viernes, 29 de marzo de 2013

¿Por qué no hemos hecho caso a Walesa?



En recientes declaraciones a Martí Noticias, Lech Walesa se preguntaba por qué los opositores cubanos han demorado tanto en seguir sus consejos, y en vez de seguir con los demasiados líderes y organizaciones que hay, se unen de una buena vez para acabar con la dictadura.

Para explicar el por qué no se ha logrado esa unidad y que ni siquiera se avizore el surgimiento en la isla de algo parecido al Sindicato Solidaridad, habría que evitar primeramente la tentación de responder que porque no somos polacos, sino cubanos, con todo lo que ello implica (tozudez y voluntarismo incluidos).

Entre los casos de Cuba y Polonia, son más las diferencias que las similitudes.

El régimen castrista no fue impuesto por el Ejército Rojo. El nacionalismo, anti-ruso y con hondas raíces históricas en el caso de Polonia, ha sido secuestrado por el castrismo para presentarse como la única fuerza capaz de preservar la soberanía e incluso la existencia de la nación frente a los Estados Unidos. Así, los opositores al régimen son presentados invariablemente por la propaganda oficial como “mercenarios al servicio del imperialismo”.

Mientras que en Polonia, un país profundamente católico, la iglesia apoyó incondicionalmente a Solidaridad, la alta jerarquía de la iglesia católica cubana, que ni remotamente es tan fuerte e influyente como la polaca, luego de un repliegue forzado que duró décadas, se ha mostrado más favorable a colaborar con el régimen que con la oposición, con la que los vínculos son prácticamente nulos.

La existencia de un exilio numeroso, militante, con bastantes recursos económicos y una fuerte presencia en la política estadounidense, ha hecho que existan paralelamente dos oposiciones a la dictadura: una interna y otra en el exterior. A veces, las tácticas, estrategias e intereses de ambas se interfieren. Paradójicamente, el apoyo económico que el exilio brinda a la oposición interna ha provocado la fractura o la duplicación de no pocos proyectos opositores.

A través de sus infiltrados y provocadores, la Seguridad del Estado ha aprovechado esta situación para atizar los conflictos dentro de las organizaciones opositoras.

El Programa de Refugiados, la concesión de 20,000 visas norteamericanas anuales para Cuba y la existencia de la Ley de Ajuste Cubano, significan una sangría constante para la oposición interna. Con tantos opositores que marchan al exilio -porque la represión no les deja otra opción, porque salieron muy enfermos de las cárceles o sencillamente porque se cansaron de luchar- hacer oposición en Cuba se convierte en una interminable carrera de relevos, en la que casi son tantos los que se van como los que se incorporan.

Con tantas décadas de apatía ciudadana y tanto deterioro como hay en la sociedad cubana actual, no todos los que se incorporan a la oposición son dechados de virtudes. Muchos arrastran los vicios y taras del sistema y los trasplantan en el campo opositor. Es el material humano que nos ha tocado y con él hay que lidiar.

Lo más difícil son las ansias de protagonismo, la intolerancia a las opiniones contrarias, las tentaciones autoritarias, el caudillismo que no acabamos de quitarnos de encima.

En esas circunstancias, no se sabe hasta qué punto es conveniente forzar una unidad para la que evidentemente no estamos preparados. Y menos la conveniencia de buscarnos un líder único, que de tan carismático, valiente y virtuoso, se sienta por encima del bien y el mal y nos haga repetir el cuento del Máximo Líder.

De cualquier modo, me temo que ahora mismo no haya muchos líderes opositores dispuestos a sacrificar sus proyectos, algunos de ellos, coherentes y con frutos a la vista, en pos de uno común, con resultados a mediano o largo plazo que todavía estén por verse. Y menos todavía que acepten subordinarse modestamente a otro líder.

¿Y si nos equivocamos otra vez y el líder único que nos encasquetan fue sembrado -con una buena leyenda y todo- por la Seguridad del Estado?

Paradójicamente, la tan denostada fragmentación de la oposición, también le ha reportado beneficios. El individualismo y la espontaneidad dentro de los numerosos grupos opositores han hecho más difícil y complejo el trabajo de los represores.

Pero no solo eso. Si algo positivo ha resultado de la fragmentación de la oposición es la diversidad de enfoques y visiones.

No debemos sacrificar la pluralidad dentro de la oposición. Es algo que ya tenemos adelantado en el camino a la democracia, donde es sabido que se busca el consenso y no la unanimidad.

Son razones a tener en cuenta antes de precipitarnos a las filas de otro partido único, a aplaudir las órdenes de un Disidente en Jefe.

Luis Cino
Cubanet, 19 de febrero de 2013

Leer también: Atinadas críticas de Lech Walesa, por Jorge Olivera.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Los ingleses toman nuevamente La Habana



Una vez más parece cumplirse la máxima de que “la Historia se repite”. Aunque, claro, con sus matices correspondientes debido a la inevitable evolución de la humanidad. Y el caso que vamos a comentar nos muestra una feliz transformación de los matices: de los tambores de la guerra a la gracia de la moda.

En el año 1762, después de que el monarca español Carlos III reforzara la alianza con Francia, Inglaterra le declaró la guerra a España, y Londres concibió la idea de apoderarse de alguna de las valiosas posesiones de Madrid en el nuevo mundo. En ese contexto, una poderosa escuadra británica al mando del almirante George Pocock atacó y tomó finalmente la ciudad de La Habana el 14 de agosto de ese año. Cerca de diez meses se mantuvieron la ciudad y sus alrededores bajo el dominio de los Casacas Rojas ingleses, hasta que el Tratado de Versalles posibilitó que los borbones españoles recuperaran el control de la isla de Cuba.

Doscientos cincuenta y un años más tarde, ante el asombro de algunos y el entusiasmo de muchos -fundamentalmente de los jóvenes-, La Habana se ve colmada con la imagen de la bandera inglesa. Es difícil encontrar un establecimiento o timbiriche privados que se dediquen a la venta de ropas, lo mismo cuentapropista que ilegal, que no exhiba alguna pieza con la referida efigie. Pulóveres, pantalones, camisas, sayas, gorras, cinturones, sandalias, zapatos, carteras y bolsos pueden dar fe de lo que apuntamos.

En un recorrido que efectuamos por varios barrios de la ciudad, los expendedores de esas prendas declararon que ignoraban la verdadera causa de la proliferación de uno de los símbolos oficiales de la corona británica, aunque muchos de ellos afirmaron que podría tratarse de una moda surgida a raíz de la celebración de los juegos olímpicos Londres 2012. Lo cierto es que los jóvenes prefieren los artículos que contengan la bandera inglesa, y con frecuencia vinculan esa imagen con la calidad que esperan encontrar en los productos que adquieren.

Sea uno u otro el motivo, cualquier persona que aterrice por estos días en La Habana podría interpretar semejante irrupción como una muestra de apoyo y solidaridad hacia los intereses del Reino Unido; un sentimiento que mucho agradecerían esos isleños europeos, preocupados como deben de estar con los amagos secesionistas de Escocia, y los insistentes reclamos de Argentina para que las islas Malvinas pasen a manos de Buenos Aires.

Y a propósito de esto último, es muy probable que las autoridades cubanas hayan preparado con sumo cuidado el itinerario habanero de la señora Cristina Fernández de Kirchner durante su reciente visita a la isla. La jefa de Estado argentina, en una fugaz estancia, solo salió del aeropuerto para reunirse con los hermanos Castro y, tal vez, visitar a su convaleciente homólogo venezolano Hugo Chávez. Sin embargo, de seguro evitaron su paso por el centro de la ciudad, no fuera a ser que la mandataria relacionara la profusión de banderas inglesas con una hipotética brecha en torno a la pretendida unidad latinoamericana para la recuperación de esas discutidas islas del Atlántico Sur.

Dicen los historiadores que la ocupación inglesa del siglo XVIII fue beneficiosa para la isla, ya que le asestó un duro golpe al monopolio comercial español, al abrir el puerto de La Habana a embarcaciones de otras nacionalidades. Ojalá que esta nueva presencia inglesa opere en igual dirección, y sea el preámbulo de la añorada apertura de Cuba al mundo; una apertura que se traduzca en mayores reformas económicas, y el fin del inmovilismo político.

Texto y foto: Orlando Freire Santana
Cubanet, 25 de enero de 2013

lunes, 25 de marzo de 2013

Caviar con ron



Caviar with Rum* es un nuevo volumen de ensayos compilado por Jacqueline Loss y José Manuel Prieto, dedicado a la historia y el legado de la relación entre la antigua URSS y Cuba, desde sus primeras aproximaciones hasta más allá de su desenlace tras la disolución de la URSS en 1990, para incluso comprender varias formas de nostalgia contemporánea ante tal pasado. Pero el libro no trata de la complicada política, o de la historia de grandes figuras de estos países: aborda, más bien, las memorias cubanas de tal relación, memorias íntimas, subjetivas, reveladoras, dulceamargas.

¿Por qué vías, indaga el libro -sean artísticas, de la cultura popular, amorosas, entre otras- recuerdan los cubanos esa presencia tan formativa, pero tan rápidamente desvanecida?

¿En qué esferas (literatura, comida, ciencia, imaginarios) dejaron su huella los miles de soviéticos que vivieron en la Isla, así como la experiencia de los miles de cubanos que estudiaron en la URSS? A estas preguntas contesta este libro.

