lunes, 3 de octubre de 2016

¿Qué fue de mi almendrón?


Nadie da el justo valor a lo que tiene hasta que lo pierde.

El almendrón, ese símbolo del tránsito viario en Cuba, consistente en un vehículo americano de los años 40 y 50 del siglo XX, forma parte del colorido urbano del país caribeño, lo mismo que lo forman las casas medio derruidas, la multicolor vestimenta de los ciudadanos o el gris perla mate de los uniformes de los 'palestinos' (policías procedentes casi todos ellos de Oriente), de lenguaje peculiar, como lo explica el poeta Raúl Rivero en su libro Pruebas de contacto: “Eta gente de Labana no dise paletino a nojotro porque nasimo en Oriente”.

Mi almendrón me devuelve a la infancia de mis cinco o seis años, y disfruto yendo en él como si girara en el tiovivo de las fiestas populares metido en un vehículo diminuto y estático en rodaje engañoso y circular.

Ahora, con un amago de nuevo período especial que dicen puede llegar o ya ha llegado a Cuba, porque el combustible se ha encarecido, porque los venezolanos han cerrado el grifo, porque están ellos buenos para regalar; demasiados “porques” para un país que pende siempre del hilo del regalo o la donosura económica de sus pares ideológicos; pues ahora, debido a eso, los taxistas que manejan esos carros llamados almendrones han subido el precio de las “carreras”, como dicen en España.

Porque, claro, parece que nos les alcanza seguir cobrando lo mismo por un servicio que depende de un combustible más caro.

En esta economía rocambolesca caribeña, ni un premio Nobel del ramo sería capaz de resolver el asunto: Los taxistas se quejan de la subida del combustible, debe andar ahora a 1,20 dólares el litro. Aunque bien es cierto que la mayoría, por lo que se dice, lo compran en el mercado negro a precios muy inferiores al estatal.

Así y todo, se quejan, porque se supone que el mercado ilegal lo ha subido también en la misma proporción que el del Estado.

Aquí todo el mundo se hace el loco y nadie quiere reconocer evidencias como que pagando un litro de carburante a 1,20 dólares y cobrando 10 pesos cubanos por una carrera del Vedado al Parque Central (como he pagado yo), no hay negocio que lo aguante.

Y menos con estos carros que son verdaderos chupadores de hidrocarburo (deben andar por los 15 litros por 100 kilómetros). Mi coche particular en España anda por los 5,5 litros de gasolina por 100 kilómetros. Y el litro está ahora a 0,96 euros, 1 dólar al cambio actual.

En Cuba no hay sindicatos ni negociación fácil para llegar a acuerdos razonables. El Estado ha fijado unos precios fijos (topados) y “arréglate como puedas”.

En estos momentos en que la ciudadanía ha tomado por su cuenta y riesgo (sobre todo riesgo), un poco de aire libertario, los taxistas se han echado a la calle, no para hacer un servicio, sino para llevar a cabo una protesta. Si después de los carretilleros, otro bien estético del país (no entro en el aspecto humano ni económico), y ahora con los almendrones, Cuba puede estar perdiendo la batalla del clasicismo, que en Madrid llamarían casticismo.

Quiero dejar por un momento de lado lo mercantil y fijarme en ese servicio imprescindible, porque los almendrones son una alternativa muy útil al caótico transporte público cubano.

Mientras en Europa hay una guerra declarada contra el coche particular para que usemos los transportes públicos, eficaces casi siempre, en Cuba, que apenas hay propiedad privada de carros, el transporte público es muy deficiente.

¿Cómo quieren que se mueva la gente en una ciudad como La Habana, de dos millones de habitantes y con una extensión de más de 700 kilómetros cuadrados, superior a Madrid capital? En cualquier momento se puede paralizar un país si la gente no puede moverse.

Y, finalmente, me permito citar la apariencia, como decía antes, de los almendrones en las ciudades cubanas. Ese empujón de entusiasmo que recibe el visitante cuando se enfrenta a la circulación con esa variopinta y ancestral figura de los almendrones soltando humo, abarrotados de gente variada y seria.

Aunque las autoridades -y seguro que los cubanos tampoco- no se dan cuenta del valor que tienen esos viejos carros para la definición de la identidad geográfica de ese país.

Desde la visión futurista, es necesario decir que hay que protegerlos, apoyarlos económicamente, organizarlos profesionalmente, subvencionarlos mecánicamente y cuidar un bien que debiera ser patrimonio de la humanidad en Cuba, y que si llegan a desaparecer, entonces se sabrá verdaderamente lo que significan.

Abogo por una sociedad (si no la hay) de “Amigos del Almendrón”. Yo cuido, desde la ensoñación, mi almendrón literario rojo, blanco y verde.

José María Ruilópez*
Cubanet, 22 de julio de 2016.

* José María Ruilópez es escritor. Nació en 1948 en Oviedo, capital del Principado de Asturias, España. Ha visitado La Habana en varias ocasiones. Durante sus estancias en Cuba, ha compartido con personas del poder, la oposición, el periodismo, la literatura, la diplomacia y gente de la calle. Ha publicado numerosos artículos y reportajes sobre Cuba en medios españoles e internacionales. Es autor del libro documental Así me habló La Habana (Asturias, 2005) y de la novela de intriga Todo fue en La Habana (Madrid, 2013).

Foto: Tomada de Cubanet.
Leer también estos tres artículos de Iván García: El gobierno cubano pretende regular los precios de los taxis colectivos; Las voces de un cambio en Cuba saldrán del sector privado y Taxistas habaneros usan nuevas estrategias en su pugna con el gobierno cubano.

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