lunes, 23 de julio de 2012

Varadero y sus arenas blancas



Bañarse en las azules y transparentes aguas del balneario de Varadero, a 140 kilómetros al este de La Habana, es un desafío para la mayoría de los cubanos.

Pero la playa merece una visita, aunque no todos pueden hacerlo. Entonces recurren a ómnibus de algunas empresas, que por 50 pesos (2 dólares) por asiento, los fines de semana salen desde la capital hacia Varadero, en la provincia de Matanzas.

Casi ninguno de esos viajes son autorizados, los organizan por 'la izquierda': un trato oral entre el chofer y su jefe, quienes después se reparten las ganancias. Es una de las maneras que tienen los habaneros de a pie para visitar Varadero.

Claro, no tienen acceso a los mejores tramos de playa. Y tipos fornidos con rostros severos les impiden pasar por las zonas destinadas a los huéspedes de los hoteles. Las familias cargan con comida, agua y refrescos.

Nada de alquilar sombrillas ni tumbonas en la arena. O una bicicleta acuática. Tostarse al sol, beber ron y nadar en las apacibles y azules aguas. Es un paseo de 'vira y bota'. Aquellos padres que han podido reunir unos pocos pesos convertibles, llevan a sus hijos al parque de diversiones. Cuando la noche empieza a caer, emprenden el regreso a la capital, en los mismos ómnibus de empresas.

Con esa manía de exagerarlo todo, el gobierno de los Castro se ufanaba en venderle a los cubanos la idea de que Varadero era la mejor playa del mundo. No tanto. En Brasil están Ipanema y Copacabana. En México, Acapulco y Cancún. Y Punta Cana, en República Dominicana, es un paraíso con mejores precios.

Pero los 22 kilómetros de playa de la Península de Hicacos, en la costa norte del occidente de Cuba, no están nada mal. Dentro de esa franja estrecha de arenas finas y muy blancas, se ha levantado un impresionante conglomerado de hoteles.

Desde 2008, los cubanos con 'pasta' pueden acceder a ellos. Ya desde antes, los cubanoamericanos lo venían haciendo. Es una de las extravagancias del gobierno de los Castro. Linchaban verbalmente a los cubanos que se marchaban a Estados Unidos, tildándolos de 'escorias' y 'gusanos', y años después, cuando regresan a visitar a los suyos en la isla, les tienden alfombra roja, dólares mediante.

Gracias a los billetes verdes del 'imperio del mal', muchas familias en Cuba tienen oportunidad de pasar un fin de semana en un hotel de Varadero. A precios tal vez asequibles para un forastero, pero de escándalo para los trabajadores cubanos.

El hotel Arenas Blancas, con oferta de 'todo incluido', cuesta 354 pesos convertibles por tres noches y cuatro días para un matrimonio con dos hijos. Ese dinero equivale al salario de año y medio de un profesional altamente calificado.

Situado en la primera línea de playa, junto al hotel Solymar conforma un emporio de casi 800 habitaciones. Roldán, su esposa y dos hijas, pudieron darse ese lujo.

“Fue un regalo de mi familia que vive en el extranjero. Las niñas han sacado buenas notas en la escuela y hasta el 30 de junio los precios eran más baratos que en pleno verano. Entonces decidimos cambiar las vacaciones”, cuenta Roldán, sentado al borde de una inmensa piscina ovalada.

En el primer semestre del año los cubanos no suelen acudir tanto a las playas. De toda la vida, los meses playeros han sido julio y agosto, los más calurosos.

Debido a la crisis económica en Europa y la recesión en Estados Unidos, los bolsillos de los parientes en el exterior se han encogidos. Así y todo, las entradas de remesas han seguido creciendo.

A esta clase de turistas locales se suma la nueva camada de mini empresarios particulares que arrendan habitaciones, tienen un 'paladar' o una pequeña flota de autos de alquiler. Las ganancias les permiten darse una vuelta por Arenas Blancas.