Las dos delicias gastronómicas del título anuncian una de las más optimistas metáforas sobre la relación: al parecer, tales delicias nacionales, doblemente ricas cuando son combinadas, prometen una noche festiva y larga. Mas en la diferencia entre ellas -huevecillos del congelado mar Caspio, hoy emblema de cierta oligarquía postsoviética, y un ardiente alcohol, producto del monocultivo y, antes, de una vieja economía esclavista- ya resaltan algunas de las divergencias, cual dos líneas dirigidas hacia un futuro pasado, que convergen sin, finalmente, tocarse.

Los ensayos aquí reunidos ofrecen, sin embargo, varias metáforas alternativas a las del título. La relación entre la isla caribeña y el imperio euroasiático es, no pocas veces, de índole sexual, y los resultados demasiado literales de esta unión sexual son tachados de aguastibias, hijos nacidos de una mezcla de climas fríos y calientes. Pero al retratar la relación, los autores de este volumen recurren también a otras figuras: ya a un catálogo de productos desaparecidos (carne rusa, el perfume Moscú Rojo), ya a una cosmología en la que Cuba es satélite, o, trocando lo espacial por lo temporal, a temporalidades disyuntivas en las que la URSS representaba un inminente futuro al que la Isla llegaría dentro de poco y al que, sin embargo, nunca llegó.

En otros ensayos, la relación se describe como un injerto fundido con cierta rapidez a un tronco, para luego ser arrancado con la misma celeridad. O como un travesti que, terminado el show, puede desnudarse y quitarse el maquillaje para comprobarse, al final, en palabras de Pedro González Reinoso, "macilento, sudoroso, enrojecido, en su entera humanidad".

A veces la alianza se compara con una comida un tanto más plebeya que la del título: aceite y vinagre, o un ajiaco moderno. En dos de los ensayos se alude a un producto alquímico, una fusión casi mística y más rica que sus humildes componentes.

Si bien la reflexión sobre la naturaleza de esta unión fue el pretexto para estos ensayos, sus temas y perspectivas varían marcadamente, ofreciendo al lector una singular aproximación a un campo que apenas se está comenzando a trazar (Jacqueline Loss, una de las compiladoras de este volumen, tiene un título propio sobre el tema que será publicado este año por University of Texas Press).

Varios de estos ensayos comparten cierta nostalgia (o hasta catexis, como define el vocabulario psicoanalítico al fuerte deseo dirigido a un objeto) por los muñequitos rusos, aquellos dibujos animados de la URSS, Alemania Oriental y Checoslovaquia que acompañaron a toda una generación. En un ensayo de Aurora Jácome, fundadora del blog Muñequitosrusos, el dibujo animado Los músicos de Bremen aparece como puro sitio de la nostalgia.

Más allá de su clara conexión con la infancia, ¿qué hace de estos dibujos animados el objeto de tanta nostalgia? Su encanto, seguramente, está en su constancia, su transmisión mágica, y en su colocación más allá de la mímesis, del tiempo, del estilo, de la historia y de su contingencia; y hasta, en sus animales totémicos, más allá de la mezquina humanidad. Aunque, tal como el mismo concepto moderno de infancia, aquellos animados son, a la vez, preideológicos y profundamente ideológicos. Y Jácome recuerda con cierto cariño las lecciones "morales y éticas" del animado Un amigo singular.

Tanto la inocencia infantil como la política, una vez dejadas atrás, son difíciles de resucitar. Cabe señalar aquí una obra de arte de 2008 del artista de nuevos medios Rewell Altunaga (no incluido en este volumen), en la que Altunaga estrenó una borrosa copia de Los músicos de Bremen. Como para sugerir la recepción televisiva de aquel entonces, así como el tiempo pasado, el espectador alcanzaba a discernir las figuras con mucha dificultad. La obra tenía este título: Nostalgia.

En el ensayo con el que se abre Caviar with Rum, la poeta Reina María Rodríguez afirma que la nostalgia también tiene fecha de vencimiento, ya que está vinculada a paradigmas que envejecen. Rodríguez observa la foto de un niño que está mirando, sin reconocerlo, el símbolo de la hoz y el martillo y ella concluye: "ese niño no tiene nostalgia y está libre de ver (y descubrir) tal fenómeno como si fuera otro planeta, una nueva galaxia, sin alegorías".

Yoss, conocido autor de ciencia ficción, también se preocupa por nuevas galaxias en su ensayo What the Russians Left Behind (Lo que dejaron los rusos), acerca del legado de la ciencia-ficción soviética. Esos libros prometían otros planetas o galaxias, más allá de las oposiciones binarias de la Guerra Fría.

Común a ambos lados de esa guerra prevalecía la noción de que el mundo era nuestro para ser moldeado. Ahora sabemos que nuestra producción industrial colectiva sí moldeó el mundo natural, con fines terroríficos. Y no hay otro mundo al que viajar. ¿Seremos, pues nostálgicos de una era en la que tales mundos parecían aún posibles? Tal optimismo animó los viajes intergalácticos que realizó el cosmonauta ruso Yuri Gagarin, y a que aspiraba el cosmonauta cubano Arnaldo Tamayo Menéndez, también recordados aquí.

Tamayo, en una útil cronología incluida al principio del libro, es identificado como "afro-cubano", lo cual sugiere una posible asimilación a una tradición “afrofuturista” que incluye a los cantantes afro-americanos Sun Ra y George Clinton, que buscaban un escape del pensamiento racializado en alguna estrella distante.

Otro de los autores del volumen, Pedro González Reinoso, señala que las uniones con la URSS, fuesen heterosexuales o queer, se asimilaron a una larga tradición de recuperar la herencia europea -y no africana-, en un momento en el que los antecedentes europeos facilitaban codiciados pasaportes. Y en "¡Fnimaniev! ¡Fnimaniev!" la artista Gertrudis Rivalta Oliva analiza un legado identitario ambivalente: según ella, los rusos despertaron cierto interés cubano en una blancura siberiana, aunque trajeron también la promesa de múltiples identidades bajo la globalización, profundizada durante los años soviéticos.

Varias de estas historias se remontan a los primeros años de la revolución, cuando ciertas tendencias aún estaban por fijarse. Jorge Ferrer, por ejemplo, redescubre la fascinante historia del documental de Roberto Fandiño, Gente de Moscú (1962). En medio de la temprana euforia revolucionaria, Fandiño viajó a Moscú, donde estableció una amistad con Mijaíl Kalatozov, quien hiciera en 1964 la película Soy Cuba (analizada a su vez en otro ensayo del volumen, por Carlos Espinosa). El documental de Fandiño sobre la vida nocturna de Moscú en los 60 se lee ahora en paralelo al notorio documental P.M. de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal sobre la vida nocturna habanera. Mientras que P.M. terminó censurada, y ocasionó el famoso dictamen de Fidel Castro, "dentro de la revolución todo; contra la revolución nada", Gente de Moscú recibió la bendición de Alfredo Guevara, presidente del ICAIC, quien lo defendió contra las mismas acusaciones de frivolidad que Guevara lanzara contra P.M.

Gracias a este volumen, tenemos noticia de otros vestigios de la influencia soviética: la importancia del arte de la Perestroika; el destino de jóvenes rusos-cubanos decididos a honrar su doble herencia; el legado material de tantos Ladas, televisores Krim, alarmas Sevani, carne rusa, Stolichnaya… Pero lejos de recuperar estos productos soviéticos como meras curiosidades para ser parodiadas o anheladas, estas memorias confirman la permanencia de la Guerra Fría tres décadas después del supuesto fin de la historia.

En ello el volumen no es, claro está, singular: recuérdese cómo la novela 2666 de Roberto Bolaño centra su inmensa narrativa en la Ciudad Juárez de los años 90, años de TLCAN, solo para recordarnos que los antecedentes a la globalización contemporánea están en los 70, o incluso antes, en la Segunda Guerra Mundial.

Existe otro aspecto del presente que se remonta a la Guerra Fría: el boom de internet de la última década es, en rigor, inseparable de su raíces en DARPANET, la red del Departamento de Defensa estadounidense, concebida para sobrevivir a un ataque catastrófico. Asimismo, estos recuerdos de un siglo XX, tan maniqueo e infantil como los propios muñequitos, habita aún nuestro siglo XXI en las estructuras de la vida cotidiana, en lo que el crítico galés Raymond Williams alguna vez llamó las estructuras del sentimiento.

Como escribe Jorge Ferrer, tal vez lo más valioso de conmemorar estas relaciones cubanas-soviéticas sea que, con el paso de los años, "el horror y la belleza se podrán admirar desapasionadamente".

Rachel L. Price, Princeton

Diario de Cuba, 23 de febrero de 2013

*Caviar with Rum. Cuba-USSR and the Post-Soviet Experience (editado por Jacqueline Loss y José Manuel Prieto, Palgrave McMillan, Nueva York, 2012)


viernes, 22 de marzo de 2013

El sitio donde peor he comido en mi vida



¿Cual es el país del mundo (de los que están en los circuitos turísticos) en el que peor he comido en mi vida? No tengo ninguna duda: en Cuba.

Que perdonen los cubanos; su isla es maravillosa y tiene muchos encantos. Pero la cocina no es uno de ellos. En Cuba la comida no se prepara… se perpetra. A excepción de algunos buenos 'paladares' (negocios privados aceptados por el régimen), donde procuran dar un servicio y una calidad aceptables a pesar de las limitaciones, el resto es tierra quemada.

