lunes, 5 de enero de 2015

Cuaderno de viaje (I) México conquista a San Diego con su gastronomía



La venganza es un plato que se digiere frío. La compensación de la ocupación de un trozo del territorio mexicano por parte de Estados Unidos llega a golpe de emigración y picante.

Se ha puesto el sol muchas veces desde aquella primavera de 1846 cuando el General Antonio López de Santa Anna comandó las tropas mexicanas en el inicio del conflicto bélico con su vecino norteño.

Ya se sabe lo que aconteció. De una mordida, las pretensiones expansionistas del entonces presidente estadounidense James K. Polk cambiaron la geografía en la frontera allende al río Bravo.

Estados Unidos creció en espacio, dinámica económica y poderío militar. Era, y es, una amalgama de razas, religiones y etnias que apuntalada por aquella formidable Constitución gestada en un salón de Filadelfia en 1787, consolidó quizás la nación más exitosa en la historia de la humanidad.

La historia no puede ser contada en blanco y negro. Los Padres Fundadores exterminaron a diversas tribus indias, ocuparon o compraron bajo cuerda territorios anexos y posteriormente en su política exterior, se manejaron con torpeza.

Pero los que llegaban a las extintas 13 colonias vinieron a vivir de su trabajo. Hoy en día las cosas han cambiado. Pero la hegemonía geopolítica global de Estados Unidos ha crecido.

Militarmente derrotó a México, aunque dos siglos y medio después, entre tragos de tequila y rancheras de fondo, tipos como Vicente Calderón, un periodista mexicano que vive a caballo entre San Diego y Tijuana, por orgullo patrio no acepta la afrenta.

Me contaba en la taquería Las Quince Letras, una fonda empercudida enclavada en una calle oscura de Tijuana y a 15 minutos en auto del paso fronterizo de San Diego, que si los jefes de cárteles de drogas como el Chapo Guzmán o los hermanos Arellano Félix han sido dados de baja o esperan ser sentenciados a muchos años de cárcel,es gracias a la información de inteligencia de los servicios especiales de Estados Unidos.

Calderón, al igual que cientos de mexicanos que trabajan en San Diego y duermen al otro lado de la frontera, tienen sentimientos encontrados. La historia les dice que Estados Unidos les usurpó un pedazo de su territorio, pero la realidad muestra que para sus coterráneos, las instituciones, servicios sociales, garantías jurídicas y nivel de vida en USA son notablemente superiores a los de su patria.

México está roto. Es una democracia de attrezzo. Pregúntenle a la reportera Adela Navarro, directora general del semanario Zeta en Tijuana, si las leyes funcionan en su país.

Con su mirada limpia, le contará sobre la corrupción gubernamental a todos los niveles, la inseguridad para que los reporteros puedan hacer su trabajo y una potente droga llamada Crystal que ha transformado en guiñapos a un sector vulnerable de la sociedad tijuanense.

Este semanario ha puesto tres muertos por su labor de informar. Los sicarios aún andan libres. En la fachada de la redacción todavía se conservan los disparos de fusiles automáticos.

Pero ellos siguen reportando. Imprimen su semanario en Estados Unidos y luego se vende a 15 pesos mexicanos en los estanquillos de Tijuana. La frontera de Estados Unidos con México es pura tensión.

Para salir no hay problemas. Puertas abiertas. Nadie te pide pasaporte. Lo difícil es entrar. Los rudos policías de inmigración no son demasiado corteses.

No se les puede pedir gentileza cuando se conoce que capos como Benjamín Arellano, preso en México, cruzaba la frontera con pasmosa tranquilidad para asistir al parto de su hija en San Diego.

Lynne Walker, una periodista de raza que durante años trabajó para medios de San Diego y conoce el alma del México profundo como pocos estadounidenses, ha vivido en primera persona el miedo.

Ha cubierto la historia del asesinato de un capo de la familia Arellano y sabe de la corrupción gubernamental y policial en la vecina nación. Pero ama a su gente, sus comidas y sus costumbres.

En todos los rincones hay gente buena y noble. Estados Unidos ha sabido capitalizar lo mejor de aquellas personas que viven exclusivamente de su talento y trabajo. Sean del país que sea.

San Diego es un buen ejemplo. No hay café, centro comercial u oficina estatal donde no labore alguien de origen mexicano.

En la parte vieja de la ciudad, existe un ramillete de tiendas de artesanías y restaurantes mexicanos. Si en algo ha sido poderosa la contraofensiva mexicana es en la gastronomía. Probablemente en California se come más burritos y tacos que Mc Donald’s.

A no pocos estadounidense les encantan comer con chile. Y hasta los chicles llevan picante. Por cierto, los tacos y burritos de San Diego son de mejor calidad que los de Tijuana.

Iván García

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