jueves, 30 de agosto de 2012

La Florida, salvavidas de los Castro



La economía no cree en ideologías, historias antiguas, ni discursos nacionalistas. Tampoco en leyes políticas o fronteras tradicionales. Los números hablan otro lenguaje.

Derribemos, pieza a pieza, la oratoria de Fidel Castro sobre el imperio del norte y sus ansias de apoderarse de Cuba. Es una historia manoseada y peor contada. A día de hoy, la isla tiene poco interés económico y estratégico en la alta política de Estados Unidos. Por eso se mantiene el embargo.

Cuba no es China. Ni siquiera Vietnam. Ambas naciones pisotean los derechos humanos y las libertades políticas al igual que el régimen de Raúl Castro.

La diferencia es brutal. China tiene un mercado de mil 300 millones de consumidores. Y una mano de obra barata y calificada, explotada a destajo por sus gobernantes en contubernio con numerosas multinacionales, que pagan salarios de hambre a personas que laboran hasta 14 horas.

China es la fábrica del mundo. Y Estados Unidos la nación más pragmática del planeta. Miren a Vietnam. Poco importó los 50 mil soldados estadounidenses que hace cuatro décadas perecieron en el delta del río Mekong.

En pos de ciertos intereses comerciales, Estados Unidos le ha otorgado a Vietnam el trato de país favorecido. Ese privilegio ha transformado a Hanoi en una de las principales arroceras del orbe.

Cuba no ha tenido ni siquiera un combate con el país del Norte. Que si hubiese acaecido, poca importancia se le hubiera dado en el tercer milenio.

No hay región más belicosa y de batallas más feroces que Europa. Inglaterra y Francia sostuvieron una guerra que superó el siglo. Hace 73 años, Alemania conquistó medio continente. Los muertos se contaron por millones.

En la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos utilizó armas nucleares para obligar al fascismo nipón a capitular. Hoy, Japón es uno de los mejores aliados de la patria de Lincoln. A pesar de la crisis financiera, Europa apuesta por la integración. Y alemanes y franceses figuran entre los mejores socios.

Por tanto, quien desee alentar el nacionalismo histórico, recordando al pasado sangriento, corre el riesgo de quedarse sin argumentos poderosos.

Cuba ni siquiera sufrió la humillación de México, cuando en el siglo 19, le fue expropiado una parte considerable de su territorio. Lo que queda de las supuestas pasiones anexionistas hacia Cuba es una base militar en Guantánamo, convertida en cárcel para terroristas después del 11 de septiembre de 2001.

A diario, miles de mexicanos saltan muros, atraviesan túneles y desiertos con tal de llegar a suelo gringo. Junto a Canadá, México y Estados Unidos son aliados estratégicos, financieros y comerciales. Conquistada hace dos siglos, gran parte de la actual California está repleta de mexicanos, tacos y tequila.

Ni siquiera los horrores de las batallas, invasiones y conquistas de territorios han impedido que los pueblos se entremezclen. Los políticos xenófobos pueden poner el grito en el cielo y acusar a la emigración de sus desastres y crisis. Pero la lectura de la historia nos dice que la emigración ha sido un motor de desarrollo.

Por geopolítica y estupidez, Washington se ha acomodado a estrategias prediseñadas de antemano. Y a la hora de mantener el obsoleto embargo, han prevalecido intereses económicos y jurídicos y aludido razones éticas y morales (como consecuencia de las expropiaciones realizadas por los barbudos en los primeros años de la revolución, cientos de empresas y ciudadanos de Estados Unidos fueron perjudicados y no se les ha pagado ni un centavo).

Si mañana aparecieran millones de barriles de petróleo en el Golfo de México o yacimientos descomunales de coltán en el oriente cubano, quizás los políticos estadounidenses reconsiderarían sus políticas.

Surgida de los mejores valores democráticos, esa nación pudiera tener reparos al negociar con un régimen administrado por autócratas de verde olivo.

Pero la historia atestigua que ese tipo de escrúpulos no ha sido un freno para Estados Unidos. Se han aliado con personajes como Trujillo, Somoza o Pinochet.

Castro no es peor o mejor dictador que otros. Sencillamente un grupo de cubanos en la Florida tomaron nota del lobby judío y estructuraron una soberbia organización que elabora las recetas futuras de las relaciones bilaterales.

Para bien o para mal. Si en los 60 la Casa Blanca era la responsable directa de las políticas hacia Cuba, desde hace cuatro décadas las estrategias comenzaron a ser dictadas desde la Fundación Nacional Cubano Americana, creada por el difunto Jorge Mas Canosa.

Uno puede estar de acuerdo o no con su visión política. Pero es innegable lo alcanzado dentro de la política de Estados Unidos por unos cuantos congresistas y hasta un senador nacidos en Cuba.

Los cubanos han hecho de Miami una puerta para los negocios y las oportunidades. Aunque por leyes jurídicas y naturales la ciudad sigue atada a Estados Unidos, en la práctica, Miami se asemeja a una provincia cubana.

Mire usted, Miami está más cerca de La Habana que Santa Clara. Y la Florida es la segunda región con más habitantes cubanos, detrás de la capital.

Dentro de 10 años, en el 'estado del sol' residirán más compatriotas que en La Habana. El PIB de los cubanos en la Florida supera por seis el pésimo desempeño económico de los hermanos Castro.

En 2011, el dinero repiqueteó alegremente hacia Cuba. Más de 2 mil millones de dólares llegaron a las cajas registradoras del régimen. Si a ello sumamos el enorme volumen de paquetes con medicinas, celulares, ordenadores, electrodomésticos y pacotilla que a diario llega a la isla, probablemente el monto supere los 5 mil millones de dólares.

Por si fuera poco, cada año viajan a Cuba medio millón de exiliados con las carteras repletas de dinero y las maletas a reventar de peso, con alimentos, ropa y zapatos para ayudar a sus empobrecidos parientes en la otra orilla.

Un sector empresarial de cubanoamericanos tiene plata suficiente para destinarlo a la reconstrucción de la devastada isla. Y deseos de hacerlo. Con Castro, o después que Dios se los lleve.

Por tanto, la teoría de la fruta madura dicha en el siglo 19 por un senador yanqui, tiene escasa utilidad en este 2012. Hablar de intereses anexionistas de Estados Unidos hacia Cuba no es serio.

Es el gobierno de los hermanos Castro el que cada vez más depende de la economía floridana, como un ahogado se aferra a su salvavidas. Miami es la extensión de aquella Habana que se detuvo en 1959. Si no hubiese existido Fidel Castro, la historia de la Florida quizás fuese otra.

Sería bueno preguntarle a los políticos estadounidenses si han pensado alguna vez en ceder a Miami como una provincia de Cuba. Porque en la práctica no hay nada más parecido.

Iván García
Foto: Apartamentos de lujo en Key Biscayne, Florida.

martes, 28 de agosto de 2012

Reformas económicas: un casino abierto a la especulación



Sergio, tecnólogo, 63 años, desde hace dos décadas juega en el equipo de los perdedores. Es uno más de esa mayoría de consumidores afectados por los precios exorbitantes en productos y servicios.

Su salario de 375 pesos (16 dólares) hace 25 años era otra cosa. A finales de los años 80, recuerda, dos veces al mes hacía sus compras de carne de cerdo deshuesada, embutidos, yogurt y chocolate en la antigua Sears, tienda habanera que a modo experimental fue convertida en 'mercado paralelo'.

Con su salario, en otras tiendas del boyante 'mercado paralelo' podía adquirir, jeans piratas, calzado deportivo chino de mediana calidad y camisas Christian Dior facturadas en Singapur. Los precios, en pesos, eran elevados, pero la gente podía reunirlos y comprarlos.

Igual que ahora, Sergio era pobre. Sólo que entonces, el dinero de su salario valía. Cuando la antigua URSS dijo adiós a la estrafalaria ideología comunista, y cortó la tubería de rublos y recursos, el comandante único se las vio negras.

De los comercios desaparecieron las compotas rusas de manzana. Los jugos búlgaros de melocotón y albaricoque. Y las botellas de vino de Armenia. Y el salario de Sergio se convirtió en un puñado de pesos con valor simbólico.

Veinticinco años después gana solo 35 pesos más que en los 80. Sin embargo, paga 7 veces más caros los alimentos y servicios.

“Saca cuentas. En aquel tiempo, la libra de carne de cerdo costaba 4 pesos, hoy cuesta 23. La de res, que en el mercado negro costaba 8, ahora cuando hay, cuesta 55 pesos la libra. Hasta pasar por la barbería es un lujo: antes te pelabas con un peso, actualmente, con no menos de 20”, explica Sergio abatido.

No es la nostalgia por el pasado. Es la incertidumbre por el futuro. Todos estamos de acuerdo que los precios de la canasta básica se han disparado en el mundo. Pero siempre debe existir un equilibrio con el salario.

En Cuba, a ciudadanos como Sergio, se les va su ridículo sueldo de tecnolólogo solo en comprar comida. Y comen mal. Las casas se deterioran por falta de mantenimiento. Ni qué decir de los muebles. Viven al día. La gran mayoría de su salario; los afortunados de remesas, y el resto, de lo que sea capaz de “inventar”, ya sea robando en sus puestos laborales o vendiendo baratijas por la 'izquierda'.

Con las nuevas y cacareadas reformas del General Raúl Castro, la miseria se ha disparado. Han aumentado los vagabundos callejeros. Los bolsillos más afectados siguen siendo los de aquéllos donde no caen pesos convertibles.

En la isla se ha montado un casino espectacular. Por supuesto, hay ganadores. Los listos de la clase son algunos cuentapropistas y personas que reciben gruesas sumas de divisas y han invertido en negocios a la sombra.

Aunque los particulares vivirán siempre con la zozobra de las sociedades cerradas. Por leyes absurdas que más que defenderlos los satanizan.

Intentar enriquecerse en Cuba es caminar por una peligrosa cuerda floja. Está bien que la gente haga dinero y se multipliquen los pequeños negocios. Pero el Estado debiera diseñar una carta jurídica que proteja e incentive los negocios reales. No el trapicheo caribeño. Ni los chiringuitos de supervivencia.

También debiera buscar soluciones urgentes, y no esperar las calendas griegas para sentarse a estudiar -y resolver- el problema de la doble moneda. Elevar de manera razonable los salarios miserables devengados por obreros y empleados.

Es precisamente el que trabaja de forma honesta el que peor vive. La burbuja especulativa es sideral. El régimen pudiera dictar leyes más transparentes que pongan coto a la especulación desenfrenada. Difícil y complicado mientras exista tanta escasez. Si se produjera carne, hortalizas y frutas en cantidades apreciables, los precios caerían en picada y la especulación disminuiría.

Las absurdas políticas que obligan a vender a los campesinos particulares el 80% de sus cosechas al Estado, provocan fraudes y mecanismos tramposos. Sin contar las cantidades risibles que el gobierno paga por los productos agrícolas. Los guajiros no suelen declarar su producción real. A veces prefieren auto robarse y luego vender los productos a mejores precios.

