viernes, 17 de abril de 2015

Vivir en paz cuesta la vida



El suicidio de Dairo Andino León, joven recluta de 18 años que prefirió quitarse la vida antes de cumplir condena en una cárcel militar, por los delitos de deserción e intento de salida ilegal del país, ha llamado la atención sobre un fenómeno social alarmante que está relacionado directamente con la política de un gobierno que condiciona los derechos humanos y las libertades individuales al acatamiento estricto de una ideología oficial fracasada.

Exilios, migraciones masivas, renuncias a la ciudadanía cubana y al derecho a la libre expresión, pasando por los “suicidios sociales”, hasta llegar a la triste realidad de una tasa de natalidad prácticamente en cero debido a la miseria que enfrentan las familias, son síntomas de una misma enfermedad: la de un país que solo avanza hacia la total desintegración, como se infiere de los testimonios de personas que han sufrido la pérdida de algún ser querido.

“Esto, por lo que estamos pasando mi mujer y yo, es el pan nuestro de cada día en este país”, concluye Orestes Álvarez, obrero de 54 años que hace unos meses perdió a su hija Olivia.

“Entré al cuarto y la encontré colgada de la ventana, con un cinto. Fue horrible. Llevaba horas allí. Como la niña dormía con nosotros no nos dimos cuenta hasta por la mañana. Gracias a Dios que no vio nada. No puedo dejar de pensar en eso, siempre que entro al cuarto la veo tirada ahí, y Magali, mi esposa, solo sabe llorar. Es por la niña que Magali se ha mantenido fuerte pero yo sé que un día de estos la pierdo también. Está muy mal”.

José Alberto, el yerno de Orestes, había perdido el trabajo por robar dos sacos de pienso. Los había sustraído del almacén de la empresa no para revenderlos sino para alimentar a los animales que criaba en su patio para autoconsumo. Como anteriormente había sido advertido por la policía, debido a un intento de salida ilegal del país, los tribunales se ensañaron con su delito de carácter menor y, lejos de pagar una multa, debió pasar un año en la cárcel. Cuando salió de la prisión no encontró empleo en ningún lugar porque, a donde fuera, los dirigentes de las empresas lo juzgaban como a un criminal. Tuvo que meterse en el mundo de las peleas de perros para subsistir.

Cuenta Orestes que “ya la niña había nacido y él siempre vivía con el miedo de que lo agarraran. Por eso empezaron con lo de irse del país porque no querían criar a la niña aquí. La primera vez los cogieron y perdieron todo el dinero. El jefe de sector (policía) no le quitaba los ojos de encima, a pesar de que él también cría perros de pelea, es un hijo de puta. Jose andaba como loco buscando hacer dinero, y mi hija también, porque lo que gano no es mucho y a esta pobre criatura hay que darle de comer, vestirla, no es nada fácil".

Unos meses después, armaron una balsa y sin decir nada se lanzaron al mar. A Olivia la rescataron casi muerta y la niña estaba deshidratada, de milagro se salvaron, pero de Jose nadie ha sabido nada. Olivia se tiró a morir, no salía de la casa.

"A mi hija solo le mandaron pastillas para dormirla, a pesar de lo que ella pasó en el mar. Después empezaron con el lio de las citaciones y la policía, para llevarla a los tribunales por querer llevarse a la niña en balsa, la sofocaron sin consideración. Eso nadie lo vio, nadie dijo nada... Hasta que la encontré muertecita", recuerda el padre.

Una especialista en psiquiatría, que atiende una extensa área de salud en el municipio donde reside Orestes Álvarez, comenta sobre los casos de suicidio en la localidad, pero nos solicita discreción por temor a perder el empleo:

-Una cosa es lo que sucede en la realidad y otra es lo que reflejan las estadísticas. Ese caso no lo atendí, pero recuerdo lo que pasó con la muchacha (la hija de Orestes). es que no se le puede dar seguimiento a todos los casos. Es imposible. Somos dos especialistas para casi la mitad de este municipio. Mensualmente recibo entre 30 y 50 casos de intentos de suicidio tan solo en un área.Te hablo solo de intentos y conductas, no de suicidio. Y eso es alarmante porque se trata de personas que vienen por sí mismas o adolescentes que sus padres traen preocupados por las cosas que advierten.

-Es cierto que muchos son adolescentes con desórdenes propios de la edad, pero hay un porciento grande de casos como el de esa muchacha. Y están los que no llegan a la consulta y jamás salen a la luz pública. El suicidio es un tema tabú. Incluso en las instituciones se trata con mucha cautela. Para no ir muy lejos, la semana pasada hubo un soldado, en una unidad de Managua, que tomó pastillas. Según me explicó la doctora que lo atendió, no se trató como un caso psiquiátrico sino como una “intoxicación por fármacos”, así no se refleja en las estadísticas. Por suerte no murió, pero todos sabemos que no faltará mucho para que vuelva a intentarlo si no recibe tratamiento o si no logra irse de aquí.