Y lo malo de la isla no es que solo haya arroz, frijoles y carne de cerdo. Y unos camarones pequeños y congelados que no saben a nada. Siempre lo mismo: arroz, frijoles, cerdo y camarones. (Imagino que el desabastecimiento será una perversa combinación entre el embargo norteamericano y la ineptitud de un régimen para producir otras cosas en una entorno climático y una tierra en donde con un poco de buena planificación crecería de todo).

Lo peor de la cocina cubana es la desidia de los restaurantes estatales, que son la mayoría. A veces no sabes si los cocineros trabajan “para” o “contra” el cliente y las carnes suelen rivalizar en lozanía con la momia de Tutankamón. No he visto en ningún lugar del mundo tanta desgana, tanta apatía y tan poco cuidado con el producto que elaboran como en estos locales estatales de Cuba. Son mejores los músicos que amenizan la estancia que los que están a cargo del fogón o el servicio de mesas.

Recuerdo un viaje de dos semanas en coche por toda la isla. De vuelta a La Habana y harto de arroz, frijoles, cerdo y camarones, descubrí en una calle del centro un restaurante chino. “¡Estupendo!, exclamé. Me voy a dar el placer de cenar sabores diferentes”.

Mi decepción fue mayúscula al comprobar que todo, desde los rollitos primavera hasta el pato laqueado, ¡estaba hecho con arroz, frijoles, cerdo y camarones!

Paco Nadal

Versión de trabajo publicado en el Blog de Paco Nadal, El País, 17 de octubre de 2012

miércoles, 20 de marzo de 2013

Los frijoles de Josefina


Sopa de Frijol Negro (Cuba) por Jeff M.

Josefina, 67 años, ama de casa, ha trabajado toda su vida como un animal de carga. Sus momentos de felicidad los puede contar con los dedos de una mano.

Es una negra gorda y fofa, de andar cansino, que vive en el marginal y mayoritariamente barrio negro del Diezmero, en el municipio San Miguel del Padrón, al noreste del corazón de La Habana. Pobre a más no poder, su futuro es el próximo día.

Siempre está improvisando. Tiene cuatro hijos, tres hembras y un varón, pero la vieja Miranda es la que dice la última palabra en la choza de concreto y tejas de aluminio donde hace 40 años vive.

En el mismo techo conviven tres generaciones distintas. La vivienda tiene tres habitaciones estrechas y poco ventiladas. A la entrada, detrás de la puerta, hay una vasija de barro repleta de collares y otras más chicas con sobras de comida y un mocho de tabaco.

-Es una ofrenda a Elegguá, a ver si la vida nos cambia. Ésa es mi lucha, un día tras otro, cocinar para buscarme tres pesos y ayudar a los hijos y nietos que están trabajando o en la escuela. Luego ver televisión, pero cuando llegan las 10 de la noche estoy dormida en el sillón.

Lo cuenta mientras en un amplio caldero cocina arroz blanco. Cobra una exigua pensión de 193 pesos (8 pesos convertibles), que se le evapora comprando ajo, cebolla, ají, tomate y viandas. Dos de sus hijos están presos.

-La hembra, por cómplice de un robo con fuerza, está en Manto Negro, la cárcel de mujeres, en las afueras de La Habana. Y el varón, de 34 años, el de menor edad de mis cuatro hijos, en la prisión de Boniato, en la provincia de Santiago de Cuba, por matar vacas.

Josefina continúa hablando sin dejar de cocinar. Ahora, en una olla de presión, prepara unos frijoles colorados con un olor tan sabroso que a uno se le hace la boca agua.

-Y eso que nunca tengo hueso de jamón, tocino, chorizo o morcilla para prepararlos como Dios manda.

La vida de esta familia es aburrida y sin sucesos agradables. Las dos hijas que viven con ella ganan bajos salarios. Al regresar del trabajo, junto a su madre, preparan 12 o 13 raciones de comida que vende a 25 pesos por el barrio. Sus esposos lo único que saben hacer es beber ron infame, jugar dominó y pelear.

-Aquí en mi casa no los quiero, son un par de vagos, lo más duro de este miserable país lo tenemos que cargar las mujeres. Mire usted, además de buscar y cocinar la comida para ganarnos unos pesitos, tenemos que lavar, planchar y atender a los hijos, nietos y también a los maridos. Debieran hacernos un monumento.

El gobierno de los Castro no ha pensado en eso. Las leyes cubanas favorecen poco a las mujeres, de cualquier edad y estado civil. Cuando se divorcian, la ley le reclama a los padres mensualidades que suelen oscilar entre los 50 y 60 pesos (de 2 a 3 pesos cubanos convertibles).

-Esa cantidad es una burla. Ese dinero nada más alcanza para pagar el comedor del seminternado en la escuela primaria, dice con ironía Esther, una de las hijas de Josefina .

También la violencia familiar va en aumento. La sociedad cubana no sólo ha tocado fondo por su interminable crisis económica, sino por su devaluación social y moral. Cuba es un país donde las mayorías de la familias están divididas por el éxodo migratorio, la ausencia de matrimonios estables, el gran número de divorcios y la violencia doméstica y de género.

La miseria y la escasez material dan como resultado que en en muchos hogares se vivan verdaderos infiernos chiquitos. Al menor contratiempo, se desata una tormenta. Ya sea si un pariente coge el pan que nos corresponde por la cuota o se come uno de los 10 huevos que el Estado cada mes asigna per cápita por la libreta de racionamiento.

Pero a lo que vamos. Si alguien ha sufrido con más intensidad las penurias y la desilusión por la falta de un futuro claro, ésas han sido las mujeres cubanas. En particular si son jubiladas y madres solteras. Como Josefina , la ama de casa que vive en una humilde barriada de San Miguel del Padrón.

La vida para ella es un círculo vicioso infinito: llevar a los nietos a la escuela, cocinar e intentar buscar un puñado de pesos para sobrevivir en las duras condiciones del socialismo cubano.

A pesar de sus escasos momentos felices, Josefin es atenta y hospitalaria con quienes la visitan. Si pasa usted por el Diezmero, no deje de probar sus frijoles colorados. Sin morcilla, tocino o chorizo. Pero son para chuparse los dedos.

Iván García

Publicado con el título Frijoles, sudor y lágrimas en noviembre de 2009 en El Mundo/América.

Foto: Jeff M, Flickr

lunes, 18 de marzo de 2013

Cuban Fast Food



A falta de McDonald’s, Burger King o pollo frito KFC, la comida rápida por excelencia en la Cuba del siglo 21 son las fritangas y las croquetas de ingredientes desconocidos.

En toda La Habana hay miles de carros ambulantes dotados de rústicas cocinas, dedicadas a freír y vender frituras y croquetas a peso. Los hay como Ignacio, que elaboran la masa de sus frituras con harina de castilla, sal y cebollinos. José Antonio solo le añade un sazonador industrial mixto. Yoana prefiere confeccionarlas con ñame o maíz molido. No saben mal si se comen calientes.

Ya frías es otra cosa. Una bola grasienta acartonada con sabor a plástico. En la capital, las croquetas no suelen ser elaboradas por los fritureros. Las compran al por mayor en pescaderías especializadas. Al revenderlas, ganan el 50% del dinero invertido.

Es de los alimentos más baratos que ahora mismo se puede conseguir en moneda nacional. Un paquete con diez croquetas vale 5 pesos. Al alcance de todos los bolsillos. Aunque nadie a ciencia cierta conoce su contenido.

Unos aseguran que son de claria o pez gato. Otros afirman que se elaboran con remanentes de pescado. Y una persona, que dice haber laborado en un centro donde se confeccionan croquetas, asegura que se procesan con pellejos de pollo. Da igual. Son el comodín gastronómico de ancianos, jubilados, estudiantes, vagabundos, desempleados y trabajadores.

Lo mismo desayunas con un par de croquetas de ‘averigua’, que te sirven para la merienda del colegio de los hijos. También son habituales en almuerzos o comidas, junto al inseparable arroz blanco, potaje de chícharos o frijoles negros y ensalada de tomate.

Si los vendedores ambulantes de fritangas no son dueños del carricoche, por 50 pesos diarios se lo alquilan a un tipo que es propietario de varios cachivaches. Antes de salir el sol, los fritureros van calentando el aceite en una gran vasija de hierro fundido. Después, con la candela bien alta, van friendo pequeñas bolas de harina. Con el mismo aceite suelen freír cientos de frituras. Las croquetas las cocinan a fuego medio.

Algunos fritureros venden las croquetas solas, a peso cada una. Los más ingeniosos ofertan un pan con dos croquetas por 5 pesos. La comida rápida criolla se baja con refresco instántaneo, a dos pesos el vaso. Cientos de alumnos y obreros, camino a su escuela o fábrica, a paso doble desayunan frituras o croquetas. Desde hace décadas, el desayuno es un ave rara en casi todas las familias en la isla.

Para la mayoría de los cubanos, esos desayunos de huevos revueltos con bacon o jamón, tostadas con mantequilla, jugo de naranja y leche con café o chocolate es cosa de ricos, ejecutivos y ministros. O simplemente una extravagancia que uno ve en filmes extranjeros.