Bajo el paraguas gubernamental se ha gestado una casta de sinvergüenzas y corruptos que, amparados por el carnet del partido, se han enriquecido lucrando con la comida de la población. Esa mafia existente en comercio interior es la que maneja, como fichas de casino, los precios de algunos alimentos. Incluso prefieren dejar que se pudran antes que bajar su costo.

Si Raúl Castro quiere, de un golpe puede acabar con ese entramado especulativo. Pero debe jugar en serio y al duro. Abolir los centros de acopio estatales sería un buen comienzo para desbloquear los altos precios de los alimentos.

Vender autos en agencias acabaría con los precios exagerados en el mercado privado de oferta y demanda. Al autorizar la venta de carros de segunda mano por parte de sus dueños, es verdad que dio un paso.

Pero alimentó al dragón de la especulación, al impedir que un cubano con dinero suficiente, pueda adquirir un auto nuevo. Los precios actuales son una locura. Un viejo coche estadounidense de los años 50 bien puede costar 25 mil dólares. Y más.

También sería sensato reducir considerablemente los excesivos impuestos de circulación a los artículos vendidos en las tiendas por moneda dura. Están gravados hasta en un 300%. Ese dinero recaudado por el régimen no ha traído mejoras en la calidad de vida de los más pobres. Al contrario.

Una tarde de abril de 1961, frenético y portando un fusil, Fidel Castro dijo que el proceso iniciado era una auténtica revolución "de los humildes, de los humildes y para los humildes". No ha sido así.

En los últimos 20 años, los pobres son mucho más pobres. Entre un 65 o 70% de la población tiene problemas materiales urgentes sin resolver. Lo peor es que no hay soluciones a la vista. Las reformas de Castro II han significado un nuevo hueco en el ya apretado cinturón de los más necesitados.

Los pequeños negocios privados pueden que sean un salvavidas de supervivencia para muchos cubanos. Pero vendiendo pan con mayonesa no se construye una nación desarrollada y próspera.

El dinero en Cuba, por lo general, siempre ha corrido hacia el mismo lugar: el bolsillo de los protegidos por el sistema.

El General puede cambiar las reglas. O dejarlas intactas. Con cualquiera de las dos opciones sabe que el sistema está en quiebra. La revolución, tal como la concibió su hermano, es una fantasía incosteable.

Si escoge la economía de mercado y apuesta por leyes democráticas, perdería el trono, pero podría a pasar a la historia vestido de héroe. Por el camino que va, trascenderá como un villano.

Iván García
Foto: Tomada de Martí Noticias.

domingo, 26 de agosto de 2012

¿Por qué la disidencia no es un referente para el cubano de a pie?



Mis vecinos piensan exactamente igual que Oswaldo Payá o Antonio Rodiles. Están tan molestos con el gobierno de los hermanos Castro como cualquier disidente.

No son pocas las noches que debo escuchar unas cuantas quejas y criticas subidas de tono hacia el régimen del General Raúl Castro.

Las causas de los disgustos son variadas. Desde lo difícil de llevar comida a la mesa por los altos precios de los productos básicos y los bajos salarios, hasta la absurda doble moneda, la ineficacia del aparato judicial, la burocracia letal y la corrupción en todos los niveles de la vida.

Por menos que eso, les digo, en cualquier país del mundo la gente se tira a la calle a protestar. En Cuba no. Las personas prefieren tomar de tribuna la sala de su casa. Y puertas adentro y en voz baja, no se cansan de lamentarse de su mala suerte.

Cuando usted les pregunta por qué no se sindicalizan de forma independiente, en el caso de los trabajadores, o las amas de casa salen a la calle con las cazuelas vacías, a hacer ruido por la carestía de la canasta básica, todos ponen caras largas. Invariablemente la respuesta es: “Yo no soy un héroe”. Y en el mejor de los casos: “Si otros lo hacen yo me sumaría”.

¿Por qué no se asocian a un grupo opositor?, vuelvo a indagar. Para no confesar su temor, suelen decir que "no desean poner en riesgo a su familia". O que no confían en la disidencia o que a ellos ningún opositor se les ha acercado.

Ése es un punto interesante. Es raro que en un barrio de La Habana -menciono la capital por ser donde vivo-, no resida un disidente. La mayoría de los opositores sufren las mismas carencias que los ciudadanos comunes. Incluso más. Pues por lo general son acosados por los servicios especiales.

Mi apreciación es que la oposición cubana no ha sabido aprovechar el evidente descontento popular para sumar adeptos.

Viven enclaustrados en un mundillo por ellos mismos creados, salvo contadas excepciones. Es el mundillo de las charlas, academias, videos y encuentros. Sí, es cierto que sus artículos y documentos son redactados en la isla, pero generalmente solamente los leen los agentes encargados de vigilarlos o los periodistas y blogueros autorizados por el gobierno para replicarles. Un círculo vicioso estéril.

Los cubanos de a pie ni siquiera se enteran de qué va el asunto. Mientras, siguen disgustados por estar dos horas en una parada para abordar el ómnibus. Se quejan de todo. La pésima elaboración del pan. Cómo los contenedores de basura se desbordan. Las calles convertidas en ríos por los innumerables salideros.

No creo que Manuel Lagarde o Enrique Ubieta, defensores a ultranza del régimen, desconozcan que sus vecinos están irritados por la mala calidad de la educación y la salud pública.

Ocho de cada diez personas con las cuales hablo, están descontentos con los Castro. La oposición nunca ha sabido capitalizar ese enojo.

Está más preocupada en que sus planes e intenciones se conozcan fuera de las fronteras cubanas. Y apenas realizan trabajo comunitario local, a no ser la Red de Comunicadores Comunitarios que preside Martha Beatriz Roque y grupos apenas conocidos en provincias del interior.

Es cierto que la Seguridad del Estado, entre el acoso, los topos infiltrados y su misión de dividir, les hace más fastidiosa y complicada su labor.

Los medios del régimen no le dan espacio a la disidencia para que puedan emitir sus puntos de vista. Y no lo harán. Por tanto, ese espacio hay que ganárselo a pulso. La labor de un partido opositor es captar miembros.

Creo que no es muy difícil encontrar gente dispuesta a escucharlos. Debiera la disidencia enfocarse más en los problemas de sus vecinos del barrio. Que constituyen un aliado natural.

Cierto que alistar a cubanos escépticos con la política sí no es tarea fácil. Los políticos no están de moda, ni en Cuba ni en otras naciones. Y muchos indignados criollos ven también a la disidencia como una banda de vividores y oportunistas.

Es el mensaje que el gobierno ha trasmitido durante años. Desmontarlo no es simple. Y el comportamiento de determinados disidentes tampoco ayuda.

No son pocos los que se enrolan en la oposición para, a la vuelta de un tiempo, ganarse el status de refugiado político. Existe una disidencia golondrina.

Y algunos que resisten y combaten con sus ideas al régimen dentro de la isla, se han transformado en narcisistas de libro. Para ellos, los proyectos políticos son válidos solamente si ellos los han redactado. Los otros proyectos no cuentan. O sí. Para descalificarlos.

Noto una tendencia preocupante entre algunos disidentes. Están usando las mismas armas del régimen. Conmigo todo, fuera de mí. nada. Y las calumnias entre ellos son muy frecuentes. Cuando alguien no les rinde pleitesía o no comparte sus teorías, lo primero que sueltan es: “Fulano es agente de la seguridad”.

Sin aportar pruebas. Es la manera más rápida de etiquetar a un adversario de criterios. Por esa vía, nada sacarán en limpio. Es el régimen quien gana puntos teniendo todo el tiempo a los disidentes fajándose entre sí.

La oposición cubana se asemeja a una pasarela de vanidades. Y siento escribir de esa manera. Pero cada vez que acudo a un evento o charlo con algunos opositores. me quedo con un mal sabor de boca.

Las descalificaciones entre unos y otros son patológicas. Si hasta el momento no han sido un referente válido para la ciudadanía, en parte ha sido por su propia culpa.

Si uno no se respeta, no puede exigir respeto. Esas miserias humanas debieran echarse a un lado. Por encima de egos y protagonismos está el futuro de Cuba.

No queda mucho tiempo para cambiar de táctica. Mientras, los gobernantes de verde olivo hacen lo suyo. Y trazan su estrategia intentando colonizar a la disidencia.

Mis vecinos quieren un cambio de gobierno y de sistema. No confían en los hermanos Castro. Tampoco en la disidencia. La oposición ha hecho muy poco para sumarlos a su causa.

Iván García
Foto: Disidentes reunidos en La Habana.

viernes, 24 de agosto de 2012

A la caza de divisas



Cuando un gobierno tiene las finanzas en números rojos todo es prisa. Entonces suelen recurrir a la tijera impositiva. Hacen recortes de carniceros dentro del abultado gasto público. O suben los impuestos. En eso anda el régimen del General Raúl Castro. Con la diferencia de que al tener los ciudadanos cubanos sueldos miserables, recurre al cobro de aranceles a los paquetes girados por familiares residentes en otros países, sobre todo en Estados Unidos.

Lo hacen por varios motivos. Uno, el sistema diseñado por el comandante nunca fue capaz de generar riquezas. Otro, en el fondo odian a los exiliados y emigrados. Los ven como traidores. Tipos que no creyeron en el ‘padrecito de la patria’ y huyeron en balsa o en avión, a cobijarse en tierras del enemigo capitalista.

Fidel Castro, el gran culpable de que Cuba ande a pique, endeudó el futuro de la nación con guerras en África y planes económicos descabellados. Tantos que se pueden compilar en más de una antología. Su hermano Raúl vino de pitcher relevo. Con una situación financiera y económica al borde de la ruina. Quizás no era el más aconsejable para gobernar.

Pero ésa es otra historia. Ya se sabe que vivimos en una auténtica autocracia. En Cuba las decisiones la toman los de siempre. Y los de abajo solo debemos aceptar y aplaudir. Como el discurso antiyanqui no produce dinero, ni comida, viviendas o mejores salarios, el régimen verde olivo montó una industria a todo gas en torno a los dólares enviados por “los gusanos” de la Florida.

Son militares las empresas que controlan los hoteles, centros recreativos y las tiendas por divisas donde los cubanos van a gastar la plata enviada por los suyos. Y a qué costos. Para surtir esas shoppings, se ha creado un circuito cerrado dentro de la economía nacional, que a precio de oro oferta artículos de la canasta básica como aceite, leche en polvo y puré de tomate. Es evidente la marcada intención del régimen de ordeñar a los exiliados y emigrados como si fuesen terneros: los impuestos con que se venden esos artículos superan el 240%.

