de Paris, cafetería en moneda convertible. El parque Córdoba es quizás la posada nocturna al aire libre más grande de La Habana. Sexo barato, en divisas o moneda nacional, da igual.

Avanza la madrugada y ancianos de rostros tristes y ropas gastadas, forman cola en el Banco Metropolitano -frente a la antigua residencia de los Condes de Párraga, hoy casa de cultura- para cobrar sus exiguas pensiones. También al amparo de la oscuridad, ladrones, asaltantes y rascabuchadores hacen sus fechorías.

Cuando el sol calienta la fauna marginal va a la cama. Y la calzada se tiñe de rojo, amarillo y carmelita, los colores de los uniformes de primaria, secundaria y politécnicos. Gente apresurada se aglomera en las paradas para abordar los ómnibus de las líneas P-6, P-8, P-9, y P-10 e intentar llegar a tiempo a sus trabajos.

Los viejos que hacían cola por la madrugada, ahora son los primeros en comprar el solitario panecillo de 80 gramos otorgado por la libreta de racionamiento.

Esas cuadras conforman la barriada de La Víbora. Mi patria chica.

Iván García

Nota.- Primer post de Iván. Publicado el 28 de enero de 2009 en el blog Desde La Habana con el título Mi barrio. La foto es de la Calzada de 10 de Octubre, a la altura de la calle San Mariano.