En Cuba, lo normal es desayunar café sin leche, y al pan de 80 gramos que toca per cápita por la libreta de racionamiento, untarle una capa fina de mayonesa casera o aceite y ajo.

Las frituras entraron en la galería de la fama en los 90, los años duros del ‘período especial’. Una etapa donde las urgencias alimentarias llevó a paliar el hambre con tisanas de cáscaras de toronja u hojas de naranja. O agua tibia con azúcar prieta, la famosa ‘sopa de gallo’.

Cuentan que algunos pícaros indolentes hicieron plata vendiendo pizzas sustituyendo el queso por preservativos chinos derretidos. En esa época, la gente perdía kilos como si estuviese en una sauna finlandesa y llegaron enfermedades exóticas como el beri beri o la neuritis óptica.

Fue entonces cuando la autocracia verde olivo sacó de la manga una lista de bodrios patentados por expertos en nutrición. En laboratorios diseñaron alimentos para engañar el estómago: pasta de oca, fricandel, perro sin tripa, masa cárnica (sin carne), cerelac, chocolatín con leche en polvo y tacos, presuntamente mexicanos, rellenos con frijoles negros.

El padre de todos esos inventos es Fidel Castro. Un incansable investigador alimentario que a sus 86 años ha declarado orgulloso que la moringa será el plato por excelencia del cubano en el futuro. La joya de la corona fue un picadillo, elaborado con restos de carne de res, puerco o pollo, y ligado con un 60% de soya. Su nombre oficial era ‘picadillo extendido’, pero la gente le decía ‘picadillo de soya’.

Los carniceros habaneros lo extrañan. Por las noches, a hurtadillas, vertían galones de agua sobre recipientes repletos del nauseabundo picadillo. El mejunje crecía, según ellos, sin perder sus cualidades. Es, quizás, el único alimento patentado en Cuba que se acercaba a la parábola bíblica de multiplicar los panes y los peces.

De momento, los años duros han quedado atrás. Pero el asunto de la comida sigue siendo la prioridad número uno del cubano.

A falta de McDonald’s, Burger King y pollo frito KFC, las frituras de harina y las croquetas de ingredientes desconocidos están de moda en La Habana. Claro, no se pueden comparar con un sandwich de Miami, una tortilla de papas en Madrid o un Kebab turco en Berlín. Pero se venden a granel por toda la ciudad.

Iván García

Foto: Tomada de Noticias 24.

viernes, 15 de marzo de 2013

Ojos que no ven, corazón que no siente



En 1959, Cuba tenía 6 millones de habitantes y 6 millones de cabezas de ganado, una por habitante. Cada cubano consumía al año un promedio de 76 libras de carne de res, por lo que la isla ocupaba el tercer lugar en ese acápite en el hemisferio occidental. En el 2000, con 11 millones de habitantes, solo habían 2,5 millones de cabezas de ganado.

Entre 1961 y 1965 fui maestra de domésticas o antiguas criadas. En La Habana vivían miles de domésticas y para su superación fueron abiertas varias escuelas nocturnas en distintos municipios de la capital. Yo trabajé en tres: en el antiguo colegio La Luz, en 25 y M, Vedado; en un colegio que quedaba en Neptuno y San Francisco, detrás de la iglesia El Carmen, y en una escuela situada en La Cuevita, barrio marginal de San Miguel del Padrón. Muchas de mis clases las tuve que dedicar a uno de los temas más populares entonces: los 'experimentos' de Fidel Castro en la ganadería.

Como si de recetas de cocina se tratara, comentábamos sobre los cruces de Holstein con Cebú o de las yerbas y pastoreos intensivos aconsejados por André Voisin. El científico francés se hizo muy amigo del comandante y a cada rato viajaba a la isla. Cuentan que el 21 de diciembre de 1964, lo esperaban en la Universidad de La Habana para ofrecer una conferencia y quien se apareció fue Castro, con la noticia de que Voisin había fallecido de un infarto. En 1985, cuando murió Ubre Blanca, la vaca superstar del barbudo, desde hacía dos décadas había cambiado el magisterio por el periodismo.

El excelente documental 'Fiel' Castro, de Ricardo Vega, estrenado mundialmente en internet en 2011, a mi memoria trajo aquellos tiempos, cuando los cubanos de veras creíamos que todos los días íbamos a desayunar café con leche y que por lo menos dos o tres veces a la semana, comeríamos carne de res, en forma de bistec, asada, con papas o molida, para preparar picadillo, croquetas o albóndigas.

Y como en los cuentos infantiles, el tiempo pasó y pasó. Y con él la carne de res, que desapareció del menú de las familias. Salvo excepciones, aunque ya ni los poseedores de pesos convertibles pueden darse el lujo de comer carne de res a menudo, por su alto costo en las shoppings o tiendas recaudadoras de divisas. "Si no hay pan, se come casabe", dice un refrán criollo. Y ante la escasez de ganado vacuno y lo arriesgado que resultaba matar un toro o una vaca y luego vender la carne, se pusieron de moda los matarifes de caballos. Pero este oficio también es peligroso, según en 2010 relataba Iván García.

En la isla hay personas que prefieren más la carne de caballo a la de res. Dicen que alimenta más y es más digerible para niños, enfermos y ancianos. Nunca la he probado ni la pienso probar. En 1997 o 98, no me acuerdo bien, escribí una crónica titulada Cabeza de caballo, basada en un hecho real.

Un amigo que vivía en Santiago de las Vegas, nos contó que un fin de semana, por el calor había dejado abierta la puerta de la sala y de pronto, mientras con su esposa veía 'la película del sábado', les llamó la atención el ir y venir apresurado de varias personas hacia el placer que quedaba frente a su casa. Salen al portal y preguntan a un vecino si sabe qué estaba pasando. "Es que tiraron los restos de un caballo que mataron y en cuanto la gente se enteró, se fue con cuchillos y jabas, a ver si quedaba algo de carne".

Ni corto ni perezoso, mi amigo entró como un bólido a la casa, se dirigió a la cocina, cogió el primer cuchillo que vio y le pidió a su mujer un nailon. Por el apuro, ella le dio el del pan, que ya estaba vacío. Cruzó la calle y llegó al placer. "Pero me puse fatal, lo único que quedaba era la cabeza. Y para colmo, murió con los ojos abiertos. Creo que nunca voy a olvidar aquella mirada, la de un pobre animal implorando clemencia".

¿Por qué he escrito todo esto? Por la jodedera que en Europa se ha formado por la carne de caballo. No porque sea mala, si no porque han engañado a los consumidores, al no especificar en las etiquetas que en las hamburguesas y lasañas han mezclado carne de res y de caballo. O váyase a sabér con qué más. Anécdotas aparte, ya quisieran los cubanos poder comer esos paquetes de congelados con carne molida. Sea de res, caballo, puerco, oso, venado, reno... A fin de cuentas, "ojos que no ven, corazón que no siente".

Tania Quintero



miércoles, 13 de marzo de 2013

¿Dónde están las viandas, el arroz y los frijoles?



Ya estamos en febrero y todavía los medios oficiales no han dado a conocer la producción agrícola del pasado año, ni el total de tierras destinadas a la producción de alimentos. Hasta el momento, lo único que se ha podido conocer ha sido gracias a las informaciones brindadas por la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI).

De acuerdo a esa información, la producción agrícola de 2012, se elevó a 6'960,700 toneladas. De 15 renglones, solo se cumplió en 7. Los restantes estuvieron por debajo del 95% de la meta fijada para el año.

Pero lo más preocupante es que del total de tierras cultivables con que cuenta el país, que sobrepasa los 4 millones de hectáreas, solo 1'201, 000 hectáreas fueron reportadas como cultivadas. De ellas, las empresas del Estado sembraron 104 mil hectáreas, las restantes 1'080,000 hectáreas fueron cultivadas por cooperativistas, campesinos y usufructuarios de tierra.

Eso muestra hasta dónde se ha retrocedido en la producción agrícola en estos últimos cinco años. Una serie de mecanismos burocráticos obstaculiza que los productores coloquen directamente sus cosechas en el mercado.

El descenso en la producción agrícola no fue solo en el año que terminó, sino que se arrastra desde hace mucho tiempo. En 2012, el gobierno cubano tuvo que destinar cerca de 1'600,000 de dólares para importar muchos de estos alimentos que no se produjeron en el país debido al mal trabajo de la agricultura cubana.

Tanto en el año que terminó como en los precedentes, se da la paradoja de que los cooperativistas, campesinos y usufructuarios de tierra, a pesar de las infinitas trabas e incumplimientos de que fueron victimas por parte de las direcciones del Ministerio de Agricultura y las empresas estatales, lograron producir 5'836,7000 toneladas, mientras que las empresas agrícolas solo cosecharon 1'124,000 toneladas. Tales resultados indican que fue el sector privado y no el estatal el que garantizó las mayores entregas de productos del agro a la población

Tal como se comportan las ventas minoristas de los productos de la agricultura a la población y por los elevados precios con que se ofertaron en la red de mercados agropecuarios privados, que es donde más abundan, la primera interrogante que salta es si esto sucede por la limitada existencia de estos productos, pero de acuerdo a las cifras brindadas por la ONEI acerca de lo producido en 2012, todo indica que no cuadra la lista con el billete y que en todo esto del acopio y comercialización hay gato encerrado.