Cuando en el otoño de 2005, muy enfadado, porque los gringos lo atraparon canjeando billetes de dólares viejos en una de sus cuentas en Suiza (lo que llevó al banco suizo UBS a terminar sus operaciones en Cuba en 2007, luego de pagar una multa millonaria a Estados Unidos), Fidel Castro situó un impuesto revolucionario del 20% al dólar estadounidense. Una mañana, por esos años, antes de depositar su voto en el paripé de elecciones populares, dijo a la prensa extranjera que ésa era una de las formas que tenía su gobierno para costear la revolución energética y ayudar a los más pobres.

La teoría de Robin Hood. Que si de veras ayudara a los más desposeídos, bienvenido sea. Pero no. Fue otro farol de Castro I. El impuesto a las divisas y a las ventas en las shoppings no ha servido para arreglar calles o reparar ese 60% de viviendas en mal estado en la capital. Tampoco ha servido para hacer más eficiente la agricultura. O mejorar los salarios.

Nadie sabe exactamente a dónde va a parar ese dinero. Si sacamos cuentas de bodeguero, a grosso modo, veremos que desde que se despenalizó el dólar en 1993, sólo por concepto de remesas y ganancias obtenidas por los altos precios de los artículos en los comercios por moneda dura, la cifra podría alcanzar los 35 mil millones de dólares en 19 años.

En ese tiempo, se han ido montando una serie de negocios, dirigidos por empresarios militares. Las ganancias andan por el orden de los 2 mil millones anuales. Para una nación pobre como Cuba es bastante dinero.

Preocupado, llamé a la dirección de TRD Caribe, corporación que administra la mayoría de las tiendas por divisas en la isla. Quería indagar qué se hace con el dinero. La callada por respuesta. Intentos de atemorizar. “¿Quién es usted?”. dijo un tipo con voz de comisario político. “Alguien que le aporta dólares al erario público, vivo en Cuba, soy cubano y tengo derecho a saber cómo se emplea el dinero que envía mi familia o gano con mi trabajo de periodista”, le contesté. Un golpe seco del otro lado cortó la comunicación.

Es lo habitual. No responder, no rendir cuentas. Con ese procedimiento consiguen despertar sospechas. ¿En cuáles maletas estarán guardadas esas ganancias? ¿O en qué cuentas bancarias fantasmas han sido depositadas?

Cuando un gobierno no es transparente con los ingresos y egresos de su dinero, no se puede pensar de manera positiva sobre su gestión. Tire al cesto los tratados marxistas que hablan de la plusvalía. El Estado cubano es más voraz que el más desalmado capitalista. El nuevo impuesto a los paquetes y cajas procedentes del exterior lo que persigue es ingresar más dólares a la caja fuerte estatal.

Para nada les interesa la reunificación familiar o aliviar las carencias de muchas familias cubanas, gracias a las cosas enviadas por sus parientes desde el extranjero. También hay otra realidad. Debido a los miles de tenderetes privados en todo el país, las ventas en las tiendas recaudadoras de divisas han caído en picada, por los altos precios de la ropa y su poca calidad. Para frenar las ofertas particulares, más baratas y mejor confeccionadas, recurren al garrote fiscal.

Es el lenguaje que mejor dominan. No se les ocurre hacer una amplia rebaja de precios a los artículos de escasa salida en las shoppings. Un obsoleto televisor chino lo venden en 300 pesos convertibles (cuc). El salario de dos años de un obrero. Si desea adquirir un televisor de plasma debe desembolsar entre 700 y 1000 cuc. Uno más moderno no supera los 300 dólares en Miami. Al ser más bajos los precios, los cubanos de la Florida optan por enviárselo a los suyos en la isla.

En medio del malestar generado por la noticia de que a partir del 3 de septiembre las autoridades cubanas impondrán altos aranceles a la paquetería internacional, el 13 de julio atracaba en el Puerto de La Habana una embarcación procedente de Miami, con mercaderías destinadas a instituciones y particulares. Está por ver si ese hecho insólito -y contradictorio- es puramente anecdótico o marca el inicio del descongelamiento del embargo impuesto por Estados Unidos a Cuba en 1962.

Después de Jimmy Carter, ningún presidente de Estados Unidos ha sido más flexible con los Castro que Barack Obama. Si se pensara razonablemente, lo ideal sería responder con gestos de buena voluntad. No con exigencias quiméricas. O aplicando la cuchilla arancelaria. En este pulso diplomático, los más interesados en la permanencia del embargo y la confrontación son los hermanos de Birán. Es el combustible político que los sostiene. Su único as de triunfo.

Iván García

miércoles, 22 de agosto de 2012

Esperando por internet



Cuba, por disposición de sus gobernantes, se resiste a entrar de lleno en el siglo 21. La mentalidad de los autócratas que desde hace cinco décadas presiden la república, sigue varada en un estado de guerra fría.

Internet, una herramienta imprescindible del mundo moderno, es visto más como un Caballo de Troya que como una conquista de los nuevos tiempos.

Recelosos, ciertos analistas de la inteligencia gastan sus neuronas en demostrar que la red de redes es el último invento de la CIA para desmontar dictaduras. Facebook y Twitter les resultan altamente sospechosos. Y ponen obstáculos para que la autopista de la información pueda correr sin trabas por la isla.

Los beneficios superan por cinco los supuestos perjuicios. Es una realidad que los universitarios cubanos están entre los peores capacitados del planeta, debido al escaso uso de internet en sus investigaciones e intercambios académicos.

La economía seguirá naufragando mientras el régimen no se percate que la web forma parte intrínseca del mundo comercial y financiero. La bandera que los talibanes políticos sostienen con fuerza es la del monopolio de la información.

Se sabe que las autocracias gobiernan de manera más cómoda cuando controlan el flujo informativo. Es el punto fuerte a favor de quienes demonizan internet.

Con una red de redes libre, el régimen de La Habana puede ser pillado flagrantemente cuando miente. También trascenderían ciertas noticias y escándalos que no se publican en los medios oficiales.

Así y todo, sin internet eso está aconteciendo. Ya desde hace tiempo se ha vuelto muy complejo impedir la circulación de informaciones acuñadas de 'nocivas'.

Gústele o no a los hermanos Castro, existe la telefonía móvil, que en naciones cerradas como Cuba, convierte a los SMS en una herramienta útil para conocer noticias censuradas. O las ilegales antenas por cable.

Entre culebrón y culebrón, la población ve en los los telediarios de Miami otros puntos de vista de lo que sucede en su propio país y el mundo.

Colocándole un candado a internet poco se resuelve. El descontento por la mala gestión gubernamental no se detendrá. Los planes de jóvenes profesionales para emigrar continuarán. Y, de rebote y con atraso, seguirán llegando noticias del acoso a las Damas de Blanco y las detenciones y palizas a los opositores de barricada.

Incluso la disidencia y los periodistas independientes, a pesar de lo costoso que resulta navegar por la red, cada semana se conectan desde hoteles. O en las embajadas con servicio de acceso gratuito.

Entonces ponerle un freno de mano a internet es un absurdo. En la era de Fidel Castro, descaradamente se manipulaba el tema. La justificación era simple. La administración de Estados Unidos era la culpable de que los cubanos no pudieran tener una conexión de banda ancha en sus hogares.

El régimen alegaba que debido a la negación del permiso para conectarse a los cables submarinos que rodean La Habana, el enlace era satelital, más caro y lento.

Fue un buen argumento. Ciertamente, la Casa Blanca puso impedimentos para que Cuba se conectara. Exigían internet libre, frente a la política de los Castro de regularlo y controlarlo.

Como no se ponían de acuerdo, Estados Unidos no autorizó la conexión a sus cables marinos. Pero en 2008 llegó al poder Barack Obama y hace un par de años permitió que algunas empresas estadounidenses negociaran con el régimen el acápite de internet.

Una firma de telecomunicaciones anclada en la Florida le hizo una propuesta al gobierno cubano. Por 18 millones de dólares, reactivarían un viejo cable submarino e internet dejaría de ser una fábula de ciencia ficción en la isla.

No era mal negocio. Pero en cada propuesta gringa, los Castro siempre ven un arma secreta para subvertir la revolución. Al agotarse las justificaciones de la maldad yanqui, optaron por el discurso de 'soberanía y dignidad'.

En nombre de la independencia digital, se publicitó desmesuradamente una intención conjunta con Venezuela que “permitiría conectar a Cuba sin la injerencia o presión de Estados Unidos”.

Un ALBA.NET, le llamó la gente. El cable de fibra óptica costaría 70 millones de dólares, tres veces y media más que la oferta de la empresa estadounidense. Pero según el régimen, le permitiría autonomía.

El cable venezolano llegó a las costas cubanas en febrero de 2011. Y desde julio del año pasado está operativo. La trama de corrupciones desatadas a su alrededor es mayúscula.

La prensa oficial no ha divulgado ni una nota, pero se rumora que medio centenar de personas están involucradas en el desfalco financiero. Hasta el nuevo ministro de Informática y Comunicaciones, el ingeniero Maimir Mesa Ramos, en su momento se vio salpicado por la corruptela.

La historia real del cable es uno de los secretos mejor guardados en Cuba. Nadie sabe cuándo internet se comercializaría libremente. Hace unos días, por la red circuló un documento donde se decía que la hora se vendería a 6 cuc o pesos convertibles, el salario de quince días de un obrero.

Hasta la fecha, las autoridades competentes no han abordado el tema en los medios locales. Sería irracional vender internet a precio de oro. En naciones desarrolladas, un mes con banda ancha no supera los 40 dólares.

Pero Cuba es un país diferente. Si ese documento fuese cierto, 30 horas al mes costarían 180 cuc. Pocos podrían acceder a internet. En el mercado negro suelen vender la hora a dos pesos convertibles.

El otro dilema es la lentitud de la conexión. Los autorizados por el gobierno a tener adsl en casa, se conectan a 45 kilobytes por segundo. A veces a menos.

En una isla donde no pocas veces los rumores son más creíbles que las versiones oficiales, se afirma que las fuerzas armadas y el Ministerio del Interior, entre otras instituciones, ya están conectados al cable con una banda respetable.

Mientras, muchos cubanos que nunca se han sentado delante de un ordenador ni han navegado por internet, esperan algún día poderse abrir una cuenta en Facebook o leer en versión digital los principales diarios del mundo.

Todo está en manos del gobierno de Raúl Castro. Que por ahora, en materia de internet, solo ha dado la callada por respuesta.

Iván García

lunes, 20 de agosto de 2012

All of me



Dicen que casi todo el mundo recuerda qué estaba haciendo el 11 de septiembre de 2001, cuando supo la noticia del ataque terrorista al World Trade Center. Por mi parte, vi por la TV las primeras imágenes del hecho mientras ayudaba a un albañil, que me pagaba 20 pesos diarios, a remendar el techo de una vieja casa en Santos Suárez.

