miércoles, 5 de noviembre de 2014

Dos historias de prostitutas habaneras (I)



A sus 78 años, con una sola comida al día y la nicotina estampada en sus dedos, por la cajetilla y media de cigarros que a diario se fuma, Sonia (nombre ficticio), aún conserva un atisbo de aquella belleza exótica que deslumbraba a los hombres ansiosos de una noche de juerga, sexo y alcohol.

Ahora mismo, con una espumadera remueve medio kilogramo de maní en una cazuela tosca y ennegrecida. En una antigua mesa de cedro, más de cien cucuruchos de papel blanco esperan ser rellenados.

Es su rutina diaria. “Este es un negocio de centavos y fluctuante. Cuando el maní lo puedo comprar a 10 o 12 pesos la libra, gano hasta 100 pesos diarios. Ahora la libra no baja de 18 pesos. Pero igual necesito ese dinero para mi sustento, que se resume en una comida caliente, pan de corteza dura y dos cajetillas de cigarro fuerte”, dice sin dejar de preparar el maní.

Como muchos ancianos, Sonia sufre los vaivenes y el rigor de las nuevas medidas económicas dictadas por el gobierno de Raúl Castro. No hay malla de seguridad que protege a los cubanos de la caída, después de 50 años donde el régimen fue el amo y señor de la vida de la gente.

Absolutamente todo dependía del Estado. Desde un carretel de hilo hasta un reloj despertador. Lo que el gobierno no te otorgaba era delito. “Ha sido muy duro para los más viejos. Me quedé sin palabras cuando una noche vi en la televisión al superministro Ramiro Valdés, decir que los cubanos nos habíamos acostumbrados a que el Estado nos lo diera todo. O es un sinvergüenza o un cínico. O las dos cosas. Nunca quisimos depender del Estado, fueron ellos quienes nos hicieron dependientes del Estado”, aclara Sonia con cierta dosis de rabia reprimida.

El olor a maní tostado inunda la pequeña sala de su apartamento en el barriada habanera de Lawton. Su casa es una copia fiel del promedio de las casas en Cuba. A gritos pide ser reparada. Necesita algo más que una mano de pintura.

“Tengo filtraciones en el techo y el baño. La cocina está en ruinas. Los muebles los heredé de mis padres hace 45 años. Todo es viejo y feo. Y lo peor es que con mi pensión de 198 pesos (8 dólares) y los pesos que me busco vendiendo maní, jamás la podré reparar”, cuenta Sonia.

“Yo fui prostituta. Ninguna mujer nace para serlo. Hubiera querido ser doctora o abogada. Pero donde nací, en el batey de un central azucarero en la provincia de Camagüey, esas aspiraciones para una joven de familia pobre era una fantasía”, confiesa la anciana.

Con 17 años llegó a La Habana. Había terminado el 6to. grado y quería hacer dinero para enviárselo a sus padres. Era atractiva y tenía buena figura y pensó que tal vez podía ser corista de un cabaret famoso como Tropicana o Montmrtre.

Pero para una chica ingenua y confiada, las grandes ciudades suelen ser un arma de doble filo. La primera vez que llegó a capital, todo la deslumbraba: las escaleras eléctricas de elegantes tiendas por departamentos y los edificios de muchos pisos. Descubrió que la calidad de vida era muy superior a la del resto del país.

"La Habana era una ciudad muy coqueta y con una agitada vida nocturna. Caí en manos de un tramposo. Un tipo apuesto que me metió en la mala vida. No abusaba de mí y tampoco me flagelé la primera vez que me acosté por dinero con un señor. Putear en Pajarito, en el barrio de la Victoria en Centro Habana, no era mi proyecto de vida. Pero tenía un cuerpazo que desquiciaba a los hombres. Me sobraban clientes", recuerda.

Entre sus clientes, había funcionarios del gobierno de Batista, militares y peloteros de la Liga Cubana Profesional. También gringos que venían de visita a La Habana. "A eso me dedicaba cuando triunfó la revolución. La noche del 31 de diciembre de 1958 andaba de parranda por varios clubes del Vedado con un cliente adinerado. Bebí tal cantidad de cerveza y champagne que la resaca el primero de enero de 1959 fue monumental", nos cuenta.

La guerra en el centro y oriente de la Isla a ella le sonaba como algo distante. Tal parecía que La Habana no quedaba en Cuba. "Es verdad que de vez en cuando aparecía un revolucionario muerto en la ciudad. Pero igual que ahora ocurre con los opositores, la mayoría de las personas tomaban distancia con aquéllos que se oponían a Batista”, rememora Sonia.

Con la llegada de Fidel Castro al poder, como miles de prostitutas, Sonia se enroló en proyectos educativos. “No te puedo decir cuando esto (el proceso) comenzó a joderse. Pero la idea de rehabilitar a miles de putas fue buena. También nos adoctrinaban. Muchas nos vestimos de milicianas".

Otras estudiaron y se convirtieron en profesionales. Sonia empezó a trabajar en un taller de confección de ropa. "Allí conocí a mi esposo, que falleció hace tres años. No pude tener hijos. Me siento muy sola. Espero que Dios no demore en llevarme con él, porque ya estoy sobrando en este mundo. En este país no hay espacio para viejos”, dice con los ojos húmedos.

La conversión no le impidió preparar 150 cucuruchos de maní tostado y salado. Si logra venderlos todo, compraría frijoles negros y un pedazo de pollo, su comida preferida. "Ah, y una cajetilla de cigarros fuertes. Los de moneda dura son mejores”, subraya.

Desde niña, a Sonia la educaron que la mejor comida de la semana se deja para el domingo. Y hoy es domingo.

Iván García

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