La pregunta que se formulan muchos es que si la producción de arroz sobrepasó las 500 mil toneladas, la de frijol rondó las 69 mil, la de plátano las 700 mil, y la de viandas y tubérculos llegó a 2'900,000 toneladas, como es posible que el precio minorista de estos alimentos no haya dado la mínima señal de bajar durante todo el año que terminó.

La situación resulta aún mas sospechosa porque las empresas agrícolas, los cooperativistas y campesinos no pueden comercializar directamente sus producciones en el mercado, sino que están obligados a vendérselas a las empresas de acopio y de comercialización de los ministerios de la Agricultura y Comercio Interior que son las encargadas de distribuirlos en la red minorista de los mercados agropecuarios estatales.

Pero, inexplicablemente, las mayores y más variadas ofertas de productos no se encuentran en los agromercados del Estado, cuyos precios son más baratos. Hasta ahora no hay una explicación oficial de por qué estos agromercados permanecen la mayor parte del tiempo con pocas mercancías o vacíos.

Las pocas o casi nulas ofertas durante todo el año 2012 en los mercados agropecuarios estatales son una muestra de que no existe la voluntad por parte del gobierno de darle solución a este asunto en que la mayoría de la población es perjudicada.

Sin embargo, en toda la red de establecimientos de venta privada de productos del agro las ofertas son amplias y variadas. Nunca faltan las viandas, los frijoles, las hortalizas, los vegetales y las frutas, pero los precios distan mucho de las posibilidades adquisitivas de la mayoría de la población. Para adquirirlos se ven obligados a hacer un sacrificio, porque con los míseros salarios que devengan no les resulta fácil pagar los altos precios de los alimentos.

Tal situación deja al desnudo el fraudulento negocio de los funcionarios de los ministerios de Agricultura y de Comercio Interior, que en contubernio mafioso con intermediarios y revendedores, desvían grandes partidas de los productos del agro que acopian hacia las redes de ventas privadas.

Es precisamente en la red de ventas privadas donde está el dinero en abundancia. Por eso, no tienen ningún interés por los mercados agropecuarios estatales, debido a los bajos precios en que están obligados a vender las mercancías y que no les proporcionan las ganancias que ellos buscan. Si el pueblo come o no, ése no es su problema.

Omar Laffita

Primavera Digital, 19 de febrero de 2013.

Foto: Tomada de La estrategia de la papa.

lunes, 11 de marzo de 2013

Acostumbrados a la escasez



Los antojos en la isla no son fáciles de complacer. Lilia, 29 años, espera su primer bebé. Todos en la familia han aportado algo a la canastilla de la futura criatura. Desde Miami sus parientes le hicieron llegar un bolso con pañales desechables y ropitas de colores suaves. Una tía le prestó la cuna que fue de su hija, nacida hace tres décadas. Un primo de Pinar del Río, 170 kilómetros al oeste de La Habana, en una camioneta le trajo un corral de madera y la silla de patas altas con un orinal adosado que utilizó su hijo, que ya cumplió 12 años.

Mientras llega el bebé, Lilia tiene los típicos caprichos de embarazada. “La semana pasada tenía deseos de comer carne de res con papas. Antier, pescado asado. Hoy le apetecía una tableta de chocolate con leche. Intento complacerla en lo que se pueda, pero incluso teniendo el dinero, que no es nuestro caso, en Cuba no siempre se consigue lo que se quiere”, dice el esposo de Lilia.

Las penurias son el pan nuestro de cada día. Siempre falta algo. Agua, luz, dinero y sobre todo, el gran dolor de cabeza de los cubanos, la comida. Comer es cosa de magos. Se debiese levantar un monumento a las amas de casa.

Su creatividad y capacidad de estirar unos pocos pesos ruborizaría a cualquier ilustre economista. Josefa, 71 años, es experta en convertir un repugnante picadillo condimentado en deliciosas hamburguesas. “Comparables a las Mc Donald's”, asegura sonriente.

Su misión principal es tratar de alimentar a las siete personas que residen en su casa. “Es una tarea difícil. Y eso que mis hijos tienen salarios decentes comparados con otros en Cuba. Con 2 mil pesos (85 dólares) debo preparar 30 cenas al mes. El desayuno es café sin leche y el almuerzo, pan con tortilla”, explica Josefa mientras hierve plátanos verdes para hacer un fufú.

La comida es el problema número uno de cualquier familia cubana. Excepto, claro para los mandarines que rigen los destinos de la isla. Rigoberto, 43 años, mensualmente recibe 400 dólares de su madre y parientes en Miami. “El 90% de ese dinero se me va en comida. Y no siempre podemos comer lo que deseo”.

Aquéllos que reciben moneda dura tienen mejores opciones para adquirir alimentos de calidad. Las estanterías de los mercados por divisas están llenos. En Primera y 70, Miramar, radica el mejor y más surtido mercado habanero. Es conocido por el Diplomercado: allí suelen hacer sus compras los diplomáticos y extranjeros radicados en el país.

Puedes comprar manzanas, papas, quesos, distintos tipos de carne de res, pescados y mariscos de primera, entre otras 'exquisiteces', inaccesibles para la inmensa mayoría de los cubanos. Es el caso de Luis, 80 años, jubilado: "Me voy a morir sin comer de nuevo un bistec de palomilla con papas fritas. Antes de la revolución, por menos de un peso comía eso en una fonda en la esquina de mi casa". Luis vende cucuruchos de maní por la barriada de La Víbora y desconoce que en la ciudad donde en 1933 nació, existe un Diplomercado.

Menos aún sabe los precios. Anótelos. Una lata de atún en conserva cuesta 9 cuc o pesos convertibles. Una bandeja de picadillo de res de primera casi 7 cuc. Un kilogramo de queso gouda, 9.70 cuc. Chorizos, 6 cuc el kilo. Un pavo entero 50 cuc. Jamón de pierna, 11 cuc el kilo. Una pieza de riñonada de res ronda los 40 cuc. Pescado fresco, canciller o emperador, frisa los 15 cuc el kilo. Con 100 pesos convertibles (87 dólares al cambio oficial) usted puede comprar alimentos para cenar 4 personas durante una semana... sin llenar demasiado los platos.

El problema es que 100 pesos convertibles, 2,500 pesos, equivalen al salario de cinco meses de un ingeniero. Solo los empresarios de éxito, músicos boyantes o ministros, pueden darse el lujo de confeccionar sus menús gastronómicos comprando en las shoppings o tiendas recaudadoras de divisas.

Las personas que reciben euros o dólares, lo que hacen es ir a los agromercados, donde compran carne de cerdo o carnero, embustidos artesanales, frijoles, hortalizas y frutas de estación. Es como único pueden estirar la plata.

Los precios en los agromercados también son caros, sobre todo cuando los comparamos con los salarios de risa que se devengan en Cuba. El sueldo mínimo es 240 pesos (9 dólares). Deborah, doctora retirada, solo en vegetales, frutas y 6 libras de lomo de cerdo gastó 300 pesos. Y ella recibe una pensión de 215 pesos al mes.

Los que no reciben remesas -cerca del 40% de la población-, se las ve negras. Por eso Ubaldo, 72 años, jubilado, los primeros días de cada mes, desde temprano hace cola para comprar, a precios subsidiados, la 'canasta básica' que otorga el gobierno por la libreta de racionamiento, vigente desde marzo de 1962.

7 libras de arroz, 3 de azúcar blanca, 2 de azúcar prieta, 20 onzas de frijoles negros, media libra de aceite y un paquete de espaguetis no superan los 8 pesos (35 centavos de dólar). Una vez al mes, Ubaldo recibe una libra de pollo y media libra de picadillo condimentado. Cada día tiene derecho a adquirir un panecito redondo de 80 gramos. Y para de contar.

Esa 'canasta básica', en el caso del arroz y los frijoles, a Ubaldo le alcanza para diez días, si hace una sola comida diaria. Luego a ‘inventar’, según las posibilidades monetarias.

La escasez habitual en estos 54 años de revolución verde olivo ha creado una cofradía singular en el vecindario. De balcón a balcón, la gente pide prestado un poco de azúcar o una libra de arroz. La miseria socializada ha generado solidaridad entre muchos vecinos del barrio. A menudo, Josefa prepara un plato extra de sopa y se lo lleva a un anciano enfermo y sin recursos que vive en su cuadra.

El socialismo versión comunista genera penurias. No importan los recursos minerales o el talento humano que tenga la nación. En la desaparecida URSS y Alemania del Este los estantes se vaciaban gradualmente, al compás del discurso de grandeza, prometiendo acabar con la miseria. En la Venezuela del siglo XXI, estilo Hugo Chávez, ocurre lo mismo.

Es un denominador común. A pesar del petróleo, en Caracas escasea la harina para confeccionar arepas. En Cuba, hace cinco décadas aprendimos a vivir con la carestía. Y el gobierno de los Castro tiene a mano un gastado pretexto para justificarla. El embargo yanqui.

Iván García

Foto: Tomada de la canasta del cubano.

viernes, 8 de marzo de 2013

Pablo Milanés: de bandera al silencio


En 1990, cuando se iniciaron los años duros del 'período especial', Fidel Castro, con las arcas desnudas y las cifras en rojo, decidió convertir a Cuba en un fortín. El PIB había caído un 35%. La gente comía poco y mal. Los apagones eran de 12 horas al día. Y las bicicletas y bueyes sustituían a los autos y tractores.