Hasta una semana antes, trabajaba en una UBPC cerca de mi casa. Me pagaban 350 pesos mensuales por hacer de celador de la vaquería en noches alternas y de vaquero todos los días, a partir de que amanecía y hasta que me relevaban después del mediodía. El trabajo tenía sus compensaciones. Al menor de mis hijos, que tenía entonces siete años, y acababan de quitarle la leche de la libreta de abastecimiento, no le faltaba la leche de vaca acabada de ordeñar. En nuestra mesa, no faltaba el ají, el quimbombó y las frutas que ¿resolvía, robaba? en la granja.

Además, siempre me ha gustado la vida al aire libre. Recuerdo que aquel trabajo me abría el apetito. Me encantaba nadar en la presa, vestido solo con un jean cortado por las rodillas, mientras las vacas pastaban en la orilla. Luego me tendía a leer mientras me secaba al sol y vigilaba a las vacas. Malagradecido que es mi cuerpo, no estaba tan flaco como ahora, sino musculoso y con la piel tan tostada como un indio.

Me botaron de aquel trabajo porque un día cuando recogí las reses, yo que soy cegato y distraído, y que por tan poco dormir, no sabía ya cuando soñaba o estaba despierto, no descubrí que una vaca preñada se escondió y se quedó regada en el campo hasta la mañana siguiente. La encontré parida, con su ternerito, oculta entre los matorrales. Por suerte ningún matarife dio con ella esa madrugada, porque todavía estaría preso.

Habría sido una jugada perfecta para Seguridad del Estado, porque como ya era periodista independiente desde hacía más de tres años, me hubieran podido enviar a prisión, no por motivos políticos, sino acusado de “hurto y sacrificio de ganado mayor”. De hecho, el jefe de la granja amenazó con acusarme de impulsivo, y mal hablado que soy a veces, lo mandé para la pinga y le pedí la baja. Después de reparar el techo donde me sorprendió el 11-S, me fui a cortar marabú y a chapear las orillas de la carretera de Managua. Estuve en eso hasta hace menos de siete años.

Desde que me echaron de la universidad para los revolucionarios, casi ningún trabajo me asusta. Como he pasado casi toda mi vida adulta en trabajos rudos –a los 19 años ya trabajaba en la construcción, allá por 1987 trabajaba demoliendo casas a mandarriazos en la Habana Vieja y diez años después, luego de un intermedio como cartero, en el bacheo de las calles del municipio Diez de Octubre- deben suponer que físicamente soy cualquier cosa menos escuálido, que es el término que empleó mi amigo y colega Iván García para describirme en una crónica que me dedicó.

Soy introvertido y tímido, de acuerdo. Bajito y flaco siempre he sido, pero bastante fuerte y saludable. Mejor que escuálido sería enjuto, fibroso, nervudo... Pero a veces uno no halla las palabras precisas para describir a los demás.

Trabajé en la vaquería desde marzo hasta los primeros días de septiembre de 2001: menos de seis meses. No obstante, que haya trabajado como vaquero llama todavía la atención de muchas personas. Algunos amigos que me conocen bastante bien, en Cuba y en el exilio, siguen enclochados en que trabajé como celador de una vaquería.

También pudieran decir que alguna vez fui profesor de inglés y que puedo leer, casi tan bien como a García Márquez y a Vargas Llosa en español, a Faulkner y a Hemingway en su lengua original. Pero supongo sea más romántica la imagen del escritor-cowboy con pinta de junkie o de freakie (¿de hippie sería más exacto?).

A propósito de los detalles románticos, lamento contradecir a mi amigo Iván, pero en mis noches en la vaquería, no escribía cuentos y crónicas junto a una vela, sino a la luz más prosaica de un bombillo ahorrador de 60 watts, con el machete al lado, siempre atento a que no me sorprendieran los matarifes y me descojonaran todo para robarse las vacas.

Con la escualidez, la vela y la pinta de junkie y todo, agradezco el inmerecido honor que me hace Iván García al elogiar mis mañas al escribir. Lo atribuyo a nuestra vieja amistad, que se remonta a los tiempos en que teníamos como mentor al poeta Raúl Rivero, al que nunca tendremos cómo agradecerle sus consejos y enseñanzas. Pero si se trata de los mejores en el periodismo independiente que se hace ahora mismo en Cuba, también se puede hablar de Tania Díaz Castro, Juan González Febles o el mismo Iván -al que le viene de casta, por algo es hijo de Tania Quintero-, que es uno de los más agudos, ágiles y originales de los observadores de la realidad nacional.

Con González Febles, que desde noviembre de 2007 dirige Primavera Digital y es un excelente narrador, tengo mucho en común, aparte de una amistad -en las buenas y en las malas- de más de veinte años. Nos iniciamos juntos en el periodismo independiente en 1998, en Nueva Prensa, una pequeña agencia independiente que había creado y dirigía la ex comentarista deportiva de la TV Mercedes Moreno, a quien debemos lo muy en serio que tomamos el periodismo desde el principio.

Creo que fue Mercedes quien nos trajo una tarde un libro, Los periodistas literarios, donde aparecían crónicas de Wolfe, Didion, McPhee y otros. Ella pensó que nos interesaría. Acertó. Aquel libro cambió definitivamente nuestro modo de escribir. En aquella época, insaciables lectores como éramos, ya conocíamos a Tom Wolfe, Truman Capote y Gay Talese. Desde entonces, con esos referentes y otros más que hemos ido hallando, eso es lo que tratamos de hacer con más o menos suerte, cuando podemos y viene al caso: periodismo literario.

Es algo que llama la atención de muchos, porque aunque lo literario siempre estuvo presente en el periodismo cubano -desde José Martí y Julián del Casal, pasando por Bohemia y toda la prensa de la República, hasta Lunes de Revolución y la Revista Cuba-, los experimentos formales de los periodistas cubanos de los años 60 fueron barridos por la chatura y la mediocridad del decenio gris, y hasta hoy, salvo contadas excepciones -Leonardo Padura, Luis Sexto, Ciro Bianchi- no ha logrado levantar cabeza en la prensa oficialista. Si hemos logrado traerlo como algo novedoso a la prensa independiente, particularmente en Primavera Digital, ése sería nuestro principal mérito.

Luis Cino
Círculo Cínico, 27 de junio de 2012

Foto: Luis Cino, a la derecha, con pulóver rojo, Laritza Diversent e Iván García. Fue hecha y enviada desde Nueva York por la periodista estadounidense que en abril de 2009 conversó con ellos en el portal del Hotel Colina, en el Vedado.

sábado, 18 de agosto de 2012

Ladrones y jineteras pueden aumentar con el desempleo



A río revuelto, ganancia de jineteras y ladrones. Cuando dentro de un año el número de parados supere el millón, las calles habaneras se habrán tornado más peligrosas y la putas baratas estarán a la orden.

Loipa, 24 años, ya desenfunda su arma. Después de una temporada en la cárcel pensó en redimirse. Y comenzó a trabajar como recepcionista en una empresa. Pero ha sido de las primeras en ir al paro.

La única opción que le ofrecieron fue laborar en el campo. Entonces decidió volver al 'oficio' que mejor domina: jinetear. “No creo que la presión policial sea muy rigurosa, estarán ocupados en un sinfín de cosas. Ahora voy ofrecer mis servicios también en moneda nacional, sin dejar las divisas, claro, a ver si pesco algún 'yuma' (extranjero). Será difícil. No hay suficientes turistas para la cantidad de prostitutas en el país, tocamos a tres por 'yuma'”, comenta esta mulata de ojos expresivos y un llamativo lunar debajo de la boca.

La competencia en el mundo de la prostitución es fuerte en Cuba. Existe una legión de adolescentes en edades comprendidas entre 14 y 17 años, aún estudiantes, que en su tiempo libre venden su cuerpo. A bajo precio.

La agobiante situación económica, que dura 21 años y el creciente número de rameras que pululan por las calles, ha provocado que el mercado del placer en la isla esté a la baja. Ya ningún forastero paga más de 30 pesos convertibles (35 dólares) por una noche caliente y movida con una jinetera. Por 70 pesos convertibles (85 dólares) se puede llevar un par de lesbianas a su alcoba.

Cuando se presagia otra vuelta de rosca a las duras condiciones de vida del cubano, no es descabellado pensar que las "trabajadoras del sexo" crecerán en flecha. Igual que el resto de las actividades ilegales. Los rateros también están de fiesta.

En época de crisis y penurias, la delincuencia asoma su oreja. La Habana todavía no es una ciudad donde la violencia sea un problema. Está lejos de ser Caracas o Ciudad Juárez. Pero tanta gente desempleada, sin futuro, y con las billeteras vacías, es un caldo de cultivo ideal para que los malandros prosperen.

El mercado negro se ha secado, y al no poder los vecinos de los barrios pobres, vivir del 'bisne' (negocio) por debajo de la mesa, son pocas las alternativas que les van quedando. Las mujeres, jóvenes o maduras, si tienen buenas nalgas y han crecido en la promiscuidad, quizás se tiren a la calle. No a protestar. A 'buscar el pan' (jinetear).

Varones negros, fuertes y atléticos, podrían empezar a probar fortuna como ‘pingueros’ (putos), donde hasta ahora abundaban hombres blancos y mulatos bien parecidos, gays y travestis. O 'especializarse' en el robo de equipos de música a coches de turismo, o en el 'arte' de arrancar bolsos a visitantes foráneos.

Las noticias son muy malas para las fuerzas policiales. Un montón de personas disgustadas y sin dinero, que pretenden llevar comida a sus casas a como dé lugar y vestir a la moda, es un asunto más serio de lo que parece.

Ya Loipa se puso en forma para empezar a jinetear. Rebajó seis kilos en un gimnasio y está a la caza del primer turista para que le compre dos o tres vestidos, tacones altos y un buen perfume. Eso, de entrada.

Su meta final es la de toda jinetera. Casarse con un extranjero con varias tarjetas de crédito en el bolsillo. La esperanza de Loipa es que el Congreso de Estados Unidos acabe de derogar las prohibiciones de viajes a Cuba.

“Si esto ocurre, me voy a 'hacer el santo'. Pero lo que quiero es que acaban de venir los gringos. Con las piernas abiertas los estoy esperando”, dice risueña.

Como Loipa, miles de cubanos rezan porque esa medida se venga abajo. Los americanos son vistos como una tabla de salvación. Y no sólo por las putas. También por el gobierno de los Castro.

Iván García

jueves, 16 de agosto de 2012

Las jineteras de La Palma



Incluso, aún antes de caer la noche, bajo un sol de fuego que pasado el mediodía convierte a la céntrica zona de La Palma, en un horno industrial al aire libre, las jineteras de bajos recursos merodean pavoneándose con sus vestidos baratos por las cuatro esquinas del municipio Arroyo Naranjo, el más pobre de La Habana, declarado en alerta roja por su alto índice de delitos y personas encarceladas.

No son prostitutas de nivel. Muchas son jóvenes que huyen de la miseria y la falta de futuro en pequeños pueblos perdidos del oriente cubano. Sus edades oscilan entre 17 y 40 años. Pero no se asombre si una niña de 14 o 15 años le lanza de forma vertiginosa y entrecortada una propuesta sexual.

