viernes, 21 de febrero de 2014

Diversiones de barrio



Es más rápido viajar desde Miami a La Habana, poco más de 45 minutos en avión, que trasladarse en ómnibus urbano desde El Calvario, un villorrio al sur de la ciudad, hasta El Vedado, la meca de la distracción nocturna en la capital cubana.

Pregúntenle a José, quien a veces llega pasadas las 5 de la mañana a su choza con tejas de fibrocemento. “Algunos viernes, mi novia y yo vamos al Parque de la Calle G, a tocar guitarra y beber ron a pico de botella con amigos. El viaje de ida demora más de una hora, el de regreso casi tres, pues de madrugada solo funciona la confronta”.

Los de billeteras abultadas no tienen ese problema. Llaman a un Panataxi y en pocos minutos se encuentran en su casa o en la barra de una discoteca de moda, tomando cerveza mientras una luz blanca hace flashes sobre sus cabezas.

Según René, vecino de Párraga, barriada perteneciente a Arroyo Naranjo, el municipio más pobre y con más hechos de sangre y presos de La Habana, “en altas horas de la noche, a veces los taxis no quieren venir a Párraga, alegan el mal estado de las calles, aunque presiento que temen ser asaltados”.

Los jóvenes y no tan jóvenes, buscan cómo distraerse los fines de semana. El dilema principal de quienes viven en áreas alejadas del corazón de la ciudad es, al igual que la mayoría de los cubanos, la falta de moneda dura.

Si usted quiere estar cuatro horas bailando y tomando mojitos en una discoteca, necesita un mínimo de 20 pesos convertibles, el salario mensual de un trabajador.

En Párraga hay una discoteca llamada El Palenque. Pero no a todos les gusta ir. “Van tipos conflictivos, que por los alrededores guardan un arsenal de armas blancas y hasta pistolas. Las fajazones son monumentales, por eso muchos jóvenes preferimos ir a las discos del Vedado o Miramar, pese a su costo”, dice Danilo.

El Palenque, por cierto, no es barato. La entrada cuesta 2 cuc o 50 pesos. La cerveza, un peso convertible. Y el ambiente no es aconsejable. Entonces, los residentes en barrios como Mantilla, El Calvario o Reparto Eléctrico, como una forma de distracción, en ocasiones se refugian en el alcohol, la marihuana y los sicotrópicos.

Por esos lares ‘la yerba’ y los 'burles' o casas ilegales de juego, no son bichos raros. En el Calvario, es habitual que grupos de personas compren botellas de ron barato, se sienten en el parque que bordea la capilla del poblado y se bajen dos o tres litros. Los que poseen divisas también asisten al mismo parque, solo que ellos toman cerveza Cristal o Bucanero en latas, adquiridas en una máquina situada en las afueras de una pequeña bodega que vende en divisas.

Unos kilómetros al norte, en La Víbora, los jóvenes tampoco tienen demasiadas opciones recreativas. Si tienen cuc, por las noches se sientan a beber cerveza en un café que vende dulces y panes estilo francés. Pero lo frecuente es que compren Planchao, una cajita de ron blanco que vale 90 centavos de cuc.

Los jueves, la juventud viboreña suele asistir a El Túnel, la única discoteca de la barriada. El local es un antiguo refugio antiaéreo, de la etapa cuando Fidel Castro aseguraba que la invasión de Estados Unidos contra Cuba era inminente. A mediados de los 90 fue transformado en discoteca.

Al lugar a veces concurren reguetoneros de moda como el Yonqui, El Micha o Gente de Zona. La entrada cuesta 4 cuc. Cerca, en el Parque de los Chivos, jineteras con sayas muy cortas, andan a la caza de hombres que les paguen la entrada.

Yosvany y dos amigos hacen un trato con tres muchachas. Van al grano. “Les pagamos la entrada, cerveza y ‘vacilón' (entiéndase polvo y marihuana) y luego ustedes parten con nosotros”.

Las chicas aceptan. Un empleado del Túnel me cuenta que ellos tienen a mano machetes y otras armas blancas, para defenderse en caso de grescas. “A pesar de tener entre el personal a luchadores retirados y que un ex jefe de sector de la policía nos garantiza la tranquilidad, las broncas son frecuentes. Y no son simples peleas de bares. Esto se transforma en un oeste. Navajazos volando, tiros y cabezas partidas a botellazos”.

A la salida de la discoteca, la gente quiere más fiesta. Los dueños de autos o motos se llegan a otros sitios nocturnos en el Vedado o Miramar.

En las inmediaciones, pandillas de jóvenes marginales se dedican a asaltar a los que se marchan, para despojarlos de monederos, ropa, cadenas de oro y móviles inteligentes.

Si tienen suerte, y de los atracos logran reunir un poco de dinero, lo guardan para divertirse en la discoteca del barrio el próximo fin de semana.

Iván García
Foto: Tomada de Celia Cruz en el Parque de G.

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