El presidente español Felipe González le soplaba consejos políticos al comandante en el oído. “Fidel no puedes convertir la isla en una Numancia”, en referencia al cerco de la ciudad ibérica por tropas del general romano Escipión. A Castro, quien ya en plena crisis de los cohetes en 1962 había sugerido al mandatario ruso Nikita Kruschov disparar primero sus misiles, le agradó la analogía.

Fue en esa etapa, cuando los talibanes ideológicos que manejaban los hilos de la política informativa, decidieron convertir en himno de combate una de las canciones de Pablo Milanés. En medio de ese delirio de inmolación, en marchas, aniversarios de la revolución y maniobras militares contra una supuesta invasión de Estados Unidos, retumbaba la estrofa final de Cuando te encontré:

Y se encontrarán los del machete aguerrido
con el último héroe que hasta hoy se ha perdido,
todos gritarán será mejor hundirnos en el mar
que antes traicionar la gloria que se ha vivido.

Pablito, como le decían, era entonces un ícono. Había llegado a la cultura de masas gracias al Movimiento de la Nueva Trova, creado en 1972 por Haydée Santamaría, presidenta de la Casa de las Américas y heroína de la revolución. Fue uno de sus fundadores, junto a Silvio Rodríguez.

Pablo Milanés Arias nació el 24 de febrero de 1943. En una fecha patria (estallido independentista organizado por José Martí en 1895), y en una localidad histórica: Bayamo, actual provincia Granma, a más de 800 kilómetros al este de La Habana. San Salvador de Bayamo fue la segunda villa fundada por Diego Velázquez, hace 500 años, el 5 de noviembre de 1513. La ciudad es cuna del Himno Nacional (20 de octubre de 1868) y de la rebeldía insurgente.

Muy joven, Pablo arribó a la capital, con la intención de estudiar música en el conservatorio. Ya era un buen exponente de la música tradicional y el feeling, movimiento musical surgido en La Habana de los 40, donde el sentimiento definía la interpretación. Un estilo influenciado por las corrientes estadounidenses en las composiciones románticas y el jazz.

Su primer gran éxito ocurrre en 1965 con la guajira-son Mis 22 años, considerada un nexo entre los dos movimientos, el del feeling y el de la nueva trova. En 1966, como le ocurrió a unos 48 mil jóvenes de toda la isla, por el solo hecho de ser religiosos, homosexuales, roqueros o artistas, Pablo es enviado a la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), una especie de 'gulags' en la provincia de Camagüey. Tenía 23 años. La represión contra el cantautor la vivió en primera persona la actriz y cantante Myriam Acevedo, exiliada en Italia. Se lo contó a la periodista Tania Quintero en una entrevista realizada en enero de 2009:

"Pablo Milanés, junto con Ricardo Barber, un actor de teatro, ambos amigos míos, fueron llevados a la UMAP y encarcelados en aquel campo de concentración. Ricardo me escribió un telegrama que decía: 'Si no me sacas de aquí me suicido'. Di la voz de alarma, y en la Unión de Escritores y Artistas se formó una comisión de diez intelectuales, entre ellos yo, para discutir el problema de la UMAP con el Ministro de Cultura. Ni ese primer intento ni ninguno de los posteriores dieron resultados. Entonces Ricardo y Pablito planean la fuga y se escapan de la UMAP, en Camagüey.

"Recuerdo que estaba cantando en El Gato Tuerto cuando veo aparecer el 'fantasma' de Pablo Milanés, a quien yo hacía en la UMAP. Pero no, Pablito estaba allí, mientras yo estaba interpretando su canción 'Ya ves, yo sigo pensando en ti'. A Ricardo lo tuve escondido tres días en mi casa. Pero tanto Pablito como Ricardo tuvieron que entregarse y volver a la UMAP", recordó Myriam Acevedo.

Era la época de la guerra en Vietnam. Y Pablo Milanés toma partido por las causas políticas y sociales. En 1968 ofrece su primer concierto con Silvio Rodríguez en la Casa de las Américas. Después que en 1972 fuera miembro ilustre de la nueva canción revolucionaria, comparte escenario con lo más granado de la canción comprometida en el continente y España. Violeta Parra, Chico Buarque, Simone, Mercedes Sosa, Daniel Viglietti, Vinicius de Moraes, Milton Nascimento, Víctor Jara, Fito Páez, Joaquín Sabina, Ana Belén y Víctor Manuel, entre otros, han cantado con Pablo en conciertos o grabado discos.

A principios de los años 80, el autor de Yolanda, una de las canciones más interpretadas en todo el mundo, decide formar su propio grupo musical, uno de los mejores de Cuba, por los excelentes músicos, acertados arreglos y variedad de géneros. Pablo siguió apostando por canciones protesta: No vivo en una sociedad perfecta, Hombre que vas creciendo, La vida no vale nada, Pobre del cantor y Yo pisaré las calles nuevamente, entre otras.

Otra faceta destacada es haber rescatado vacas sagradas de la música cubana. Mucho antes de que el alemán Win Wenders y el gringo Ry Cooder, en 1996, recorrieran La Habana en una moto rusa para filmar el documental Buena Vista Social Club, ya Pablo había grabado más de un disco con músicos que fueron conocidos y ahora desahuaciados, entre la escasez y el ron barato.

En los 80 grabó con viejos trovadores como Luis Peña El Albino, Octavio Sánchez Cotán y una pléyade de intérpretes olvidados: Pío Leyva, Ibrahim Ferrer y Compay Segundo. Ha sido promotor de jóvenes valores como Gerardo Alfonso, Raúl Torres o Los Aldeanos, a quienes invitó a compartir escenario en un recital ofrecido en el malecón habanero, en el verano de 2008. O de sus propias hijas, Haydée y Lynn Milanés, herederas del talento musical de su padre.

Es uno de los cantautores cubanos que más discos ha grabado, con repertorios y estilos muy variados: trova, boleros, feeling, números románticos... También ha compuesto música para películas y series televisivas.

Mientras Silvio Rodríguez iba tejiendo una red de amistades e influencias con pesos pesados del régimen verde olivo, Pablo Milanés levantaba ronchas por el quehacer de su Fundación -clausurada por desavenencias con Armando Hart, en ese momento ministro de Cultura- y por canciones desgarradoras en apoyo de los homosexuales, como El pecado original.

Silvio y Pablo son dos piezas claves de la canción revolucionaria. Rodríguez pasó de ser un crítico abierto del estado de cosas en la década 1960-70, a un ferviente admirador de Fidel Castro. Milanés recorrió un camino a la inversa.

Su posición política se modificó. En una entrevista concedida a Univisión en Washington DC, en agosto de 2011, cuando inició su gira por Estados Unidos, declaró: "Yo he sido fidelista, ya no soy fidelista". Sus posturas contestatarias las ha pagado con un discreto silencio en los medios oficiales.

De himno de la revolución pasó al cajón de los olvidos. Lentamente, en fade, la radio y televisión nacional lo ha ido relegando. A sus 70 años, pocos en Cuba están al tanto de sus últimas canciones y conciertos, de su salud o en qué país actualmente reside.

En una autocracia, levantar la voz sin autorización tiene sus consecuencias. La lealtad tiene que superar al talento. Llámese como se llame. Incluso, Pablo Milanés.

Iván García

Video: Subido a You Tube por coby2010, tiene poco más de una hora de duración y en él se recoge el concierto que Pablo Milanés ofreció en 1998 en el cabaret Tropicana, de Marianao, La Habana. Dirección: Orlando Hechavarría. Producción: Gil Lino Suárez y Jimmy Sánchez. Músicos acompañantes en la primera parte: Martín Rojas (guitarra), Eduardo Ramos (bajo), Osmany Sánchez (maracas) y Eugenio Arango (bongó). En la segunda parte le acompañaron: Miguel Núñez (dirección musical y piano), Dagoberto González (violín y teclados), Osmany Sánchez (batería), Eugenio Arango (percusión cubana) y Germán Velasco (saxo y flauta).

Los 20 números interpretados, casi todos boleros, por este orden fueron (entre paréntesis el autor): Verdad amarga (Consuelo Velázquez), Cómo te atreves (Frank Domínguez), Perfidia (Alfredo Domínguez), En nosotros (Tania Castellanos), Noche de ronda (Agustín Lara), La gloria eres tú (César Portillo de la Luz), Franqueza (Consuelo Velázquez), Debí llorar (Piloto y Vera), Volver (Alfredo Le Pera), Alma mía (María Grever), El ciego y Esta tarde vi llover (Armando Manzanero), Una semana sin ti (Vicente Garrido), Si me comprendieras y Novía mía (José Antonio Méndez), El día (Luis Demetrio), Amor mío (Alvaro Carrillo), Un poco más (Alvaro Carrillo), La puerta (Luis Demetrio) y El día que me quieras (Alfredo Le Pera).

miércoles, 6 de marzo de 2013

Vuelven las vitrolas



 Justo en la esquina de Galiano y San Rafael, a un costado del Bulevar, hay un café por moneda dura, necesitado de reformas, donde pasada las doce de la noche, se dan cita los 'faranduleros' habituales de La Casa de la Música, jineteras baratas y una amplia fauna marginal de barrios adyacentes como Colón, San Leopoldo o Jesús María.

Entre cerveza Cristal clara o Bucanero negra, los asistentes, jóvenes en su mayoría, escuchan reguetón o a Beyoncé en una vitrola. Es digital y cinco canciones cuestan 25 centavos de pesos convertibles o cuc, casi 6 pesos en moneda nacional.