Hay varias opciones. La más solicitada es el sexo rápido. Un servicio que puede costar entre 60 y 120 pesos la media hora, y donde el cliente elige el escenario.

Si se anda corto de plata, alquilas un cuartucho inmundo por 20 pesos. Si la billetera lo permite, puedes alojarte en una de las innumerables habitaciones particulares. Cinco pesos convertibles por tres horas. Cuartos confortables con aire acondicionado, agua fría y caliente y una nevera repleta de cerveza oscura Bucanero, a 1.50 cuc la lata.

También se oferta comida. En la pared cuelga un televisor adosado a un video donde puedes ver musicales o una película de porno duro. Y, por si lo olvidaste, encima de una mesa de noche, un cartón de preservativos elaborados en China. Aunque no hacen falta: las esforzadas jineteras de la zona siempre cargan con varios paquetes de condones en sus bolsos de marcas piratas.

La Palma es un cruce de avenidas repletas de transeúntes que caminan apresurados con sus jabas de nailon en busca de comida o útiles para el hogar. Allí nacen y mueren las calzadas de 10 Octubre, Managua, Bejucal y Porvenir. Existen varios cafés por divisas y bares de mala muerte donde venden ron adulterado. Por supuesto, no son sitios aconsejables para turistas de paso por La Habana.

Los clientes habituales de estas jineteras suelen ser los trabajadores de los mercados agropecuarios o carniceros que hacen buen dinero con la venta de carne de cerdo y ahumados. También cuentapropistas y choferes de alquiler, quienes después de conducir 12 horas, se solazan bebiendo cerveza en alguna cafetería y tratando de cazar al vuelo una jinetera voluptuosa.

Ya entrada la madrugada, en La Palma recalan los faranduleros de discotecas y jugadores de naipes o dados que asisten a los ilegales burles (casinos) de los alrededores.

A esas horas, el trueque de sexo por dinero aumenta su voltaje. Y las habitaciones de alquiler están ocupadas. Entonces las jineteras hacen su labor en algún pasadizo oscuro o al margen de un riachuelo apestoso que cruza por el lugar.

Los chulos, discretamente, cuidan de sus chicas y les buscan clientes. Aunque hay jineteras independientes. Como Yislén, quien después de acostarse con cuatro o cinco machos pasados de tragos, sentada en la escalera de una dulcería, cuenta un puñado de billetes arrugados que guarda entre sus senos.

Es hora de partir a casa, donde le espera su hija de 6 años. “Ésa es mi única chula. Por ella jineteo. Deseo que en un futuro no corra la misma suerte de su madre”, dice mientras hace señas para parar un ‘botero’ (taxi).

A pocos metros de La Palma se encuentra la sede municipal del Partido Comunista. Una valla borrosa por el tiempo destaca una de las tantas frases lapidarias de Fidel Castro. Al pie del cartel, escudándose en la oscuridad de la avenida Porvenir, una jinetera practica sexo oral con un cliente.

Iván García
Foto: Tomada de Diario de Cuba.

martes, 14 de agosto de 2012

"Jinetear" ya es parte de la cultura nacional



Si algo han aprendido muchos cubanos en los últimos 53 años, es a pedir y lamentarse de su mala suerte. Ordeñar como si fueran vacas a extranjeros, parientes o amigos emigrados forma parte de las reglas de juego. Casi un estilo de vida.

Jinetear no es solo prostituirse por 20 dólares la noche. Es cierto que jineteras y pingueros han puesto a Cuba en el mapa del turismo sexual.

La cifra de turistas que viajan a la isla detrás de las nalgas de una mulata o el pene de un negro no aparecen en los anuarios estadísticos estatales. Pero créanme, son bastante. Estamos aún lejos de ser Tailandia o Brasil, pero vamos tras sus pasos. Muchos negocios mixtos con extranjeros nacen después de una noche fogosa en la cama.

No son pocos los inversionistas foráneos que están casados con cubanas o liados con alguna jinetera espectacular que le ha montado una historia de amor digna de un guión cinematográfico.

Cuando un europeo tiene relaciones sentimentales con una cubana, en confianza le pregunta a sus amigos: “¿Tú crees que sea jinetera?” Y es que jineteras no solamente son las mulatas de minifaldas cortísimas que te hacen propuestas cuando caminas por el malecón.

No. También en Cuba existe una legión de jóvenes con dotes de actrices, que cuando pescan un “yuma” elaboran un drama amoroso al estilo de Corín Tellado. Su finalidad es escapar. No importa cuán lejos.

Da igual Helsinki, Ottawa o Montevideo. Si es una ciudad estadounidense, bingo. En la lista no entran Puerto Príncipe ni Kabul. Jinetear se ha convertido en la principal herramienta de un gran número de jóvenes cubanos para poder emigrar legalmente.

Pero el jineteo en Cuba es más que sexo. En sus inicios, quienes jineteaban eran los hombres. El verbo jinetear nació a mediados de los 80, y se refería a aquéllos que se dedicaban a la compra y venta de dólares en las calles, un ‘bisne’ entonces ilegal.

En esa época, los jineteros cazaban a los turistas fuera de los hoteles para proponerles cambios de moneda a mejor precio que el ofrecido por el gobierno. Si la policía te pillaba, ibas cuatro años tras las rejas. Jinetear con divisas era un negocio suculento.

“Recuerdo que compraba los dólares a 4 pesos. Luego a un estudiante africano le pagaba un dólar por cada dos que yo le daba, y éste me adquiría pacotillas: pitusas, zapatillas, camisas ‘bacterias’ o shorts reversibles en tiendas para técnicos extranjeros. Las ganancias eran descomunales. Uno compraba un par de zapatillas Cast en 2 dólares (8 pesos) y las vendía en 120 pesos”, evoca Jorge, un jinetero ya ‘jubilado’.

Cuando en 1993 Fidel Castro despenalizó el dólar, la palabra jinetera acabó colgada en las despampanantes muchachas que se prostituían, primero en los barrios habaneros y el resto de las provincias después.

Actualmente, debido a la dura competencia de las prostitutas, las jineteras se han ido desvalorizando. Si en los 90 una jinetera solo iba a la cama con alguien que tuviese pasaporte, y no por menos de 100 dólares la noche, hoy ya son tantas, que la escala de precios abarca todos los gustos y bolsillos.

Existen jineteras en moneda dura y en pesos cubanos. Las hay de 15 años y de 40 o más. Desde las que cobran 40 cuc, hasta guajiritas apeadas la noche anterior del tren procedente de Santiago o Guantánamo, que se ofertan por 80 pesos. O menos.

También ahora jinetean chicos que se pasan seis horas haciendo pesas en un gimnasio particular. Travestis que madrugan por las avenidas. Y gays orgullosos de los nuevos aires que corren y suelen hacer sexo oral en escaleras oscuras de la ciudad.

El verbo jinetear llegó para quedarse. Y va más allá. Se utiliza cuando alguien se aprovecha de una persona con dinero y se le pega como una lapa para que lo invite almorzar o le pague unas cervezas.

En aquellos centros de trabajo donde es posible viajar al extranjero, jinetear consiste en “trabajarle fino” al tipo que da luz verde para ‘fastear’ (viajar). Si el jefe es intransigente, se le hace una brujería. Si es ‘fácil’, le ofrecen regalos y promesas de compartir con él una parte del dinero asignado. Todo con tal de que tu nombre aparezca en la lista de candidatos del viaje a China.

En ocasiones se jinetea a la propia familia. Se acercan los 15 de la hija o las vacaciones están al doblar de la esquina y se quiere pasar un fin de semana en un hotel. Como los familiares viven lejos, los llaman a cobro revertido o les envían emails. De poco valen los sermones del pariente, de que la crisis económica es real y no es un invento del Granma. Después de la descarga, el jineteo sigue en pie: “Mira a ver si puedes mandar algo, hazlo por tu sobrina que este año termina la secundaria”.

Jinetear ya forma parte de la cultura nacional. Se ha convertido en un ‘deporte’, como tomar ron con los socios o jugar dominó en las esquinas. Pero los reyes del jineteo son los gobernantes.

Ellos inventaron la fórmula. Desde que Fidel Castro cambió de alianza en 1961 y se comprometió con el comunismo ruso, los mandarines criollos tienen un doctorado a la hora de pedir. En aquel tiempo, armas y aviones Mig-21, sin pagar un duro. La promesa de ponérsela fea a los yanquis, bastaba para enamorar a los ‘bolos’.

Como el socialismo es un sistema ineficiente por antonomasia, al socio soviético -al margen del petróleo, que llegaba por tuberías- frecuentemente se le hacían peticiones. Camiones, tractores, autos, maquinarias textiles, televisores en blanco y negro, compotas de manzana, latas de carne, préstamos monetarios... De todo.

Pagar nunca estuvo en los planes del jinetero mayor. Hoy a la extinta URSS le debemos más de 20 mil millones de rublos. Con China se intenta, pero los ‘narras’ son duros de pelar.

Ahora sólo queda Hugo Chávez, quien cayó como un chorlito en el jamo de Fidel Castro. Los que más poder tienen en Cuba, todas las noches rezan para que el hombre fuerte de Caracas no muera de cáncer y gane las elecciones el próximo mes de octubre.

Por si llegan malas noticias de Venezuela, ya se ha empezado a jinetear con cubano-americanos acaudalados. ¿Qué algunos académicos formados en los clásicos del marxismo y emigrados que no olvidan que una vez fueron tildados de ‘escoria’ se puedan resistir?

Es un riesgo menor. Se apartan de un manotazo y se pacta con los cubanos más ricos. Los expertos en la cultura del jineteo cambian el discurso con la misma facilidad que una chica de blumer.

Al final, afirman, todos somos cubanos. Aunque eso no les ha impedido hacer caja con el ‘impuesto revolucionario’ a las remesas giradas por los compatriotas residentes en los Estados Unidos.

A estas alturas, los Castro se van de fiesta con cualquiera, mientras legitimen su poder político. Pasar cepillo es un mérito innegable del régimen. A la hora de jinetear, tienen el número uno.

Iván García
Foto: Jinetera en una calle de La Habana, tomada de Jineteras de Cuba.

domingo, 12 de agosto de 2012

Los "mayimbes" y la "titimanía"


Muchos antiguos coroneles, ministros, generales y altos funcionarios de la dictadura cubana, perdieron sus familias y sus antiguos hogares porque se dejaron llevar por el vendaval de una pasión de la tercera edad, y hoy no tienen ni una verdadera casa.

Gran cantidad de estos octogenarios deambula de aquí para allá como verdaderos parias, solos y nostálgicos. Visitan a sus hijos; algunos van a veces a la casa de la primera esposa, con la cual ya no pueden vivir, pero al anochecer regresan a su “hogar”, al cual los ha enviado, al final de sus vidas, el mismo gobierno al que fueron incondicionalmente fieles.