Otro modo de hacer turismo es colgándose del brazo de un vejete canadiense o un italiano de pelo engominado, ávidos de sexo. Y luego de 72 horas de playa, tragos y discoteca con una escultural negra o mulata, se sienten en la gloria.

Algunos cubanoamericanos también tiran 'canas al aire'. Jorge es uno de ellos. Le va bien con su negocio de alquiler de trajes de buceo en la Florida. Pero se aburre con su esposa, obesa de tanto devorar grasientos muslitos de pollo y estar todo el tiempo echada en el sofá, viendo culebrones mexicanos.

Los hijos, ya hombres, han encaminado sus vidas. Y Jorge tiene plata y deseos de acariciar una piel trigueña, dura y tersa. ¿Dónde mejor que en su terruño?

El cubanoamericano está orgulloso de su nueva conquista. “Una prostituta en cualquier lugar del primer mundo trabaja por horas y la más barata te cuesta 400 dólares. Nada de mimos ni charlas amorosas. En Cuba las cosas son diferentes. Se establece una empatía. Si las cosas siguen marchando bien, estoy pensando sacarla del país”, cuenta Jorge, mientras en el bar del hotel ve el juego de baloncesto de la NBA entre Miami Heats y Boston Celtics.

Una pandilla de ruidosos mexicanos se la pasan en grande bebiendo y cantando rancheras desde que abre el bar hasta que cierra. “Mi única queja es que no hay tequila. Entonces a pegarle al ron, que comparado con nuestros tragos, es jugo de frutas”, expresa Santiago, quien visita Cuba por primera vez.

En cualquier hotel de Varadero donde se hospeden, a los extranjeros les encanta hacer amistad con los cubanos. Unas chicas procedentes de Rusia están hechizadas, ante tantas ofertas de noviazgo o matrimonio. “Es impresionante cómo les gusta ligar a los cubanos. En la discoteca Palacio de la Rumba, cuatro me propusieron casarse conmigo”, señala una ingenua rusa.

Quizás ella desconozca que detrás de ese supuesto compromiso nupcial se esconden las verdaderas aspiraciones de muchos cubanos: marcharse legalmente del país. No importa con quién ni hacia dónde.

Lo mejor del hotel Arenas Blancas son sus empleados. Su trato es personalizado y amable. Casi todos poseen nivel universitario. Pero residen en un país donde la pirámide social está invertida y los profesionales suelen encontrarse entre los que peor viven. Entonces engavetan el título e intentan trabajar en el turismo.

De cualquier cosa: maletero, mucama o botones, en la puerta de entrada. Es el caso de Orlando, graduado en ciencias de la información. Su salario era un chiste de mal gusto y le impedía mantener a sus tres hijos. “En el hotel consigo dinero suficiente para que mi familia se alimente como dios manda”, dice.

Ya los camareros de las mesas buffet se han acostumbrado a los cubanos: el día antes de partir, cargan bolsos de nailon con trozos de carne, pollo y queso.

“Al principio, sentía vergüenza al ver comer exageradamente a la gente de mi país y guardar comida para llevar de regreso. Después no, porque ellos hacen de forma abierta lo que nosotros hacemos de manera solapada. Cargar y robar forma parte ya del proceder de los cubanos. Más por necesidad que por pérdida de valores. O ambas cosas”, afirma el cocinero Danilo.

La tarde de despedida, el personal del hotel te abraza y desea que repitas la visita. Cuando el ómnibus parte rumbo a La Habana, termina el sueño.

Se vuelve a la dura realidad. Dormir con ventilador. Cargar cubos de agua. Y romperse la cabeza pensando qué vas a poner en la mesa ese día.

Es precisamente durante la cena, cuando la familia de Roldán extraña sus vacaciones de tres noches en Arenas Blancas. Si algo abunda en estos centros turísticos es la comida.

Iván García

Foto: Vista aérea del hotel Arenas Blancas, Varadero. Tomada de Price Travel.

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