lunes, 9 de marzo de 2015

Lo que va quedando en el armario



Si no aparecen pronto los temibles sluggers, esos tipos portentosos que con un golpe de muñecas cambian la decoración de un partido, el jonrón en la pelota cubana podría convertirse en una exquisitez.

Cada año, el promedio de jonrones por juego decrece. Pareciera que las cercas están más lejos. O las pelotas tienen un menor bote. Pero no, las bardas siguen a 325 pies por las líneas y 400 por la pradera central.

La Mizuno 200 no se puede comparar en bote con la Rawlings, pero tampoco es una pelota de trapo. Cuando Yasmani Tomás o José Dariel Abreu jugaban en Cuba, conectaban jonrones siderales con esa misma pelota.

Abreu tuvo tres temporadas en fila con 30 jonrones o más. Yulieski Gourriel, uno de los mejores peloteros cubanos libra por libra, en 2014 fue líder solo con 16.

Los partidos de la Serie Nacional se tornan juegos chiquitos y de estrategia. El 80% de las novenas criollas no tienen un cuarto bate natural. Lo peor, es probable que antes del 27 de marzo, cuando arranque la liga profesional de Japón, tengan que marcharse Alfredo Despaigne, Frederich Cepeda y Yulieski Gourriel.

Entonces el jonrón podría ser un lujo. Y los fanáticos desde las gradas con nostalgia recordarán los palos descomunales de Orestes Kindelán, Romelio Martínez, Lázaro Junco o José Dariel Abreu.

Ahora mismo, los jonroneros se pueden contar con los dedos de las manos. Y sobran dedos. Hay que ser muy inepto para dejar fuera de un equipo a toleteros de la talla del tunero Joan Carlos Pedroso, hace dos campañas desechado por su equipo. Un hombre con más de 300 jonrones en la pelota cubana y 80 carreras fletadas a la registradora cada año.

Pedroso se fue a jugar en Italia y es un bateador especial en la liga invernal de México. En lo personal le ha ido mejor. Cambió cuarenta dólares mensuales de salario por varios miles.

Pero en cuanto al espectáculo, el fanático local lo siente. En el fondo de armario del béisbol cubano no quedan muchos bateadores de poder. Tampoco de contacto.

Por supuesto que algo queda. Entre los bateadores de promedio, buenos al campo, veloces y con varias herramientas, destaca Yander la O, tercera base de Santiago de Cuba. Es un clon de Manny Machado, aunque sin su poder.

En Granma hay un primer bate con habilidades excepcionales con el madero. Se llama Roel Santos. La pradera central parece quedarle pequeña. Si no hubiera bardas, podría capturar hasta las bolas de jonrón. Roel toca la bola como un maestro, la timonea al estilo de un bateador de softbol y batea líneas hacia todos los ángulos del terreno.

También destaca un grupo de peloteros bisoños con pinta para establecerse como grandes bateadores de promedio, como Robert Luis Moiran y José Adonis García en Ciego de Ávila. O Guillermo Avilés en Granma, Julio Pablo Martínez en Guantánamo y Yunel Díaz, probable novato del año en Cuba, en Industriales.

Pero todos necesitan horas en el gimnasio. Demasiados bateadores con físico de ajedrecistas. Son hijos de esa generación eufemísticamente llamada por el régimen de “período especial en tiempos de paz”.

Y que todo cubano conoció. Doce horas diarias de apagones, cero desayuno y una sola comida caliente, a base de masa cárnica y arroz sin frijoles.

Hay que hurgar demasiado para encontrar a peloteros como el pinareño Lázaro Alfonso, un fornido bateador zurdo con 21 años y un imponente carapacho, capaz de pegar jonrones por cualquier banda.

Si en estos momentos en Cuba aterrizara una tropa de scouts para firmar de inmediato bateadores para la MLB, puede que se vayan con las manos vacías. Excepto los tres ases, Gourriel, Despaigne o Cepeda, ya algo viejo, pocos tendrían un buen rendimiento a corto plazo en la Gran Carpa.

A largo plazo quizás. Donde se observan mejores talentos es en el pitcheo. Fueron los lanzadores -recuerden a los hermanos Hernández, Rolando Arrojo o José Ariel Contreras-, los primeros en firmar y brillar en la MLB.

Eran tiempos que en Cuba se jugaba con bate de aluminio y los bateadores de nivel que se marcharon no supieron adaptarse al bate de madera. Pero cuando en el 2000 el bate de madera llegó a la Isla, las cosas cambiaron.

Siguen nutriéndose de lanzadores de calibre como Aroldis Chapman o José Fernández (que no jugó en clásicos nacionales), pero los cubanos más valiosos que actualmente en la MLB son bateadores como Abreu, Puig, Alex Ramírez o Céspedes. El panorama puede revertirse.

Si yo fuera scout de la MLB, solo firmaría lanzadores. Anoten estos nombres: Norge Luis Ruiz, Yassier Sierra, Vladimir Gutiérrez, Raidel Orta, Héctor Mendoza, Freddy Asiel Álvarez, Julio Alfredo Martínez, Jesús Balaguer, Carlos Juan Viera, Alain Tamayo y Cionel Pérez.

Todos jóvenes, con rectas entre 92 y 96 millas, buenos comandos de lanzamientos y bolas quebradas de nivel. Algunos tienen como handicap su control. Pero eso se mejora. El poder al bate no.

Y además, en cada roster de la MLB, hay 20 lanzadores. Siempre será más fácil llegar.

Iván García
Foto: Norge Luis Ruiz Loyola, pitcher del equipo de Camagüey y de la Selección Cuba. Mide 1,76, pesa 80 kg y le llaman "el ciclón de Rubirosa", nombre del barrio donde vive en Camagüey, provincia a 533 kilómetros al este de La Habana. Tomada de Cubasi.

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