En 13 y 62, municipio Playa, La Habana, está una de estas discretas residencias para ancianos privilegiados. En ella viven ex ministros, coroneles y generales retirados, que en su mayoría llegaron allí por razones muy parecidas: quedaron sin hogar al final de sus vidas al ser echados a la calle por jóvenes amantes que parecían sus nietas, y que legalmente eran las propietarias de las casas que ellos les consiguieron con sus influencias.

No obstante, hasta en la desgracia, estos antiguos “mayimbes”, viven mucho mejor que la mayoría de los ancianos cubanos. En esta residencia tienen atención médica, buena alimentación, higiene, enfermeras y empleadas eficientes, televisor, radio y hasta lector de dvd para ver esas buenas películas que hace el malvado enemigo yanqui. En la Casa de 13 y 62, la comida es de primera, a pesar de la crisis alimentaria que vive el país, y las sábanas siempre están limpias, pese a que el detergente solo se consigue con las divisas que el pueblo no gana.

A estas casas, diseminadas por todas las provincias del país, las llaman Casas del Combatiente del Moncada, aunque en ellas no viven los verdaderos combatientes del asalto al cuartel Moncada, sino importantes funcionarios del gobierno que dejaron de serlo por la edad, o porque en algún momento comenzó a fallarles la mente en una reunión o mientras pronunciaban una arenga.

Una persona que visita la casa de 13 y 62, que me pide anonimato, cuenta que todos, o casi todos, los viejitos comunistas que allí viven se vieron obligados a abandonar sus residencias de Nuevo Vedado, Miramar o Siboney cuando alguna joven amante que los engatusó para que la convirtieran en esposa o compañera oficial, les comunicó que estaba harta de acostarse con un viejito celoso, cascarrabias, fracasado, e impotente.

Entonces el coronel, el general o el ex ministro tuvo que recoger sus bártulos e informarles a sus compañeros del Partido que se había quedado, deshonrosamente, “en la calle y sin llavín”.

De esta forma, a medida que envejecía la revolución y crecía el número de gloriosos viejitos comunistas tronados por sus jóvenes amantes, al jefe máximo de Cuba se le ocurrió almacenarlos en estos 'asilos para ancianos funcionarios sin hogar'.

Debido a la razón por la cual llegaron a estas Casas del Combatiente del Moncada la mayoría de sus inquilinos, los cubanos -que, a pesar de todas las desgracias, no pierden el sentido del humor- las llaman de otro modo menos patriótico. Son conocidas popularmente como las ¨casas de la titímanía”. El nombre viene de La Titimanía, un éxito de la popular orquesta Van Van en los años 80, cuya letra habla sobre los viejos verdes que pierden la cabeza obsesionados por las “titis”, como en el lenguaje popular le dicen a las jovencitas.

Los jubilados coroneles 'titimaníacos' tienen en estas casas todo el tiempo del mundo para añorar su glorioso pasado y soñar. Es muy probable que no sueñen ya con la construcción del socialismo, sino con ligarse a alguna joven enfermera o empleada, de esas que los cuidan y les cambian los pañales orinados.

Lamentablemente -para ellos- ahora les debe resultar bastante más difícil “enamorar” jovencitas porque, aparte de los cuentos de sus pasadas glorias revolucionarias, que a nadie le interesa escuchar, no tienen mucho que ofrecer estos ancianos titimaníacos, cargados de medallas y condecoraciones, pero sin casa propia.

Tania Díaz Castro

Publicado el 6 de julio de 2012 en Cubanet con el título de "El Coronel no tiene quien le escriba, y tampoco tiene casa".

viernes, 10 de agosto de 2012

¿Se puede ser rico en Cuba?



Una persona que en la isla tenga una casa confortable y con aire acondicionado en sus habitaciones, un auto moderno de segunda mano, cuenta bancaria de tres ceros en moneda dura, pueda hacer dos comidas diarias y desayunar café con leche y pan con mantequilla, es considerado 'rico' por sus vecinos.

A ese mismo hombre, sin embargo, el dinero no le alcanzaría para pasarse unos días de vacaciones en Miami Beach, Cancún o Marbella. Tampoco para tener un yate de su propiedad anclado en una dársena.

Y si su estándar de vida no es respaldado por el régimen, dormirá con sobresaltos y pesadillas. Una mañana cualquiera, un batallón de la policía especializada lo puede conducir esposado a un calabozo, acusado de 'enriquecimiento ilícito'.

No sería el primero ni el último. Hacer dinero en Cuba es algo mal visto. En enero de 1959, Fidel Castro diseñó un modelo social orientado a lo espartano y el colectivismo. Sus primeras cacerías de brujas estuvieron dirigidas contra la burguesía criolla, donde había más o menos ricos y millonarios.

A casi todos les confiscó sus bienes. Y los rotuló como 'una amenaza para la seguridad nacional'. Les dio dos opciones: o hacían las maletas, o en silencio, y con la cabeza gacha, desde sus mansiones debían observar la ola de cambios, que como un huracán fuerza cinco, arrasaba con las personas y las empresas privadas que habían generado riquezas.

Se creó una oficina de expropiación de recursos que a destajo ocupaba propiedades de familias acaudaladas. La mayoría de esos cubanos con fortuna y talento creativo fueron marcados como 'antisociales'.

Decían que su dinero era mal habido, igual que las joyas, porcelanas y obras de arte. Los barbudos se apoderaron de ellas, las destinaron a museos o vendieron a bajos precios en 'tiendas de recuperación de valores'.

Se produjo un 'traspaso de propietarios'. Con su varita mágica, el comandante transformó soberbias mansiones y palacetes en escuelas para campesinas, milicianos y comisarios políticos. O en empresas y cuarteles de la policía secreta.

Desde hace años, esas propiedades enclavadas en los repartos Nuevo Vedado, Miramar y Cubanacán, suelen ser las residencias de generales, ministros y funcionarios leales al gobierno.

Recorran esas zonas e indague sobre sus dueños. Se han transformado en barrios de una nueva casta: los poderosos de verde olivo.

Si usted hizo dinero con la venia del poder, está autorizado a tener una canasta mensual de alimentos y exquisiteces. Antena por cable. Internet de banda ancha. Dos o más coches. Y hasta un yate fondeado en una marina.

Puede que cuando presida un acto del sindicato o la inauguración de un chapucero edificio de apartamentos en alguna barriada pobre, se vista con una camisa a cuadros de factura nacional o con la guayabera oficial. Pero en casa, a buen recaudo, tiene un closet con ropa de etiqueta y una buena cantidad de billetes en dólares, euros, francos suizos y hasta libras esterlinas.

El dinero es la ventana de futuro de los “esforzados líderes de la revolución”. Su capital no es avalado por el esfuerzo y el talento. Ni por haber generado riquezas con el trabajo. Para nada. Han hecho su botín a golpe de comisiones de empresarios capitalistas y trucos financieros. Cuando menos.

Cuando usted mira sus salarios, notará que devengan jornales ridículos. Fidel Castro asegura que no tiene ni un solo dólar en una cuenta bancaria. Sin embargo, era capaz de donar escuelas o centrales azucareros a otras naciones y sin consultar con nadie. También regalaba casas y autos a sus allegados.

La revista Forbes lo ubicó entre los políticos más ricos del planeta. Y en 2005, en Suiza fue detectada una cuenta del gobierno cubano de cuatro mil millones de dólares, a nombre de empresas fantasmas.

Muchos 'hijos de papá' estudian en prestigiosas universidades europeas y estadounidenses. Viajan por medio mundo. Como Mariela Castro, quien sin ningún obstáculo migratorio y a costa del erario público, puede recorrer el Barrio Rojo de Amsterdam, Holanda, o las empinadas calles de San Francisco, California.

Los cubanos que han logrado acumular decenas o miles de pesos convertibles al margen del Estado, suelen tomar sus precauciones. Desde 1968, cuando en una sola noche Fidel Castro nacionalizó todos los timbiriches y bodegas particulares, tener mucho dinero en Cuba se convirtió en un estigma.

Cortando caña como un esclavo, mediante un bono cedido por el Estado, podías viajar dos semanas a la otrora URSS o adquirir un auto soviético. El gobierno otorgaba cartas de buena conducta a los proletarios. Y los respectivos premios. Que lo mismo podía ser un diploma o un reloj despertador.

En esa etapa, la única revista femenina no mencionaba a Coco Chanel ni la moda de París. Lo 'políticamente correcto' era vestirse de gris y de manera uniforme, como los chinos. Era un sacrilegio lucir unos vaqueros Levi’s 501. Esa prenda, junto al Rolex GMT, se convirtió en seña de identidad de los mandarines.

Con los años, esa teoría de un hombre nuevo, pobre y obediente, ha cambiado. El 80% de las familias cubanas tiene hoy un pariente al otro lado del charco.

Y gracias a la ropa y dólares girados, muchos cubanos se visten igual que en el mundo occidental. Si algo no ha podido aniquilar la revolución de Castro es la innata capacidad de subsistir y hacer dinero entre los ciudadanos de a pie.

En eso nos parecemos a los judíos. En los malos tiempos, en barrios y pueblos siempre han existido personajes que venden lo que el Estado no oferta.

Desde carne de res, móviles inteligentes hasta botellas de whisky escocés. Con sus cacareadas reformas económicas, Raúl Castro no ha hecho más que legalizar el trapicheo de toda la vida que en Cuba se efectuaba por debajo de la mesa .

Eso sí, con una regla sagrada: el que haga una fortuna de seis ceros será considerado 'enemigo a la patria'.

Cíclicamente se realizan operativos para encarcelar a los “macetas enriquecidos ilícitamente”. Es uno de los motivos por el cual la gente emprendedora que legal o ilegalmente hace dinero, lo guarda debajo de los colchones. Los bancos cubanos no son fiables. Son una fuente de información de la policía técnica y los servicios especiales.

Por tanto, aunque en la isla le llamen 'rico' a un tipo que todas las noches tome cerveza importada, cene lo que le plazca y una vez al año pueda hacer turismo en Viñales o Varadero, está lejos de ser un acaudalado de calibre.

El problema es que esos 'lujos' o placeres no están al alcance de una mayoría. Incluso de nada vale tener una mente privilegiada al estilo de Bill Gates. Si el Estado no da luz verde, usted corre el riesgo de infringir las reglas de juego.

En Cuba el gobierno no solo es árbitro. También es el dueño del club.

Iván García

Foto: En la isla, quien resida en una casa como ésa del Nuevo Vedado, es casi un 'millonario'. Tomada del blog Casas Vedado.

miércoles, 8 de agosto de 2012

De Ali a Stevenson



No vi pelear a Muhammad Alí. Su grandeza dentro del boxeo me ha llegado a través de recortes de viejos periódicos, revistas, filmes y relatos, que han transformado a la leyenda de Louisville en uno de mis mitos deportivos.