-No aguantan más. No soportan vivir en Cuba. Están agobiados por miles de problemas, los mismos que tú y yo padecemos, o peores, porque hay que viajar a las provincias para saber que La Habana es un Edén si la comparamos con el infierno de Oriente. No quieren verse en el lugar de sus padres, no quieren regresar a sus provincias. No es como en la época de nosotros que no veíamos nada de lo que sucedía afuera, no había revistas ni videos. Ahora ellos ven más allá, comparan, saben que hay otro mundo. El gobierno nos ha dejado empantanados en los años 70. No se puede vivir en esta época con cuarenta años de retraso. Yo, que llevo más de veinte años en esto, no sé hasta qué punto clasificar esos casos como suicidio. Son verdaderos asesinatos. Y que esto quede entre tú y yo porque me hacen tierra.

El testimonio de esta psiquiatra tiene puntos de contacto con el de Juan Carlos Porras, holguinero de 23 años que pasó el servicio militar en La Habana. En esos dos años del servicio, fue testigo de al menos dos actos de suicidio cometidos por soldados. Juan Carlos nos da su visión personal sobre el complejo asunto:

-Nunca había venido a La Habana y jamás me imaginé lo que iba a vivir. A La Habana la conocía por la televisión. Eso le sucede a la mayoría de los que venimos a pasar el servicio a la capital. En cuanto llegamos, comenzamos a chocar con todo. Las cosas en La Habana se ven desde otro punto de vista. Mientras estás encerrado en tu pueblo piensas que pasar hambre y vestir mal es normal, pero entonces cuando ves a la gente y a los jefes viviendo a full, comiendo y bebiendo, te das cuentas que todo es una burla, una mentira.

-Comienzas a deprimirte porque sabes que eres un loco si viras pa'trás. Están los que se ponen a luchar y dicen vamos pa´lante hasta que podamos pirarnos (irse del país), pero los hay que se marean, no aguantan. En mi batería hubo uno que se dio un tiro. Le robó el arma a otro soldado. Lo mató y después se mató él. Había estado preso por robar pistolas y bayonetas para venderlas y fugarse en una lancha. Le querían echar como 20 años por lo de las pistolas. Era un chamaquito tranquilo, no se metía con nadie, y meterle 20 años era un abuso.

-En la misma unidad hubo otro que se empastilló y se ahorcó en el calabozo. Se enredó con el político de la unidad. El tipo era pájaro (gay) y lo obligaba a acostarse con él y lo amenazaba con quitarle el pase, retenerle la baja. Lo chantajeaba. El chamaco lo denunció, pero no le creyeron. Eso no sale en los periódicos. Los mismos oficiales comenzaron a burlarse de él y a decirle maricón y no aguantó. Después que se mató y que los padres armaron lío, botaron al político pero no le pasó nada, anda por ahí. Los militares siempre salen ganando y no puedes decir nada porque te joden la vida.

Mirta Padilla, residente en la misma barriada de Orestes Álvarez, perdió a su sobrino Alejandro Perdomo hace tres años. Relata las circunstancias que lo condujeron al suicidio:

-Lo crié como a un hijo cuando mi hermana falleció. Hice por él todo lo que estuvo a mi alcance. Mi esposo también fue un padre para Alejandrito, pero los niños crecen y quieren hacer su vida y quieren tener cosas, hacer lo suyo. En esta casa somos doce personas y solo hay dos cuartos. Ni yo ni mi esposo podemos arreglar nada. Todos los salarios se van en comida. Y ni así nos alcanza para comer. Yo no sabía que Alejandro andaba en líos de drogas. Me daba dinero y me decía que era por trabajos que hacía por ahí, porque él se graduó de electrónica y era bueno en eso, y también hizo un técnico en computación y leía cantidad, pero no encontraba un buen trabajo, todos pagaban una miseria.

-Un día llegó la policía y registraron la casa, me dejaron esto patas arriba, y entonces fue que me enteré en lo que andaba metido. Pero él ya se había ido para Pinar del Río con la novia, para irse en una lancha. No sé si alguien chivateó, pero los cogieron presos a todos. Eran unos cuantos de aquí del barrio y de Los Pinos. No sé lo que pasó, pero a los dos días vinieron y me dijeron que mi sobrino se había dado un tiro. A la novia la soltaron después, como a los tres días, y me contó que hubo un tiroteo y que como todo estaba muy oscuro no vio más a Alejandrito, pero ella dice que él le decía todo el tiempo que si los cogían, él se mataba. Cuando vinieron a decírmelo, no lo podía creer, él no era así. Era un muchacho alegre, bueno, no era un loco ni un enfermo mental.

Frente a las noticias escalofriantes y a los miles de testimonios aún por recoger, ante las comparaciones con otras realidades foráneas y las estadísticas (la mayoría proveniente de estudios nada confiables, debido a la política de secretismo y desinformación que siempre han practicado los dirigentes cubanos), se debe analizar el caso de suicido del soldado Darío Andino León y de muchísimos otros jóvenes.

No como sucesos aislados, sino como parte de las perpetuas inmolaciones, de todo signo, que han caracterizado a la sociedad cubana en los últimos cincuenta años.

Ernesto Pérez Chang
Cubanet, 9 de diciembre de 2014.
Foto: Funeral de Dairo Andino León en Cienfuegos. Tomada de Cubanet.

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