lunes, 1 de diciembre de 2014

Sierra Leona: los campesinos creen que el ébola es brujería



La lucha contra el ébola en África tropieza con una barrera cultural de creencias y supersticiones, especialmente entre la población de las zonas rurales más remotas. Muchas veces los campesinos achacan los síntomas de la epidemia a la influencia de los malos espíritus, y atribuyen sus efectos mortíferos a casos de brujería.

Las gentes más humildes de Sierra Leona, que viven sumidas en una pobreza extrema, ignoran qué es y como actúa un virus. No comprenden qué les ocurre a la víctimas del ébola. Y buscan en su propia cultura una explicación para los padecimientos de sus parientes y vecinos, arrastrados por una espiral de dolor y muerte hasta ahora desconocida.

"La hechicería es algo muy arraigado en la mentalidad tradicional africana", explica Joe Turay, rector de la universidad de Makeni. "Aquí el pueblo suele achacar sus peores desgracias a la actuación de brujas malignas o a la influencia de malos espíritus. Así, cuando creen que un poblado sufre las consecuencias de su maldición, muchos de sus habitantes suelen alejarse del lugar, espantados".

Las supersticiones forman parte de una cultura ancestral, cuyos miedos parecen comunes a toda la Humanidad. El mal de ojo, las maldiciones, la magia negra o los aquelarres se encuentran también en el antiguo imaginario europeo. Siglos atrás, la Iglesia católica reprimió y persiguió con saña lo que consideraba casos de brujería, recurriendo a torturas y ejecuciones en la hoguera.

Acaso porque la hechicería forme parte de su propia herencia mítica, los misioneros españoles en Sierra Leona hablan con comprensión y cercanía sobre las creencias populares. "La gente llana está convencida de que el ébola es cosa de brujas", asegura el sacerdote javeriano Luís Pérez. "El gobierno y las ONG se han esforzado en informar de que se trata de una enfermedad nueva, y en explicar cómo prevenirla. Pero hay muchos lugares a los que esa información no llega o donde no se la creen y siguen atribuyendo las muertes a una brujas voladoras que, cuando caen en un lugar, resultan muy nocivas para la salud y el bienestar de sus habitantes. De vez en cuando oímos que un grupo de brujas ha ido a una zona determinada y, claro, pensamos que allí hay un brote de ébola".

"Además, admitir que en una comunidad hay enfermos de ébola supone crear una situación muy complicada", prosigue el misionero. "Porque las autoridades ordenan el aislamiento de la comunidad afectada, lo que significa ruina y hambre".

Parece natural que los campesinos, cuyas vidas dependen de un comercio mínimo en los mercadillos cercanos cuando no del trueque, teman tanto al virus como a sus efectos sociales. Y que, en vez de dar parte de los casos de enfermedad muerte, prefieran acudir al curandero tradicional más cercano.

"La falta de médicos y la profunda pobreza de los campesinos favorecen que se mantenga la preeminencia de los curanderos, los hombres-medicina que atienden tanto a quienes tienen una dolencia sin importancia como lo que se considera como mal de ojo", continúa Luís Pérez. "Los curanderos, mediante una serie de medicamentos naturales y de rituales, se esfuerzan en mitigar los sufrimientos y en aminorar la influencia negativa de las brujas. Pero, claro, contra el ébola sus antiguos conocimientos y su experiencia no sirven de nada. Incluso su contacto con los enfermos puede contribuir a la extensión de la epidemia".

Los trabajadores sociales de Cruz Roja no sabían qué hacer con Abubakar, qué destino buscarle a un niño enfermo de ébola que había quedado solo en el mundo con diez años, tras perder a sus padres y hermanos por culpa de la epidemia. Internado en el hospital de Kenema, Abubakar resistió al mortífero virus hasta superarlo.

Día tras día médicos, enfermeros y auxiliares le observaban, siempre abatido y silencioso, esperando la fecha de salida del recinto sanitario sin tener a dónde ir. También los demás pacientes estaban preocupados por él, mientras le veían recuperarse. Poco día antes de recibir el alta médica, uno de los enfermos que compartían con Abubakar la tienda de cuarenta y dos metros donde peleaban contra la enfermedad, pidió hablar con los responsables de Cruz Roja y les comunicó su decisión de adoptar al niño.

Dijo que era pobre, pero disponía de un techo y prometió que nunca le faltaría un plato de comida para el pequeño Abubakar. Los dos salieron del hospital de Kenema cogidos de la mano. Habían derrotado a la muerte y reiniciarían la vida juntos. La solidaridad no es patrimonio de los ricos.

Vicente Romero y Miguel Romero
El Mundo, 1 de noviembre de 2014.
Foto: Dos mujeres tratan de retirar de la calle los cuerpos de dos fallecidas de ébola en Sierra Leona. Tomada de Internacional Business Times.

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