El rey de los pesos pesados fue derrotado por el Parkinson. Da pena ver sus manos temblar como un flan cuando comparece en algún acto benéfico.

De Mike Tyson qué decir: es un caso de estudio por expertos en cerebro humano. A ese moreno de Nueva York sí lo vi pelear. Vaya púgil. Siempre subía al ring con el resentimiento propio de quienes han tenido una infancia infeliz. Salía a comerse a los contrarios.

Si el boxeo no hubiese tenido reglas, luego de aporrear sin piedad a sus rivales, Tyson tranquilamente los asaría a la parrilla. Sin papas ni aderezos. Con escalofríos vi algunas de sus peleas y esa era la imagen que me trasmitía. La de un hombre que boxeaba para no convertirse en caníbal.

Una combinación letal de gamberro, carnicero y botarate. También un abusador. En un atasco en Manhattan, el alocado púgil ofendió y golpeó a una pareja de motoristas por haber colisionado contra su auto.

Una madrugada de farras, alcohol y algo más, tiró desde un primer piso a una chica. El colmo fue lo ocurrido en una pelea por un título con Evander Holyfield. Con un mordisco de lobo, le arrancó un trozo de oreja. Estamos de acuerdo que fue, libra por libra, uno de los grandes del boxeo mundial. Pero andaba sin cabeza.

En Cuba, Mike Tyson también hizo de las suyas. Una noche de fin de año, en el Hotel Nacional, pillado por algunos reporteros, arrancó de cuajo todos los adornos de un árbol de navidad y se los lanzó con furia.

Ahora leo que el mítico peleador es atracción en un casino de Las Vegas. Por 15 dólares uno se puede retratar con el pendenciero ex boxeador. Espero nuevas y malas noticias suyas. Está en sus genes armar alborotos.

El Tyson cubano, o lo más parecido, hace muchos años yace bajo tierra. Se llamaba Ángel Milián. Era de Taco-Taco, provincia Pinar del Río, y tenía carapacho de matón. De no haber sido boxeador quizás se habría convertido en un asesino en serie.

Tenía poco boxeo. Lo suyo no era el baile encima del ring. Y a sus ganchos de derecha le faltaban la técnica requerida. Pero pocos boxeadores en la isla han sido más bravos que Milián. Y han habido unos cuantos: Douglas Rodríguez, Armando Martínez, José Gómez...

Pero lo de Milián estaba en otra dimensión. Señores, créanme que subirse a pelear con Teófilo Stevenson en los años 70 y 80 no era cosa de juego. Teófilo no tenía contrarios en el boxeo amateur. Y entre los profesionales, si se hubiese dado una pelea con Alí, habría sido el combate del siglo XX.

Ángel Milián, sin ser un virtuoso, se encaramaba en el encerado y se fajaba de tú a tú con el gran campeón. Siempre lo ponía en aprietos. Dos o tres veces, Stevenson bajó del cuadrilátero con algunas costillas rotas.

Milián tenía fama de guapetón. Y eso le costó la vida. Un día, en el bar de un pueblo en las afueras de La Habana, después de varias copas de ron, abofeteó violentamente a un joven sin un motivo aparente.

El ofendido regreso a la barra. Y con un cuchillo de matarife le partió el corazón. Así murió, en una gresca de cantina, el mejor rival que tuvo Teófilo Stevenson en Cuba.

De Teófilo hay poco que contar que no se sepa. Oriundo del central Delicias, en Las Tunas, tenía una derecha recta más efectiva que una anestesia para dormir leones.

Dicen que en su juventud, además de bañarse en las cañadas y templar yeguas, junto a una pandilla de adolescentes se entretenía viendo quién tumbaba de un solo golpe a un caballo. El ganador siempre era el guajirito Teófilo.

Cuando llegó al concentrado de boxeadores del Wajay, al sur de La Habana, el preparador ucraniano Andrei Chervonenko y su colega Alcides Sagarra, nada más de verlo golpear la pera, supieron que ese mulato, pichón de jamaiquino, era un boxeador diferente.

Y lo fue. Tres títulos olímpicos. Multicampeón mundial, panamericano y centroamericano. Y si no se colgó al cuello cuatro medallas de oro en olimpiadas fue por los caprichos políticos de Fidel Castro, al complacer a la extinta URSS y no autorizar a los deportistas cubanos asistir a los juegos de verano en Los Angeles 1984.

Stevenson se hubiera alzado con la corona. No lo duden. Siempre fue un tipo apacible, pero dado a beber más ron de lo recomendable.

Prefirió quedarse a vivir en Cuba antes que firmar contratos millonarios al otro lado del Estrecho. Cualquiera lo podía interpelar en la calle y tirarse una foto con él. O invitarlo a un par de cervezas. Si era ron peleón, mucho mejor.

Pero Teófilo tenía malas pulgas. Se cuenta que años atrás -ya se sabe que en la isla ciertas noticias no se difunden- al enterarse de que su mujer lo engañaba con otro montó en cólera. Y no se sabe cómo, armó una bomba casera y la colocó en el auto del hombre que salía con su esposa. Por suerte, el artefacto no explotó.

También perdió los papeles en un viaje a Estados Unidos. Fue en el aeropuerto de Miami. Alguien dijo algo contra Fidel Castro, su ídolo, y el tunero le conectó un poderoso golpe en la cabeza. Fue demandado. Y desde esa fecha estuvo en la lista negra de la justicia estadounidense.

Aún tengo en la retina la última imagen de Teófilo Stevenson, por los alrededores del Reparto Flores, en el municipio Playa. Andaba como un zombi. Con una estrujada guayabera blanca que combinaba fatal con su pantalón deportivo. Unos zapatones chapuceros y los ojos vidriosos, típico de una tarde de muchos tragos.

Su auto, un Lada ruso abollado. Su delgadez y aspecto dejaban en evidencia a un hombre que a gritos pedía la ayuda de un especialista que le ayudara a combatir su pasión por el alcohol.

Su entierro fue sonado. La gente lo quería. Era un tipo que tenía pueblo. Como suelen tenerlo algunos grandes púgiles, llámense Ray Sugar Robinson, Manny Pacqueao o Muhammad Alí.

En Cuba los hemos tenido muy buenos. Kid Chocolate fue un gigante. Teófilo Stevenson, el mejor de todos. El boxeo es un deporte rudo. Y no pocas veces, fuera del ring, ciertos púgiles se comportan como bestias.

Ya les decía que algunos, de no haber calzado guantes, quizás acabarían en asesinos en serie. Nunca bajaron del ring. No escucharon la campana.

Iván García

Foto: Teófilo Stevenson con Muhammad Ali, durante el viaje que el gran campeón estadounidense hiciera a La Habana en agosto de 1996. Tomada de ESPN.

lunes, 6 de agosto de 2012

Deportistas cubanos quieren vivir mejor


El gobierno arma su barullo. En un artículo reciente, Granma acusó de terrorista a un abogado cubano-boricua. Según el diario, alentó a las deserciones de cinco jugadores de baloncesto, casi la mitad del equipo de la selección nacional.

Unos meses atrás, Edmundo García, reportero cubano radicado en Miami, en el periódico La Calle del Medio publicaba un análisis del desengaño sufrido por la mayoría de los peloteros que abandonan su patria.

García usó argumentos razonables, pero miopes. Todos los deportistas profesionales no pueden ser Lionel Messi, Albert Pujol o Rafa Nadal.

Como en cualquier sector de la vida, hay personas talentosas, simples empleados y gente mediocre. El punto no es si de los más de 300 peloteros que han abandonado Cuba desde 1991 solo el 15% ha podido jugar en Grandes Ligas.

No. De lo que se trata es que cada deportista está en su derecho de intentar competir al más alto nivel. Luego, si fracasan, existen otras competiciones de menor calibre donde probar fortuna.

En cualquiera, ya sea jugando baloncesto en Uruguay o béisbol en la liga profesional de Italia, los salarios son cien veces superiores a los devengados en Cuba. Es lógico que el régimen se preocupe por el goteo incontrolable de deserciones. Ha invertido dinero y tiempo en formar atletas de alto rendimiento.

Lo peor es que no tienen manera de frenarlo. De nada vale llenar las delegaciones deportivas de agentes secretos para desalentar las huidas.

Los deportistas se las ingenian para evadir la vigilancia y los controles. Granma no dice que el motivo de los atletas para abandonar su país es simple: quieren ser profesionales y ganar salarios acorde a su calidad.

Mire usted, en Cuba un medallista de oro olímpico gana el equivalente a 300 dólares mensuales. Comparado con un obrero, su salario es 15 veces más alto. Pero cuando ese deportista mira hacia sus homólogos en otras partes del mundo, lo que gana es una miseria.

Si eres una estrella como el luchador Mijaíl López o el pelotero Yulieski Gourriell, te autorizan a comprar un auto chino. Con 300 dólares en la isla se puede desayunar café con leche y tener dos comidas abundantes al día. Los fines de semana puedes acudir a discotecas de calibre. Poco más.

Los deportistas que devengan 300 dólares al mes son los menos. La mayoría compite todo el año como si fuese un profesional y, cuando pasa por el cajero, cobran un salario de obrero.

A más de un atleta ya retirado, y que en su día fue destacado, usted se lo puede encontrar fumigando por las casas, en la campaña contra la epidemia del dengue. O son porteros y personal de seguridad en hoteles cinco estrellas.

Es cierto que cuando un pelotero de nivel como Yoennis Céspedes llega a la gran carpa, de su salario millonario se le descuentan los gastos ocasionados en su preparación. Reste todo lo que quiera, y al final, pregúntenle a Céspedes si no está satisfecho con su paga.

Intentar frenar el éxodo de jugadores con el argumento de que no todos llegan al estrellato, es insultar la inteligencia de un deportista. Ellos son los primeros en reconocer que el deporte profesional no es cosa de coser y cantar.

Muchos de los que se marchan no son siquiera atletas de primer nivel. Pero piensan en grande. Quieren ser libres, firmar por clubes rentados y ganar un salario decoroso.

A ningún atleta se le debe negar la posibilidad de probarse. Si fracasa, y si así lo desea, debiera permitírsele regresar a su patria. El régimen del General Raúl Castro ve la contratación de deportistas como una batalla solapada para descalificar el sistema político cubano.

Puede que haya algo de eso. Pero es un fenómeno que atañe al deporte mundial. Cientos de futbolistas brasileños prueban fortuna en ligas europeas. Unos triunfan, otros fracasan. Al retornar a Brasil, si pueden, se contratan en clubes de su país. De lo contrario, deben buscarse un oficio o profesión.

Quiéralo o no el gobierno de los Castro, el deporte es un negocio. Y los atletas cubanos con calidad desean competir al más alto nivel. La vida útil de un deportista es corta. En el béisbol, a los 38 o 39 años, todavía se pueden tirar unos cartuchos. En otras disciplinas pasado los 30 ya eres un veterano.