Desde que el 26 de julio de 1993, un atribulado Fidel Castro -por esa época había perdido de golpe el subsidio multimillonario que le llegaba de la ex Unión Soviética- despenalizara el dólar para intentar mantener el barco a flote, calladamente las vitrolas han vuelto a bares exclusivos de turistas o cubanos con divisas.

Nada tienen que ver con las añejas máquinas de la Victor Talking Machine Company, que pululaban en bares, cafés, fondas y bodegas de La Habana en las décadas de 1940 a 1950. En esa época, también las había en México, Perú y otros países del continente, solo que en vez de vitrolas, como eran conocidas en Cuba, les llamaban -y aún les llaman- victrolas, gramolas, rockolas, tragamonedas...

Estas versiones digitalizadas siguen cumpliendo la misma misión: 'descargar' entre amigos o con una novia. O simplemente matar el tiempo, mientras tranquilamente bebes cerveza o ron, tomas café o fumas un cigarrillo.

En la isla, ya se sabe, es difícil lidiar con el problema de la comida y muchos cubanos tienen los bolsillos vacíos. Pero a algunos les sobra el dinero. Es el caso de Yuniesky, 24 años, desempleado, que vende cigarrillos de marihuana criolla, ropa de marcas pirateadas o cajas de tabaco.

Vive a todo trapo. Todas las noches deambula por la ciudad. Conoce las mejores discotecas de la capital. Está al tanto de dónde va a actuar el reguetonero de moda. Quién vende las 'piedras' más baratas. O melca presuntamente colombiana de calidad extra. Y a mitad de precio, una botella de ron Caney robado de un almacén de turismo.

Es el comodín perfecto. Un joven simpático que habla la jerigonza local de palabras entrecortadas, en voz muy alta, y si le pagas varias cervezas, te ofrece una chica gratis, para que mates jugada. Estos personajes variopintos se juntan en locales sin brillo como el de San Rafael y Galiano, a escuchar música en una vitrola del siglo 21.

En las madrugadas habaneras no se encuentran muchos sitios con vitrolas. Quizás por la caída de las ventas en divisas y asaltos con navaja o pistola en mano, establecimientos que deben abrir 24 horas, alrededor de las 11 de la noche cierran ya sus puertas y a través de una ventanilla venden la mercancía.

Si acaso. Lo habitual es que apaguen las luces y sus dependientes se acuesten a dormir. La vida nocturna ha perdido fuelle. Entonces la gente de la 'farándula' y los noctámbulos, recalan en el malecón, la Calle G, en El Vedado, o los pocos bares y cafés como el de Galiano.

Los amantes del bolero extrañan el escaso repertorio musical de estos modernos aparatos. Tampoco, valga aclarar, el bolero es un plato fuerte de los actuales bohemios en la isla. Por eso Yuniesky, asombrado, cuenta la historia de un cubano residente en Miami, amigo de su familia, que luego de pagarle media docena de cervezas, escuchó cinco veces el único bolero disponible en la vitrola.

Era La vida es un sueño, de Arsenio Rodríguez, interpretada por Benny Moré y Pedro Vargas. Mientras corría la música, al hombre se le humedecían los ojos. Ese tipo de canciones que van directas al corazón ya no están de moda en La Habana.

Iván García
Foto: Tomada de OLX.

lunes, 4 de marzo de 2013

Benny Moré: genio y figura


Santa Isabel de las Lajas hubiese sido otro pueblo más, perdido en la geografía cubana, si aquel 24 de agosto de 1924 en el barrio de Pueblo Nuevo no hubiese venido al mundo un tal Bartolomé Maximiliano Moré.

El actual municipio de la provincia Cienfuegos hubiera seguido siendo una villa de cortadores de caña y labradores. Un caserío con olor a guarapo, bellísimos parques y una fábrica de gofio.

Benny Moré puso a Santa Isabel de las Lajas en el mapa. De Cuba y el mundo. Ya se debiese pensar en cambiarle el nombre. Decir El Benny es decir son y bolero. Música y bailes populares. Fiesta y alegría.

Fue el mayor de 18 hermanos de una familia afrocubana pobre a rabiar. Se dice que su tatarabuelo materno, Gundo, era descendiente de reyes en una tribu del Congo y a los nueve años fue capturado por traficantes de esclavos y vendido a un propietario en la Isla. Al pasar a pertenecer al Conde Moré, dueño del central azucarero Santísima Trinidad, al tatarabuelo del Benny le pusieron Ta Ramón Gundo Moré.

Con el tiempo, Gundo fue un hombre libre. Murió a los 94 años. El apellido del ‘tata’ fue conservado por las mujeres de la familia: su bisabuela Julia, su abuela Patricia y su madre Virginia. El padre del Benny se llamaba Silvestre Gutiérrez.

Moré aprendió a tocar guitarra de oído a los seis años. Según contaba su madre, se fabricó su primer instrumento musical con una tabla de madera y un carrete de hilo. Abandonó la escuela a edad muy temprana para dedicarse a trabajar en el campo. En 1935, con 16 años, formó parte de su primer conjunto musical, que los fines de semana animaba con guateques a los lajeros.

Al año siguiente viajó a La Habana. En la urbe se ganaba unas pesetas vendiendo verduras y hierbas medicinales. Seis meses después regresó a Santa Isabel y se dedicó a cortar caña con su hermano Teodoro. Con los ahorros se compró su primera guitarra decente. En 1940 volvió a la capital. Sobrevivía precariamente, cantando sones en bares de la ciudad. Casi nunca le pagaban con monedas.

Un almuerzo de cantina, una cerveza Hatuey o un doble a la roca de aguardiente. Ése era el pago. Así andaba el guajiro de Lajas. Pasando el sombrero después de una tanda de boleros a gente de barrio, que entre vitrolas y músicos ambulantes mataban las tardes bebiendo como piratas y picando chicharrones y aceitunas. O comiéndose uno de esos panes con bistec de res que por 15 centavos se compraban en cualquier timbiriche de entonces.

Una Habana donde existía una competencia feroz entre agrupaciones soneras. En cartelera brillaban Arsenio Rodríguez, Abelardo Barroso o el Trío Matamoros. Rita Montaner ya era grande. Y el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro deleitaba. Todavía Celia Cruz vivía en un solar de Santos Suárez y estudiaba magisterio para complacer a su padre.

El genio del Benny aún andaba oculto dentro de una botella. No llamaba la atención a los que sabían de música. Su primer éxito llegó tras ganar un concurso radiofónico. En la CMQ, en un programa llamado La Corte Suprema del Arte. Los ganadores eran contratados y se les daba la posibilidad de grabar sus canciones.

Fue cuando obtuvo su primer trabajo estable con el Conjunto Cauto liderado por Mozo Borguellá. También cantó en la emisora CMZ con el sexteto Fígaro de Lázaro Cordero. En 1944, mientras los aliados desembarcaban en Normandía, en plena Segunda Guerra Mundial, Benny Moré debutaba en la emisora Mil Diez, perteneciente al Partido Socialista Popular.

Todos tenemos una oportunidad en la vida. La suerte es saber aprovechar las oportunidades cuando ellas aparecen. Y el Benny la aprovechó. Siro Rodríguez, del fabuloso Trío Matamoros, una tarde lo escuchó cantar en el bar El Templete. Quedó cautivado.

Poco después, tras una indisposición de Miguel Matamoros antes de una actuación, Siro pidió que el Benny lo sustituyera. Y el Sonero Mayor llegó para quedarse. Durante varios años estuvo ligado al Trío Matamoros. Realizó numerosas grabaciones y giras por Cuba y México, donde cantó en dos famosos cabarets de la época, Montparnasse y Río Rosa.

A finales de los años 40, durante toda la década de 1950 y hasta el 19 de febrero de 1963, cuando falleció de una cirrosis hepática, en plena fama, el Bárbaro del Ritmo, fue -y sigue siendo- un ícono. En su patria y en muchos países del Continente, que siguen escuchando sus canciones. Todavía no ha surgido nadie con una voz igual o mejor que la suya. Tampoco con su carisma y sabrosura.

En una crónica reciente publicada en El Mundo, Raúl Rivero escribía: “Bartolomé Maximiliano Moré, un negro santo, una leyenda de la música popular, que enseñó en América que el bolero es un poema que se deja bailar, llegó a ser tan informal a la hora de presentarse a trabajar con su banda gigante, que en Cuba, México y Venezuela se anunciaban sus actuaciones en los estadios y plazas públicas don este prodigio de la duda: ¿Vendrá o no vendrá el Benny?

Sus boleros se inmortalizaron. Las guarachas, montunos y sones están a buen recaudo en un sitio privilegiado de la cultura nacional. En una nación donde la música es un casi un estilo de vida, el talento autodidacta del Benny ha marcado a varias generaciones.

Ni el reguetón, la salsa, la timba o la trova. Ni ninguna fusión musical, ha podido relegar en la memoria al inmenso Benny Moré. Un hombre de la calle que hizo del Alibar, en Avenida Dolores y Carretera del Lucero, en la barriada habanera de Lawton, su trono y su cátedra.

Cincuenta años después de su muerte, los que seguimos en Cuba y también aquéllos que duermen con el Malecón debajo de la almohada, no lo olvidamos. Genio y figura. Hasta la sepultura.

