viernes, 23 de octubre de 2015

Corredores de arte y joyas: un negocio en Cuba


Gustavo desafía el calor intenso en pleno mediodía justo cuando la gente busca un portal donde guarecerse de la canícula y hasta los perros callejeros, mugrientos y con hambre, huyen del inclemente sol habanero.

Ahora mismo, Gustavo camina por el marginal barrio de Párraga, al sur de La Habana, un distrito de calles agujereadas, violencia doméstica y personas expectantes como si esperaran algo.

Va voceando con voz de barítono: “Compro pedazos de oro y plata”, y cíclicamente repite el sonsonete. Los vecinos lo miran como a un marciano y siguen en su cháchara anodina.

Aunque pueda parecer que es el peor sitio para intentar comprar un trozo de oro u objeto valioso, algunos de los que viven en auténticos tugurios y chozas de concreto con techo de tejas, han sido clientes de Gustavo.

“No todo es lo que se ve. En los barrios duros de La Habana uno puede pescar sorpresas. En Luyanó, San Miguel o Romerillo he comprado una buena cantidad de trozos de oro, plata y joyas. En esos lugares suele residir gente dedicada a robar cadenas de oro. Yo pago el gramo mejor que los joyeros. El de oro bajo a 15 cuc, el 14 a 20 cuc y el oro 18 a 24. Si es una prenda bien trabajada pago aun más”, cuenta Gustavo.

El corredor de metales preciosos considera que mucha gente todavía conserva joyas de herencias familiares, cubiertos finos y porcelana de calidad. “Solo hay que salir al ‘fuego’ (la calle) a buscarla”, dice.

El Estado verde olivo exprimió cuanto pudo al patrimonio familiar cubano. En los años 60, confiscó descaradamente obras de arte, vajillas de porcelana, joyas y propiedades de la burguesía local.

A mediados de la década del 80, en su afán de obtener moneda dura, Fidel Castro autorizó una tienda donde compraban o canjeaban por pacotillas, oro y joyas a precios de risa.

“Se le llamó la Casa del Oro y la Plata. Era un entramado empresarial dirigido por altos oficiales del Ministerio del Interior. Adquirían el oro y otras prendas a precios ridículos, aprovechándose de las necesidades materiales de las familias y luego lo revendían en Panamá a cuatro o cinco veces su valor. Los beneficios fueron de cientos millones de dólares que se utilizaron en la última etapa de la guerra de Angola, cuando la URSS recortó su ayuda monetaria”, recuerda Romualdo, ex militar jubilado.

En los 90, durante la crisis económica estacionaria conocida como Período Especial, el régimen vendió obras de arte del fondo patrimonial. El robo de obras de arte en la Isla es frecuente.

En el invierno de 2014, del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana fueron robados casi 100 lienzos que posteriormente se vendieron en la Florida.

Bajo la sombrilla de empresas estatales, se montan subastas de obras de arte, caballos de raza o puros Habanos. Lo que no queda claro en qué se utiliza posteriormente el dinero.

Justo frente a la bahía habanera, se encuentra el Almacén San José, una feria enfocada hacia el turismo, donde se venden lienzos y artesanías de artistas cubanos.

El olor de aguas albañales que proviene de la bahía y una brisa fresca que amortigua el calor de plomo recibe a los visitantes. En medio millar de pequeños stands artistas e intermediarios ofertan sus obras.

Según Camila, artesana privada, las condiciones del local son infames y los aranceles leoninos. “Esto aquí es una jungla. Hay goteras en el techo, los baños están clausurados y la gerencia Fénix S.A (perteneciente al llamado Casco Histórico, administrado por Eusebio Leal, historiador de la ciudad), encargada de arrendar el local, solo se ocupa de hacer caja”, apunta.

Mensualmente recaudan alrededor de 70 mil pesos convertibles mediante el gravamen a artesanos y artistas. Si usted recorre las calles estrechas y empedradas de la parte vieja de La Habana o el amplio Paseo del Prado, observará a decenas de personas que intentan vender lienzos, artesanías o souvenir a los turistas de paso.

“Es difícil vender algo. Muchas de las cosas son de bajísima calidad artística. Y a un segmento grande de turistas les interesa más ligar putas que comprar un lienzo con un auto americano o un paisaje con palmas”, señala Remberto, artista plástico.

Para Gustavo, comprar oro resulta más rentable. “Aunque solo soy un eslabón pequeño de una cadena muy grande. Mientras yo me busco 25 o 30 cuc diarios, el hombre para el cual trabajo gana miles. Al final el oro se funde y lo sacan clandestinamente de Cuba”, acota.

Hay corredores de arte que se dedican a comprar reminiscencias de la autocracia cubana, sellos de Mao, el Mein Kampf de Adolfo Hitler o una foto diferente de Leonid Brezhnev en su visita a La Habana.

“También fotos del Fifo (Fidel) que no se hayan publicado”, aclara Armando, quien desde hace dos años se dedica al negocio del 'vintage' político. “No se para qué lo utilizan, pero en la embajada china un tipo me compra toda esa basura”

En el país que un día soñó con edificar una sociedad donde no existiera el dinero, sus adalides, Che Guevara y Fidel Castro, suben de valor. Como si fueran acciones de la bolsa.

Iván García

Foto: Cuervo y Sobrinos, la joyería más famosa de Cuba antes de que llegara Fidel Castro y empezara a nacionalizar y destruir. Antes de 1959 los cubanos compraban sus joyas en comercios especializados, en casas de empeño o a domicilio, con vendedores ambulantes.

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