No es lo mismo jubilarse con una cuenta en el banco de unos miles de dólares o euros, que retirarse sin siquiera una despedida pública, como viene aconteciendo en Cuba, después de varios años de trabajo con niños, cobrando un salario mínimo en una devastada aérea deportiva municipal.

Si el deporte en la isla anda de capa caída no es debido al acoso de los “mercaderes” o scouts profesionales. El gran culpable es el régimen verde olivo.

Al no autorizar a los deportistas que compitan libremente en un club profesional, la única puerta que les deja abierta es la del destierro. A día de hoy, las autoridades deportivas cubanas le están haciendo la faena gratis a las sucursales de Grandes Ligas. O a la liga italiana de voleibol.

Tantas deserciones han pasado factura al deporte cubano. En las olimpíadas de Beijing quedamos en el lugar 22. En la cita londinense no espere más.

Hasta el campeón de las vallas cortas, Dayron Robles, con solo 26 años, piensa retirarse después de Londres. Y es que entrenar en condiciones anormales y ganar sueldos miserables desalienta a las luminarias del deporte en Cuba.

Las deserciones prometen no detenerse. Y no es que en otras naciones todo sea fácil para un atleta. Pero pueden ganar salarios decentes. A veces de seis ceros.

Iván García

Nota: Entre los entrevistados para ese documental se encontraba Douglas Rodríguez. Alcoholizado y olvidado, Douglas falleció el pasado 21 de mayo en La Habana. Tenía 61 años.

sábado, 4 de agosto de 2012

¿Se afiliará Gloria al "plan jaba"?



En materia de siglas no hay quien le gane al gobierno de los Castro. Repasemos algunas: PCC, FMC, CDR, DSE, DTI, MININT, MINFAR, MINED, CTC, ANAP, ICRT, UNEAC, ICAIC... En cuanto a la jerga oficial, sencillamente, sitúan el idioma castellano en otra dimensión.

Al robo grosero en tiendas o empresas les llaman ‘pérdidas’ o ‘faltantes’. Si una tarde el jefe de una obra carga un camión repleto de baldosas y lo guarda a buen recaudo en el garaje de su casa, eufemísticamente, se cataloga como ‘desvío de recursos’.

Los disidentes son ‘contrarrevolucionarios’. Y a los desempleados les denominan ‘excedentes’ o ‘disponibles’. Y de ellos queremos hablar.

Les presento a Gloria, 49 años, licenciada en contabilidad, quien hace dos semanas engrosó la lista de parados cubanos. Ella es una, entre el millón y medio de desempleados, que en un plazo de 3 años el gobierno del General Raúl Castro prometió echar a la calle para adelgazar las voluminosas plantillas estatales.

Cuando se creó la comisión “encargada de estudiar los expedientes de aquellos compañeros que quedarían disponibles”, cuenta Gloria, en su empresa comenzaron a hacer quinielas.

Nadie se sentía seguro. Los que usualmente inflaban pecho, orgullosos de haber participado en batallas en la selva africana, también caminaban cabizbajos y preocupados por los pasillos.

No era mérito suficiente haber gritado gruesas ofensas en los actos de repudio periódicamente armados contra las Damas de Blanco. Tampoco los viejos diplomas y medallas de calamina que daban fe de la lealtad con el régimen. Ahora lo que importa son los intereses de la empresa y en particular la ‘idoneidad’, otra jerga oficial.

Cuando a una mujer como Gloria, de 49 años, que se ha pasado toda su vida levantándose a las 6 de la mañana, desayunando café sin leche y pan con aceite y ajo; llegando a las 5 de la tarde a su casa, sin una bombilla o unos bolígrafos hurtados; cenando arroz, frijoles y lo que aparezca, y viendo telenovela de turno, un tipo con voz engolada le dice que a partir de esa fecha queda “disponible”, el mundo se le viene abajo.

En la soledad de su habitación lloró abatida. Sin aspavientos ni dramas. A sus 49 años se enfrenta a una realidad para la cual no estaba preparada. Ganaba un salario mensual de 450 pesos y una estimulación de 27.50 en moneda convertible. Además, diariamente le daban una merienda y un litro de refresco que vendía en 45 pesos, buscándose 225 pesos extras cada semana.

Divorciada hace años, Gloria mantuvo sola a su hija, algo habitual en el escenario cubano. Jamás se robó una hoja de papel ni falsificó o adulteró cifras o cuentas bancarias. Pero la empresa fue tajante.

De nada valió la apelación. Un mes de sueldo y la opción de trabajar en una oficina a muchos kilómetros de su casa, sin transporte, con un salario de 264 pesos y cero estimulación en divisas. Sacó la pequeña calculadora. De aceptarlo, de un golpe pierde 186 pesos y 27 cuc.

Que para Gloria no es poca cosa. Encima, cada día perder 3 horas, en el viaje de ida y vuelta en un atiborrado ómnibus urbano. ¿Qué hacer?

Entre las opciones, barajó montar un aula para repasarle matemáticas a niños de primaria. Llevarle las finanzas a algún trabajador por cuenta propia. Afiliarse al 'plan jaba' (dedicarse a hacerle mandados a los vecinos). O sentarse a ver culebrones y dejar que todo se vaya a la mierda. De momento, no quiere pensar en su futuro. Comenzará a trabajar en la distante oficina en el mes de agosto. El dinero extra aún no sabe cómo obtenerlo legalmente. Ya verá.

Una buena contadora puede ser útil para camuflar los robos de los burócratas corruptos. Pero su padre estibador y su madre costurera le inculcaron honestidad y moralidad. Unos valores a los que Gloria no va renunciar, a pesar de haberse convertido éstos en un fardo pesado.

Pero tiene que vivir. En una sociedad que ya no le garantiza nada. Y a la que debe aplaudir. Una cosa le queda claro: no quiere oír hablar de los hermanos Castro ni de su revolución. Gloria los culpa por su vida gris, de café sin leche y pan con aceite y ajo en el desayuno, y una frugal comida diaria.

Iván García

Foto: Jaba, instalación de Eduardo Abela exhibida en la IX Bienal de La Habana. Tomada del blog Cuba Material.

jueves, 2 de agosto de 2012

Otra vez el verano



A tragar en seco. O tomarse un sedante. Romper la alcancía y sacar bien las cuentas. Es el verano. Para los padres no es una buena noticia.

En los meses de julio y agosto las cuentas de electricidad se multiplican. Ventiladores y televisores funcionando el día entero. Y si tienes aire acondicionado, tus hijos, agobiados por un calor sofocante, lo prenden antes de la hora señalada.

Al diablo con los ahorros. Bien lo sabe el matrimonio Romero. En julio de 2011 el recibo de la luz fue de 600 pesos. Este año el gasto será de infarto. Ya hacen sus pronóticos. “Tenemos un aire acondicionado nuevo y un horno microwave. Así que, por lo bajo, esperamos rozar los mil pesos”, asegura Felipe.

Luego vienen otros gastos. Planificar salidas con los hijos varones de 9 y 11 años. Una comida extra diaria durante dos meses, lo que implica desembolsar más dinero en huevos, pollo, carne de cerdo, arroz, frijoles y frutas.

También mayor cantidad de aseo y detergente. “Los niños con estos calores se suelen bañar dos veces al día. Y hay que estar lavándoles constantemente las manos por el tema del dengue y las enfermedades contagiosas. Súmale que en sus juegos callejeros ensucian más ropa”, explica Sara con los ojos muy abiertos.

Al menos el matrimonio Romero tiene parientes al otro lado del charco que a cada rato le giran entre 300 y 400 dólares. Se pueden dar con un canto en el pecho.

Es cierto que en el verano de 2012, 100 dólares no tienen el mismo rendimiento que en los años 90. El gobierno lo grava con un impuesto del 13%.

Y cuando los Romero acuden a las tiendas por moneda dura, mueven perplejos sus cabezas por el alza de los precios. “Todo cuesta más caro que hace cinco años. La leche en polvo ahora vale 5.75 cuc, de 5.25 que costaba el mes pasado. También el aseo y otros productos esenciales. No sé hasta dónde va a llegar el gobierno. A la hora de exprimir los bolsillos son expertos”, dice iracundo Felipe.

En estas vacaciones veraniegas no habrá fin de semana en Varadero. Sus parientes en Miami también sufren lo suyo para llegar a fin de mes. La solución es ir a espacios gratuitos al aire libre o pagar 30 pesos por persona en ómnibus de empresas que por la ‘izquierda’ se dedican a fletar viajes a las playas del este de La Habana.

O visitar museos. Y comprar libros en pesos. Pero si el matrimonio Romero vive horas bajas, qué decir de los Pedraza. Bueno, si podemos llamarles familia. Son tantos que bien pudieran armar una escuadra en el ejército. Viven en dos cuartos húmedos y sin pintar de un solar del barrio centro habanero de Colón.

Fidel Castro es mejor amigo de George W. Bush que un Pedraza del otro. Es una familia disfuncional. Algunos del sexo masculino tienen como dirección fija la celda de un penal de máxima seguridad.

La mitad de sus vidas han estado tras las rejas. La libertad son pequeños períodos de oasis. Entre atracos y estafas, han dejado atrás varios hijos a los cuales ninguno mantiene.

La carga ha sido para las madres, abuelas y tías. Que tampoco son personas modélicas. Al contrario. Dadas al alcohol y el brete. El dinero que obtienen vendiendo pacotillas se lo gastan en fumar marihuana y beber ron barato.

Su morada es un antro pequeño. Desde que despuntan, las hembras se prostituyen. Y los varones prueban melca y planifican robos menores. La calle no tiene secretos para ellos.

Ya los muchachos dejaron la escuela. Y se buscan la vida a su manera. Vendiendo frutas y frijoles en una carretilla. O pedaleando diez horas en un bicitaxi. Los de peor cabeza andan con la cartera más desahogada, gracias al proxenetismo o la venta de marihuana “yuma” (extranjera).

Mal llevados, los Pedraza comen por separado. Y se turnan para usar la cocina. No es raro que cuando se pasan de tragos armen trifulcas familiares, machete en mano y tirándose botellas.

Son un caso social. Los niños más pequeños piensan como adultos. Y desde bien temprano, salen a darse un chapuzón en los arrecifes del malecón. O a pedir chicles y dinero a los turistas.

Viven hacinados y duermen en colchonetas sucias. Por suerte no pagan un centavo de luz. Alguien con conocimientos eléctricos los ‘colgó’ a una línea de una dependencia estatal.

Preguntarles qué van hacer en el verano es provocar un carcajada. “Lo mismo. En la infladera. Cada mañana pensando cómo buscarnos unos pesos. Es lo que trajo el barco. Quizás la novedad es que este verano por la tele podemos ver los Juegos Olímpicos”, señala Eugenio.

Al menos en 2012, para los Pedraza hay algo diferente.

Iván García
Foto: Tracey Eaton, tomada de su blog Along The Malecón.