Iván García

Video: Una extranjera es quien lo ha subido a You Tube. Contiene tres números, los tres suyos: Santa Isabel de las Lajas, Dolor y perdón y Qué bueno baila usted. Benny Moré compuso más de veinte canciones, lo pueden leer en Del Benny y sus canciones, publicado el 8 de febrero de 2008 en el blog de Tania Quintero.

Leer también: 50 años sin el Beny.

Nota.- En noviembre de 1953, Benny Moré funda y debuta en la dirección de su orquesta La Banda Gigante. Sus músicos fundadores fueron: Eduardo Cabrera 'Cabrerita', en el piano; Alfredo 'Chocolate' Armenteros, 'Rabanito' y Corbacho, en las trompetas; Miguel Franca, Santiaguito Peñalver, Roberto Barreto, Celso Gómez y Virgilio Bizama, en los saxofones; José Miguel, en el trombón, Alberto Limonta, en el contrabajo; Rolando Laserie, en la batería; Clemente 'Chicho' Piquero, en el bongó; 'Tabaquito', en la tumbadora; y en los coros Fernando Álvarez y Enrique Benítez. La trayectoria artística de Benny es paralela a la evolución del son a través de todos los formatos instrumentales que en diferentes épocas acogieron el género: dúos, tríos (el Trío Matamoros es considerado la síntesis del son), septetos, conjuntos (con el de Matamoros inició grabaciones) y, por último, en México se integra a diversas big band, recordemos que allí, trabaja al lado del gran arreglista y pianista Pérez Prado, con quien descubre un universo musical más amplio y rico, en comparación con las limitaciones propias de los formatos pequeños y es entonces que cuando decide formar su propia agrupación mantiene la sonoridad y posibilidades que le brinda una big band (tomado de You Tube).

viernes, 1 de marzo de 2013

Vladimiro Roca: de piloto a disidente


Fue un niño inquieto y travieso. Querían ponerle Vladimir, por Lenin, pero entonces en Cuba no inscribían a nadie con nombres foráneos, menos si era ruso. Y se lo 'cubanizaron' añadiéndole una o. A ciencia cierta no se sabe por qué desde pequeño su familia le decía Pepe, apodo con el cual sigue siendo conocido entre sus allegados.

Cursó la primaria en la escuela pública número 118, de la barriada habanera de La Víbora. Luego sería aprendiz de cajista en el diario Hoy, limpiador de cristales en un estudio fotográfico y piloto de cazas Mig-15. En 1987 se graduó de especialista en Relaciones Económicas Internacionales. Hoy es un hombre de la tercera edad con un fino sentido del humor, que ha convertido su oposición a los Castro en un auténtico sacerdocio.

Vladimiro Roca Antúnez nació en La Habana el 21 de diciembre de 1942. Es el tercero de los cuatro hijos que tuvieron Dulce María Antúnez Aragón, luchadora feminista nacida en Sancti Spiritus, fallecida en 1995, y el líder comunista Blas Roca Calderío (Manzanillo 1908-La Habana 1987). Durante más de dos décadas, Blas estuvo al frente del Partido Socialista Popular, que la mayor parte del tiempo estuvo clandestino en la Cuba republicana.

Desde su infancia, Vladimiro y sus hermanos supieron lo que era vivir bajo la zozobra y el acoso policial. En los años duros del régimen de Fulgencio Batista, la familia Roca Antúnez tuvo que mudarse con frecuencia de casa. Las detenciones de miembros del PSP eran constantes. El BRAC, cuerpo dedicado a cazar comunistas, los acechaba. Esa vida de gitano fortaleció la personalidad de Vladimiro Roca.

Cuando Fidel Castro entró en La Habana, el 8 de enero de 1959, la crema y nata del PSP, llámese Blas Roca, Aníbal Escalante, Lázaro Peña, Carlos Rafael Rodríguez o Salvador García Agüero, había dado un giro en el enfoque a la figura de Castro.

Había pasado de la indiferencia y la condena a raíz del asalto al cuartel Moncada en julio de 1953 al reconocimiento en 1958, cuando la dirección de partido envió algunos de sus hombres a las montañas orientales a contactar con el líder guerrillero. Es historia por contar el papel desempeñado por el PSP para que el Kremlin apoyara a Fidel Castro. Quizás Blas Roca pecó de ingenuidad política al pretender voltear a los dirigentes barbudos al marixmo-leninismo.

Castro tenía su juego particular. Controlar el poder, por tanto tiempo como fuese posible, y manipuló a los curtidos comunistas, quienes poseían una vasta experiencia en el ámbito sindical y político. Cuando el castrismo triunfó, Vladimiro tenía 16 años y su ilusión era volar en aviones de combate.

“A los 19 años fui a estudiar para hacerme piloto de Mig-15 en una región al sur de la antigua URSS. El curso duró 9 meses. Allí pasé la crisis de los cohetes, en octubre de 1962. Regresé en marzo de 1963”, cuenta Vladimiro sentado en la cocina de su casa en el reparto Nuevo Vedado. Puede que haya olvidado aquellas clases, pero no el consejo de oro que le dio su padre: piensa por cabeza propia.

Ya en la isla, se incorpora a la base aérea de San Antonio de los Baños. A los pocos meses lo trasladan al aeropuerto militar de Holguín. Fue en 1964 cuando Vladimiro comenzó a dudar del respeto a la ley y el carácter represivo de los Castro.

“Ese año hubo un complot en la base. En juicios sumarios condenaron a pena de muerte a 19 personas, fusiladas veinte minutos después de una apelación relámpago. Las autoridades locales aprovecharon la situación para pasar por las armas a dos civiles que se dedicaban a vender marihuana. La ilegalidad y el irrespeto a la vida humana fue un hecho que me marcó”, confiesa.

Vladimiro prepara un café fuerte y continúa hablando. “Después se celebró una reunión con Raúl Castro sobre las consecuencias de dicho complot. Fue una depuración al mejor estilo estalinista. Al año siguiente, me sancionaron 6 meses por un accidente en la base de San Julián. Fue la primera vez que ingresé en una cárcel, militar en este caso, en La Cabaña. Aunque solo estuve una semana, en una galera de presos militares condenados por delitos comunes”.

Por su carácter, con tendencia a la liberalidad y a juzgar en voz alta las decisiones de los mandarines verde olivo, Vladimiro siempre tuvo problemas. En la Cuba de los años 60, los cuestionamientos y las dudas ideológicas eran casi un sacrilegio. El gobierno disparaba a matar a todo lo que se le opusiera. Se había producido el sectarismo de Aníbal Escalante, quien creía cumplir con los estatutos del partido, y a Fidel Castro no le tembló el pulso para de un manotazo condenarlo al ostracismo.

Cuando en 1969 el régimen movilizó al país a una zafra que intentaba producir 10 millones de toneladas de azúcar, Vladimiro sintió cierto sentimiento de culpa, por dudar de las buenas intenciones del comandante. Entonces decidió leerse todos los clásicos del marxismo. “La conclusión que saqué fue devastadora: Fidel era un tipo que llevaba al país hacia el precipicio. La ilusión de mi padre, de que la Constitución de 1976 que él ayudó a redactar, pudiera encauzar al gobierno por los marcos legales, fue en vano”, señala.

Ser opositor en un gobierno autoritario no es cosa de coser y cantar. Es un proceso lento y traumático. Como una operación a corazón abierto sin anestesia. La persona que escoge ese camino conoce sus consecuencias. Humillaciones públicas. Actos de repudio. Y el poder omnímodo del aparato estatal que te puede convertir en no persona o internarte en una celda de la Cuba profunda.

Vladimiro Roca lo sabe mejor que nadie. Cuando en junio de 1990 comenzó a manifestarse abiertamente como disidente político, fue apartado de su trabajo en un ministerio del Estado. En 1996 es uno de los fundadores del Partido Socialdemócrata de Cuba, no reconocido por la autocracia. En 1997, junto a la economista Martha Beatriz Roque Cabello, el abogado René Gómez Manzano y el profesor universitario Félix Bonne Carcassés, crean el Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna. Su objetivo: analizar la situación socioeconómica nacional.

En junio del 97 el grupo redactaría La Patria es de Todos, un análisis profundo sobre el V Congreso del Partido Comunista donde se pedía abandonar el sistema dictatorial y respetar los derechos humanos. El documento fue un buen pretexto para que el régimen arrestara violentamente a los cuatro en sus domicilios y tras 19 meses detenidos, el 1 de marzo de 1999 fueron juzgados por el delito de “sedición y acciones en contra de la seguridad del Estado cubano”.

Vladimiro cumplió una condena de 5 años, de 1997 a 2002, en la prisión de Ariza, Cienfuegos. La cárcel no doblegó los criterios y principios del hijo de Blas Roca. Actualmente asesora a varias organizaciones disidentes.

A los 70 años, Vladimiro es un convencido opositor de Fidel y Raúl Castro. No pierde la esperanza de ver el día que Cuba se integre al grupo de naciones democráticas del planeta. Siente que ha sido fiel a su manera de pensar. Los hijos, como alguien dijera, se parecen más a su tiempo que a sus padres.

Iván García
Foto: Yuri Valle. En la cocina de su casa, Vladimiro Roca conversó con Iván García (de espaldas, con una camiseta de Kobe Bryant, famoso jugador de la NBA).