lunes, 20 de agosto de 2012

All of me



Dicen que casi todo el mundo recuerda qué estaba haciendo el 11 de septiembre de 2001, cuando supo la noticia del ataque terrorista al World Trade Center. Por mi parte, vi por la TV las primeras imágenes del hecho mientras ayudaba a un albañil, que me pagaba 20 pesos diarios, a remendar el techo de una vieja casa en Santos Suárez.

Hasta una semana antes, trabajaba en una UBPC cerca de mi casa. Me pagaban 350 pesos mensuales por hacer de celador de la vaquería en noches alternas y de vaquero todos los días, a partir de que amanecía y hasta que me relevaban después del mediodía. El trabajo tenía sus compensaciones. Al menor de mis hijos, que tenía entonces siete años, y acababan de quitarle la leche de la libreta de abastecimiento, no le faltaba la leche de vaca acabada de ordeñar. En nuestra mesa, no faltaba el ají, el quimbombó y las frutas que ¿resolvía, robaba? en la granja.

Además, siempre me ha gustado la vida al aire libre. Recuerdo que aquel trabajo me abría el apetito. Me encantaba nadar en la presa, vestido solo con un jean cortado por las rodillas, mientras las vacas pastaban en la orilla. Luego me tendía a leer mientras me secaba al sol y vigilaba a las vacas. Malagradecido que es mi cuerpo, no estaba tan flaco como ahora, sino musculoso y con la piel tan tostada como un indio.

Me botaron de aquel trabajo porque un día cuando recogí las reses, yo que soy cegato y distraído, y que por tan poco dormir, no sabía ya cuando soñaba o estaba despierto, no descubrí que una vaca preñada se escondió y se quedó regada en el campo hasta la mañana siguiente. La encontré parida, con su ternerito, oculta entre los matorrales. Por suerte ningún matarife dio con ella esa madrugada, porque todavía estaría preso.

Habría sido una jugada perfecta para Seguridad del Estado, porque como ya era periodista independiente desde hacía más de tres años, me hubieran podido enviar a prisión, no por motivos políticos, sino acusado de “hurto y sacrificio de ganado mayor”. De hecho, el jefe de la granja amenazó con acusarme de impulsivo, y mal hablado que soy a veces, lo mandé para la pinga y le pedí la baja. Después de reparar el techo donde me sorprendió el 11-S, me fui a cortar marabú y a chapear las orillas de la carretera de Managua. Estuve en eso hasta hace menos de siete años.

Desde que me echaron de la universidad para los revolucionarios, casi ningún trabajo me asusta. Como he pasado casi toda mi vida adulta en trabajos rudos –a los 19 años ya trabajaba en la construcción, allá por 1987 trabajaba demoliendo casas a mandarriazos en la Habana Vieja y diez años después, luego de un intermedio como cartero, en el bacheo de las calles del municipio Diez de Octubre- deben suponer que físicamente soy cualquier cosa menos escuálido, que es el término que empleó mi amigo y colega Iván García para describirme en una crónica que me dedicó.

Soy introvertido y tímido, de acuerdo. Bajito y flaco siempre he sido, pero bastante fuerte y saludable. Mejor que escuálido sería enjuto, fibroso, nervudo... Pero a veces uno no halla las palabras precisas para describir a los demás.

Trabajé en la vaquería desde marzo hasta los primeros días de septiembre de 2001: menos de seis meses. No obstante, que haya trabajado como vaquero llama todavía la atención de muchas personas. Algunos amigos que me conocen bastante bien, en Cuba y en el exilio, siguen enclochados en que trabajé como celador de una vaquería.

También pudieran decir que alguna vez fui profesor de inglés y que puedo leer, casi tan bien como a García Márquez y a Vargas Llosa en español, a Faulkner y a Hemingway en su lengua original. Pero supongo sea más romántica la imagen del escritor-cowboy con pinta de junkie o de freakie (¿de hippie sería más exacto?).

A propósito de los detalles románticos, lamento contradecir a mi amigo Iván, pero en mis noches en la vaquería, no escribía cuentos y crónicas junto a una vela, sino a la luz más prosaica de un bombillo ahorrador de 60 watts, con el machete al lado, siempre atento a que no me sorprendieran los matarifes y me descojonaran todo para robarse las vacas.

Con la escualidez, la vela y la pinta de junkie y todo, agradezco el inmerecido honor que me hace Iván García al elogiar mis mañas al escribir. Lo atribuyo a nuestra vieja amistad, que se remonta a los tiempos en que teníamos como mentor al poeta Raúl Rivero, al que nunca tendremos cómo agradecerle sus consejos y enseñanzas. Pero si se trata de los mejores en el periodismo independiente que se hace ahora mismo en Cuba, también se puede hablar de Tania Díaz Castro, Juan González Febles o el mismo Iván -al que le viene de casta, por algo es hijo de Tania Quintero-, que es uno de los más agudos, ágiles y originales de los observadores de la realidad nacional.

Con González Febles, que desde noviembre de 2007 dirige Primavera Digital y es un excelente narrador, tengo mucho en común, aparte de una amistad -en las buenas y en las malas- de más de veinte años. Nos iniciamos juntos en el periodismo independiente en 1998, en Nueva Prensa, una pequeña agencia independiente que había creado y dirigía la ex comentarista deportiva de la TV Mercedes Moreno, a quien debemos lo muy en serio que tomamos el periodismo desde el principio.

Creo que fue Mercedes quien nos trajo una tarde un libro, Los periodistas literarios, donde aparecían crónicas de Wolfe, Didion, McPhee y otros. Ella pensó que nos interesaría. Acertó. Aquel libro cambió definitivamente nuestro modo de escribir. En aquella época, insaciables lectores como éramos, ya conocíamos a Tom Wolfe, Truman Capote y Gay Talese. Desde entonces, con esos referentes y otros más que hemos ido hallando, eso es lo que tratamos de hacer con más o menos suerte, cuando podemos y viene al caso: periodismo literario.

Es algo que llama la atención de muchos, porque aunque lo literario siempre estuvo presente en el periodismo cubano -desde José Martí y Julián del Casal, pasando por Bohemia y toda la prensa de la República, hasta Lunes de Revolución y la Revista Cuba-, los experimentos formales de los periodistas cubanos de los años 60 fueron barridos por la chatura y la mediocridad del decenio gris, y hasta hoy, salvo contadas excepciones -Leonardo Padura, Luis Sexto, Ciro Bianchi- no ha logrado levantar cabeza en la prensa oficialista. Si hemos logrado traerlo como algo novedoso a la prensa independiente, particularmente en Primavera Digital, ése sería nuestro principal mérito.

Luis Cino
Círculo Cínico, 27 de junio de 2012

Foto: Luis Cino, a la derecha, con pulóver rojo, Laritza Diversent e Iván García. Fue hecha y enviada desde Nueva York por la periodista estadounidense que en abril de 2009 conversó con ellos en el portal del Hotel Colina, en el Vedado.

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